Manuel Gil Antón http://www.eluniversal.com.mx/
Los resultados de la encuesta nacional sobre cómo percibe la población a la ciencia y la tecnología en 2009 son, al mismo tiempo, alarmantes y esperables. ¿Por qué producen alarma? La imagen que de un científico tienen los mexicanos en general se acerca a la de un desaliñado individuo, con bata sucia y cabello enmarañado, que con el fin de lograr sus propósitos combina gases y líquidos y —súbitamente— hace estallar su laboratorio. Estamos ante un cliché, un estereotipo: la imagen remite más bien a un brujo, a un aprendiz de hechicero, que con toda irresponsabilidad mezcla elementos y produce estropicios. Es más, en su afán de hacer lo que se le antoja, genera monstruos y luego se le escapan. Más de la mitad afirmó que los científicos tienen tal cantidad de conocimientos que son peligrosos. Aguas.
No es fácil entender por qué a la mitad de nuestros compatriotas les parece que los científicos son, paradójicamente, “un peligro para México”. La imagen del profesor chiflado, la caricatura de los sabios o científicos que inunda las representaciones en los antiguos y actuales medios de comunicación, y que casi sin falta remite a un loco, da apoyo a esta manera de ver (percibir) a los colegas que se dedican a la investigación científica y a la tecnología.
Más de la tercera parte, dice el informe, considera eficaces las “limpias”. Esa proporción o más ha de ir a que le deshagan embrujos, los desamarren. Afirman no sólo que los ovnis andan rondando su vecindario, sino que tales platillos voladores —como se decía antes—, son o traen emisarios de otras civilizaciones.
Millones consideran que pueden ser objetos de daño por parte de personas con poderes mentales, desde el mal de ojo hasta desgracias mayores. Casi todos los encuestados estuvieron de acuerdo en que los mexicanos confiamos mucho más en la fe que en la ciencia. San Judas Tadeo, cada día 28, congrega a miles y miles en su templo. El empleo es milagro de Dios, y no tenerlo castigo del cielo.
¿Pero por qué no pensar en que la falta de empleo, de salud, de oportunidades en la vida se puede entender sin recurrir a la corte celestial? ¿Cómo es posible que en el lugar de la crítica racional, del conocimiento informado, la mayoría ubiquemos a distintas conjuras y seres insostenibles? Preocupa, es cierto, el nivel de ignorancia que subyace a esta percepción de la ciencia, del conocimiento fundado en evidencias.
Sin embargo, no podría ser de otro modo, dado que la institución que puede desmitificar al mundo, desencantarlo, ofrecer modos de pensar y actitudes críticas ante la vida, la escuela, hace agua de manera contundente.
El examen PISA dedica una de sus partes al análisis del conocimiento lógico y la actitud científica. En la más reciente aplicación —2009— el 15% de los alumnos de 15 años se ubicaron en el nivel inferior a 1: esto es, “…son incapaces de realizar el tipo de tarea más básico que se esperaría de un conocimiento elemental en ciencias”. Y el 33% se colocó en el nivel 1, donde los autores del examen dicen que se hallan “los estudiantes (que) tienen un conocimiento científico tan limitado que sólo puede ser aplicado a unas pocas situaciones familiares”. Sumados, son casi la mitad.
En un nivel regular, pero no deseable, hay otro 34%, y sólo el 16% y luego el 3% consiguieron ubicarse en escalas suficientes, o muy buenas, respectivamente.
Luego de nueve años de escuela, esos son los resultados. Sin mitificar lo que un examen puede medir, es claro el amplio fracaso en la conformación de una actitud científica en nuestros jóvenes. Y el valor central de la ciencia no es la información con la que se hace un crucigrama, sino el ejercicio de la crítica, de la duda, de la búsqueda de evidencia y las razones que expliquen o ayuden a comprender lo que sucede.
No perdamos de vista que esos niveles son los que logran obtener los que siguen estudiando… más de 30 millones de adultos, mayores de 15 años, no terminaron la educación básica. Habría que añadirlos en buena medida. El problema no es, para nada, menor.
Sólo así se explica el éxito de los “medicamentos milagrosos”: baje cuatro kilos en un día, equilibre la energía cuántica de su cuerpo con la pulsera del elefantito, no haga esfuerzo, no piense, sólo tome el teléfono y llame, pero ¡llame ya!
Es hora, sin duda, de llamar, pero de llamar a cuentas a la escuela mexicana. No solamente es ella responsable del desaguisado, pero vaya si colabora…
Profesor de El Colegio de México
Millones consideran que pueden ser objetos de daño por parte de personas con poderes mentales, desde el mal de ojo hasta desgracias mayores. Casi todos los encuestados estuvieron de acuerdo en que los mexicanos confiamos mucho más en la fe que en la ciencia. San Judas Tadeo, cada día 28, congrega a miles y miles en su templo. El empleo es milagro de Dios, y no tenerlo castigo del cielo.
¿Pero por qué no pensar en que la falta de empleo, de salud, de oportunidades en la vida se puede entender sin recurrir a la corte celestial? ¿Cómo es posible que en el lugar de la crítica racional, del conocimiento informado, la mayoría ubiquemos a distintas conjuras y seres insostenibles? Preocupa, es cierto, el nivel de ignorancia que subyace a esta percepción de la ciencia, del conocimiento fundado en evidencias.
Sin embargo, no podría ser de otro modo, dado que la institución que puede desmitificar al mundo, desencantarlo, ofrecer modos de pensar y actitudes críticas ante la vida, la escuela, hace agua de manera contundente.
El examen PISA dedica una de sus partes al análisis del conocimiento lógico y la actitud científica. En la más reciente aplicación —2009— el 15% de los alumnos de 15 años se ubicaron en el nivel inferior a 1: esto es, “…son incapaces de realizar el tipo de tarea más básico que se esperaría de un conocimiento elemental en ciencias”. Y el 33% se colocó en el nivel 1, donde los autores del examen dicen que se hallan “los estudiantes (que) tienen un conocimiento científico tan limitado que sólo puede ser aplicado a unas pocas situaciones familiares”. Sumados, son casi la mitad.
En un nivel regular, pero no deseable, hay otro 34%, y sólo el 16% y luego el 3% consiguieron ubicarse en escalas suficientes, o muy buenas, respectivamente.
Luego de nueve años de escuela, esos son los resultados. Sin mitificar lo que un examen puede medir, es claro el amplio fracaso en la conformación de una actitud científica en nuestros jóvenes. Y el valor central de la ciencia no es la información con la que se hace un crucigrama, sino el ejercicio de la crítica, de la duda, de la búsqueda de evidencia y las razones que expliquen o ayuden a comprender lo que sucede.
No perdamos de vista que esos niveles son los que logran obtener los que siguen estudiando… más de 30 millones de adultos, mayores de 15 años, no terminaron la educación básica. Habría que añadirlos en buena medida. El problema no es, para nada, menor.
Sólo así se explica el éxito de los “medicamentos milagrosos”: baje cuatro kilos en un día, equilibre la energía cuántica de su cuerpo con la pulsera del elefantito, no haga esfuerzo, no piense, sólo tome el teléfono y llame, pero ¡llame ya!
Es hora, sin duda, de llamar, pero de llamar a cuentas a la escuela mexicana. No solamente es ella responsable del desaguisado, pero vaya si colabora…
Profesor de El Colegio de México
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