El fenómeno deja siete muertos, miles de damnificados y cuantiosas pérdidas materiales
Alex, el impetuoso
Sanjuana Martínez Especial para La Jornada
Monterrey, NL, 2 de julio. El agua de Álex bufó durante 36 horas sobre la Sultana del Norte, el lugar preferido por los huracanes para morir arropados en sus imponentes montañas. Mortífera, brutal, fiera y salvaje, el agua buscó y reclamó sus antiguos cauces en los renegados ríos secos que rodean la ciudad, usurpados por la voracidad inmobiliaria y el desatino gubernamental.
Aspecto del río Santa Catarina, desbordado por el paso de ÁlexFoto Sanjuana Martínez
El huracán, convertido en tormenta tropical, cobró la vida de siete personas, dejó decenas de damnificados y millonarias pérdidas. Pero por lo menos durante dos días, gracias a Álex, la ciudad vivió la paz que desde hace tres años había perdido: el crimen organizado hizo una tregua, forzado irónicamente por los vientos huracanados y la abundante lluvia.
Desde el miércoles por la noche la Sierra Madre Oriental recibió el embate del huracán. En sólo unas horas, el río Santa Catarina que circunda la ciudad creció como no lo hacía desde hace 22 años cuando el huracán Gilberto sembró en su lecho decenas de cadáveres.El Santa Catarina ha sido testigo de históricos desbordamientos como el de 1909 y el huracán Beulah hace 41 años. Pero luego fue engullido por la ambición gubernamental que regenteó su lecho para construir infraestructura urbana: campos de futbol y golf; pistas de go karts y bicicletas, mercados populares, circos, patinaderos. El estado olvidó que no hay nada más traicionero que un río seco. Todo quedó reducido a escombros.
Durante la mañana del jueves, en su convulsionado paso, el agua del río, revuelta y color tierra, rugía y bufaba, anticipando a los ciudadanos lo que estaba por llegar. Las inundaciones no se hicieron esperar: decenas de pasos a desnivel quedaron paulatinamente anegados, carriles de autopistas y carreteras desaparecieron en los deslaves, y amplios sectores permanecían en penumbra y sin servicio de agua potable. El colapso de los servicios primarios sólo acababa de empezar y terminaría por privar a más de cien mil familias de ese servicio y los de luz y teléfono.
Calles y avenidas, auténticos ríos
La lluvia prodigiosa desbordó los arroyos secos del Topo Chico y San Agustín y llenó los paupérrimos ríos La Silla, Pesquería y Hualahuises. Niños y jóvenes que jamás habían visto agua por los cauces de estos áridos torrentes se mostraban sorprendidos ante el espectáculo fluvial.
La riada inundó rápidamente las colonias aledañas. El nivel del agua subió vertiginosamente y los equipos de rescate desalojaron exitosamente, en unas cuantas horas, a más de 7 mil personas. La corriente anegó con agua y escombros, en cuestión de horas, muchas casas cercanas a ríos y arroyos, y sus habitantes no tuvieron más remedio que subir a los techos. Desde allí pidieron ayuda, esperando toda la noche, hasta que el cúmulo de incidencias permitió el rescate de más de 60 mil personas.
La crecida convirtió calles y avenidas en auténticos ríos. Los coches varados fueron pronto arrastrados, sin que sus improvisados conductores pudieran hacer nada más que saltar y nadar hasta la orilla para salvar sus vidas o esperar la ayuda. Los valientes rescatistas trabajaron ininterrumpidamente por aire y tierra.
“ No salgan de sus casas, las clases se suspendieron y las actividades laborales serán reducidas en la medida de lo posible ”. La consecuencia fue inmediata: la fuerza productiva de Monterrey funcionó al 50 por ciento y ocasionó pérdidas millonarias.
La fiereza de las aguas del Santa Catarina no respetó ni a la Virgen de Guadalupe:
“ ¡Que la rescaten! ”, gritaba una señora; pero la imagen de la patrona de México construida en acero y colocada hace unos años a un margen del río sobre la avenida Morones Prieto desapareció a pesar de sus 12 metros de altura y 10 toneladas de peso. Los puentes peatonales se esfumaron con el diluvio, sus estructuras se convirtieron en un amasijo de hierros atorados en el inmenso aluvión de piedras revolcadas a gran velocidad desde el majestuoso Cañón de la Huasteca.
Las corrientes de los apaciguados ríos y arroyos de Monterrey arrastraban coches, camiones, tráileres, muebles, pedazos de casas, personas… Una ambulancia de la Cruz Verde con dos paramédicos desapareció mientras se dirigía a realizar un rescate.
Para el viernes por la mañana el espectáculo era otro: derrumbes, deslaves, escombros, cierres de avenidas y carreteras. La gente salía de sus casas para buscar la foto de la devastación y la crecida de ríos. La lluvia había cesado pero la incomunicación predominaba. El caos se apoderó de la ciudad. Los principales accesos y vialidades quedaron bloqueados.
Finalmente después del pánico y la destrucción llegó la calma. El agua, el preciado líquido se quedó en Monterrey. La precipitación pluvial dejó más de 600 milímetros de histórica captación. Un dato nada malo para el candente verano regiomontano que se avecina.
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