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martes, 19 de enero de 2010

Los Pecados de Haiti. en su breve tiempo de vida es una criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Eduardo Galeano

Los pecados de  Haití
 Eduardo Galeano
 La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve  tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha  recibido  más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los  días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el  cuartelazo  del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó.
 Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores  militares,  Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand  Aristide, que había sido el primer gobernante electo por  voto popular en toda la historia de Haití y que había  tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.
 
El voto y el veto
 Para borrar las huellas de la participación estadounidense  en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes  de  marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos  secretos.
 Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para  recuperar  el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor,  René  Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero  más poder que Préval tiene cualquier mandón  de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco  Mundial,  aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto  siquiera.

 Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada  vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos  internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a  los analfabetos  o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le   contestan  ordenándole:

 -Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios  públicos  que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos  más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido  el examen.
 La coartada demográfica
 A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron  Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó  los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó,  en Port-au-Prince, cuál es el problema:
 -Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana  siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede.

 Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos,  Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que  Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado  de las Américas, pero está tan superpoblado como  Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por  quilómetro  cuadrado.

En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo  fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por  la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó  a la conclusión de que Haití está superpoblado...  de artistas.
  En realidad, la coartada demográfica es más o menos  reciente. Hasta hace algunos años, las potencias  occidentales  hablaban más claro.
 La tradición racista 
Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró  sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y  derogar el  artículo constitucional que prohibía vender plantaciones  a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de  Estado,  justificó la larga y feroz ocupación militar explicando  que la raza negra es incapaz de  gobernarse a sí misma,  que tiene "una tendencia inherente a la vida salvaje y  una  incapacidad física de civilización". Uno de
 los responsables de la invasión, William Philips, había  incubado tiempo antes la sagaz idea: "Este es un  pueblo inferior,  incapaz de conservar la civilización que habían  dejado los franceses".

  Haití había sido la perla de la corona, la colonia  más rica de Francia: una gran plantación de azúcar,  con mano de obra esclava.. En El espíritu de las leyes,  Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua:  "El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran  los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros  desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan  aplastada  que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable  que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y  sobre  todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro".
En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano  del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su  voluntad  de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos  también  por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden  social,  era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo  debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor  entusiasmo  a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von  Linneo contemporáneo de Montesquieu, había retratado al  negro con precisión  científica: "Vagabundo,  perezoso, negligente, indolente y de costumbres  disolutas".
  Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume,  había comprobado que el negro "puede desarrollar  ciertas  habilidades humanas, como el loro que habla algunas  palabras".
 La humillación imperdonable
 En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza  a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó  jamás esta humillación infligida a la raza blanca.
  Haití fue el primer país libre de las Américas.  Estados Unidos había conquistado antes su independencia,  pero tenía medio millón de esclavos trabajando en  las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que  era dueño de esclavos, decía que todos los hombres  son iguales, pero también decía que los negros han  sido, son y serán inferiores.
  La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La  tierra  haitiana había sido devastada por el monocultivo del  azúcar  y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia,  y  una tercera parte de la población había caído  en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación  recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le  compraba,  nadie le vendía, nadie la reconocía.
  El delito de la dignidad  
 Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo  ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento  diplomático  del país negro. Bolívar había podido reiniciar  su lucha por la independencia americana, cuando ya España  lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El  gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas  armas y soldados, con la única condición de que
Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al  Libertador  no se le había ocurrido. Bolívar cumplió  con este compromiso, pero después de su victoria, cuando  ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que  lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones  americanas a la reunión de Panamá, no invitó  a Haití pero invitó a Inglaterra.
Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta  años después del fin de la guerra de independencia,  mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía,  descubría en París que los negros son primitivos  porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene.
 Para  entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras  dictaduras  militares, que destinaban los famélicos recursos del país  al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a  Haití  la obligación de pagar a Francia una indemnización  gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.
 La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días  tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.
 Tomado de:  Brecha 556,  Montevideo, 26 de julio de 1996. Eduardo Galeano

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