El ajo proviene del Asia Central, los chinos y los egipcios, lo usaban desde la más remota antiguedad. Alimentaban con ajo a los esclavos que construían las enormes pirámides porque creían que el ajo les daba mucha fuerza y mucha más energía. Lo empleaban en el proceso de momificación igual que como valor de cambio, como si un diente de ajo fuera una moneda.
En Grecia y Roma antigua, el ajo se consideró como potente afrodisíaco llegando a ser consumido antes de tener relaciones íntimas. Sin embargo, en épocas medievales, el ajo sirvió para librarse de brujas, vampiros y malos espíritus, y mucho más reciente en los años 40 , durante la Segunda Guerra Mundial, se les daba a los soldados, para que curaran sus heridas, y en los años 80 y 90, se comenzó a tomar en pastillas para reducir la presión y el colesterol.
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El ajo, fuente inagotable de salud, antibiótico natural pues ejerce su acción antiséptica con gran éxito.
Efecto bactericida, el ajo es sumamente eficaz por ejemplo, en las infecciones por candidiasis (candida albicans), el hongo responsable de la mayoría de las infecciones micóticas.
Tiene otra virtud frente a los preparados farmacéuticos: es eficaz contra los agentes patógenos del organismo, incluyendo los intestinos, pero en cambio respeta las bacterias “policía” de nuestra beneficiosa flora intestinal.El ajo es capaz de eliminar los parásitos que se adueñan de nuestros intestinos .
Tiene un efecto protector sobre las mucosas, efecto que lo hace doblemente positivo en los intestinos, pero también especialmente valioso en el sistema respiratorio. Esta acción, junto con su propiedad de facilitar la secreción de la mucosidad que ha de colaborar en la limpieza bronquial, lo convierten en un suplemento único en las afecciones catarrales.
Otra acción muy importante es la antiinflamatoria.
Por un lado, consigue una disminución de ciertas prostaglandinas que tienen ese efecto, de una forma similar a cómo lo logran los antiinflamatorios de laboratorio. Su aplicación tópica consigue también disminuir el dolor, ya que provoca que llegue un mayor flujo de sangre a la zona, (se enrojece). No hace falta recalcar que, aunque de acción similar, el ajo no tiene la cantidad de efectos secundarios que presentan los antiinflamatorios. Sin embargo, se debe advertir que tiene una acción irritante que puede incluso llegar a quemar la piel: cuando se aplique, se dejará poco rato; en el caso de que se note quemazón, se retirará enseguida, y en ningún caso se aplicará de forma oclusiva (cubriendo la zona con un plástico) ni se dejará mientras se duerme.
El ajo refuerza los músculos, los tonifica. Los hace resistentes, pero también actúa como relajante y antiespasmódico de las fibras musculares, lo que es muy útil en casos de estrés, nerviosismo o excitación.
El ajo facilita la secreción de los jugos del estómago, lo que protege frente a infecciones por comidas en mal estado. Estos jugos también se encargan de degradar los componentes de los alimentos, por lo que su correcta secreción es indispensable para conseguir una buena asimilación de los nutrientes y solucionar de esta forma algunas enfermedades de sobrevienen por carencia de uno u otro elemento.
El ajo cuenta con una gran cantidad de nutrientes, entre los que destacan las vitaminas:
A, B1, B2, B3, y C
y algunos minerales, como:
Potasio, azufre, silicio, fósforo y yodo.
Este último garantiza la buena salud de la glándula tiroides, que requiere de él para segregar su hormona de efectos adelgazantes. . Constituye, pues, una forma de prevenir el hipotiroidismo, así como la inflamación de la tiroides o bocio por carencia de yodo.
El ajo y los trastornos cardiovasculares
Como colofón al gran número de propiedades del ajo, están sus diferentes acciones para prevenir de las enfermedades cardiovasculares.
Por un lado, es un relajante cardíaco, muy recomendable para personas que acostumbran a sufrir taquicardias o arritmias. Tiene también efectos vasodilatadores, es decir, hipotensores, a cuya acción deben sumarse los efectos diuréticos, indicados para hipertensos.
Puesto que favorece la secreción de insulina en el páncreas, tiene un efecto antidiabético porque disminuye los niveles de azúcar en sangre (un factor de riesgo añadido para las enfermedades cardiovasculares).
Finalmente, se debe valorar su efecto hipolipemiante, es decir, que disminuye los niveles de colesterol y triglicéridos en sangre. Estas grasas tienden a acumularse en las paredes arteriales, especialmente cuando están castigadas por la hipertensión o, por ejemplo, por el tabaco, y cierran en gran parte la luz del vaso sanguíneo; ello puede originar fallos cardíacos, pero también insuficiencia arterial en las piernas (claudicación intermitente), en el cerebro (arteriosclerosis cerebral) o en cualquier otra parte del organismo.
Por otro lado, cierto principio activo tiene la propiedad de disminuir la coagulación sanguínea, por lo que previene trombosis. Por todo ello no es de extrañar que haya estudios con resultados dcididamente optimistas (disminución de los coágulos o trombos de hasta un 70 %) en pacientes con angina de pecho o infarto de miocardio. Sin embargo, se debe tener en cuenta que este efecto anticoagulante a dosis elevadas puede interferir o multiplicar medicaciones con esa acción. Ante la duda, se debe consultar siempre con un profesional antes de tomar ajo en grandes dosis elevadas.
Otras acciones importantes para la salud general son la de aumentar las defensas del organismo, y fundamentalmente, la de depurarlo, contribuyendo a la eliminación de sustancias tóxicas y de desecho, por lo que se convierte en un excelente aliado del hígado.
Pensando en sus virtudes terapéuticas y teniendo en cuenta que, por su sabor tan especial, no todo el mundo está dispuesto a ingerir, 5 ó 6 dientes de ajo crudo al día, se han comercializado diferentes formas que conservan sus propiedadess: perlas, cápsulas y extractos inodoro
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