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jueves, 20 de enero de 2011

Brujula Metropolitana lamenta la muerte del periodista y activisa John Ross, colaborador incondicional de nuestro grupo

 Sus cenizas serán esparcidas en México y varias ciudades de EU, como él dispuso
Murió John Ross; combatió toda guerra hasta la obsesión
El novelista estadunidense fue uno de los últimos beatniks y una apasionado del jazz
Quiso tanto a este país que llegó a ser parte del paisaje del Centro Histórico
El periodista rebelde, poeta, novelista y escudo humano estadunidense John Ross (Nueva York, 1938), decano de los corresponsales en México, falleció ayer (lunes 17/enero) a las 8:58 horas en Santiago Tzipijo, Michoacán, después de luchar dos años contra el cáncer de hígado.
Sus restos son velados a orillas del lago Pátzcuaro, será cremado en Uruapan y sus cenizas esparcidas en México y varias ciudades de su país natal, todo de acuerdo con sus deseos.
Ross, cuyo último libro se titula El monstruo: Dread and redemption in Mexico City, llegó a Casa Santiago, a orillas del lago, el pasado 31 de diciembre en un taxi, expresa Kevin Quigley, propietario de la casa de huéspedes con su esposa Arminda Flores, compadres del neoyorquino.
Dos días antes, amistades del periodista habían retirado sus archivos del cuarto que ocupaba en el hotel Isabel, de la ciudad de México, donde vivió desde la semana posterior a los temblores de 1985, para su resguardo temporal en la Cemanahuac Educational Community, en Cuernavaca.
Cercanía con las luchas sociales
John Ross fue un hombre de izquierda y una de sus grandes obsesiones fue luchar contra la guerra de cualquier tipo. Su gran labor en el país como periodista independiente y corresponsal fue participar y cubrir lo que social y políticamente ocurría aquí, para darlo a conocer en Estados Unidos. Nunca dejó de contar a los gringos lo que pasaba en México.
Siempre cercano a las luchas políticas, desde movimientos vecinales hasta de comunidades indígenas, Ross escribía poesía y novelas; fue un activista comprometido, un provocador y es considerado uno de los últimos beatniks, apasionado del jazz y tan enamorado de México que llegó a ser parte del paisaje del Centro Histórico.
Los articulistas Luis Hernández Navarro y Hermann Bellinghausen lo recordaron en sus colaboraciones (La Jornada, 11 de enero y 17 de enero, respectivamente).
El jazz fue muy importante en la escritura de su poesía, la cual era muy escénica y rítmica, comparte Bellinghausen, quien era muy cercano a Ross.
Su gran obsesión fue la guerra, todas las guerras. Tal fue su activismo que acabó perdiendo un ojo a causa de un acto de represión a palos por la policía de San Francisco, California, en una manifestación contra la guerra. Los últimos años tenía un ojo de vidrio.
Siempre combatió todas las confrontaciones bélicas de su país de origen. Era uno de esos gringos avergonzados del belicismo del imperio, por lo que se convirtió en una importante figura incómoda en su país y de alguna manera lo era también en México.
Ross era un periodista independiente y le tocó vivir en México muchos cambios sociales, políticos y arquitectónicos. En un principio se involucró muy rápido con el movimiento campesino de Michoacán. Fue un entusiasta de Cuauhtémoc Cárdenas en su camino al Gobierno del DF. Siempre simpatizó con Andrés López Obrador.
Sin dejar de escribir sobre la política estadunidense, un periodo relevante de su vida fue su llegada a Chiapas, en 1984. Se convirtió en referencia de publicaciones como la revista Time. Escribió tres libros sobre los zapatistas. “Él contó prácticamente el día a día del movimiento zapatista desde su aparición hasta 2006. Sin embargo, a partir de la Otra Campaña se volvió muy crítico del movimiento, por su simpatía con López Obrador”.
Ross viajó por varios países. Cuando Estados Unidos invadió Irak, se trasladó a Bagdad y se convirtió en escudo humano contra el bombardeo ordenado por George Bush, “aunque por su temperamento impulsivo y provocador el régimen de Hussein lo consideró persona non grata, lo echó del país y no pudo estar en el momento de la invasión”.
El periodista fue muy cercano a la causa del pueblo palestino.
Su labor de activista fue reconocida en 2008 por la alcaldía de San Francisco, instituyendo un día en su honor. Sin embargo, al acudir a esa ciudad –en un largo discurso– manifestó las razones por las cuales no aceptaba esa distinción, pues le parecía inadmisible que un gobierno represivo lo reconociera.
Esa ocasión aprovechó la oportunidad para denunciar y provocar una vez más.
John Ross es padre del reconocido productor musical Dante Ross. Si algún lugar se podría considerar su casa, ese fue el Centro Histórico de la ciudad de México, en particular el hotel Isabel.
Fue un constante lector de La Jornada y sus libros sobre el zapatismo tienen como una de sus fuentes fundamentales la información de este diario.
Poseía gran prosa periodística, concluye Bellinghausen. Siempre fue un hombre de izquierda, en resistencia contra la guerra, Aunque pacifista, fue un hombre que siempre estuvo con la Revolución.
Hace medio siglo Ross llegó por primera vez a México, “en papel de beatnik, siguiendo la ruta de Burroughs, Kerouac y Ginsberg”, escribió Luis Hernández Navarro (La Jornada, 11/01/11), coordinador de Opinión de esta casa editorial. Vivió en Santa Cruz Teraco, muy cerca del lago de Pátzcuaro, donde cultivó un jardín, construyó una casa y se dispuso a escribir la gran novela estadunidense.
En su segunda etapa mexicana John jugó un papel relevante como puente informativo entre los movimientos sociales, las protestas ciudadanas y la información sobre los fraudes electorales en México y sus lectores en Estados Unidos.
Hernández acotó que John siempre se caracterizó por estar en el lugar de los hechos, por informar lo que veía, mezclando géneros; era un militante del nuevo periodismo. Consideró El monstruo...,un gran fresco pintado al estilo de un mural con distintas escenas. una historia de la ciudad de México, Probablemente Rebelión desde abajo (1995) sea su libro más conocido y reconocido.
 Participó como expositor en nuestro circulo de  estudios de Brujula Metropolitana incondicionalmente, un hasta pronto al Maestro y amigo entrañable.

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