Son las 9:00 de la mañana del viernes 11 de febrero; los estudiantes de la Universidad Autónoma de Sinaloa se encuentran tomando clase. De pronto, un desconocido entra al salón preguntando por Bernardo, y el profesor le indica quién es. El sujeto lo ve y dispara tres veces; luego desaparece sin que nadie se lo impida mientras Bernardo yace en el suelo desangrándose.
Hace dos meses, Marisela Escobedo fue asesinada de un balazo en la cabeza cuando protestaba frente al Palacio de Gobierno de la ciudad de Chihuahua, y en octubre del año pasado, Darío Álvarez fue víctima de los disparos de la Policía Federal en el marco de un evento contra la militarización y la violencia, un evento como el de hoy. Los tres, como muchos otros, sufrieron las consecuencias de un país asfixiado por la pobreza, la injusticia, la desigualdad, el desempleo, la corrupción, la indiferencia…
El gobierno y los medios de comunicación dominantes nos han querido convencer de que estamos mejor que antes. En la radio, en la televisión y en los periódicos aduladores del poder, omiten constantemente informar que hay crisis económica en el país, que los trabajadores no ganan salarios dignos, que prima el desempleo, que no todos tenemos acceso a la salud, a la justicia; que la mayoría de los jóvenes son excluidos de la educación, del trabajo y de la seguridad social; que los alimentos básicos suben exageradamente de precio.
Nos han querido convencer de que en México no hay pobreza, a pesar de que existen 80 millones de mexicanos que no tienen asegurado, ni siquiera, el alimento del próximo día; nos han querido convencer de que este gobierno no es corrupto y que no trabaja para un pequeño grupo privilegiado; mientras, se reparten Luz y Fuerza del Centro arrojando a la miseria a más de 44 mil trabajadores junto con sus familias; mientras, concesionan a empresas privadas casi el 20 por ciento del territorio nacional para que sea explotado y se pueda extraer oro y otros minerales a costa de la destrucción de ríos, bosques y tierras de cultivo, como lo harán en la región de La Montaña de Guerrero, como ya lo hicieron en San Luis Potosí, en Chiapas y en otros estados.
Y nos han repetido hasta el cansancio que la única solución a todos nuestros problemas es iniciar una guerra contra la delincuencia organizada, supuesto enemigo interno, como si fuese el único responsable de todos nuestros males, como si no supiéramos que es el mismo Estado quien lo protege, lo fomenta y lo pone de pretexto para iniciar su guerra: guerra de rapiña contra los bienes del pueblo y de nuestra nación, guerra financiada con el dinero y las armas del gobierno estadounidense a través del llamado Plan Mérida, guerra cuyo objetivo, en realidad, es imponernos un modelo económico que profundiza las desigualdades, protegiendo los intereses de una minoría, y que pretende acabar con todo intento del pueblo por darse un gobierno verdaderamente representativo.
¿Acaso creen que somos un pueblo que se traga sus mentiras? ¿Acaso creen que no comparamos los cuatro pesos de aumento al salario con los más de mil que le aumentaron a soldados y marinos?
Habría que preguntarle a los padres de los 994 niños y niñas, que han sido asesinados en los retenes militares o en los enfrentamientos entre las fuerzas armadas y bandas de delincuentes, si la muerte de sus hijos ha sido lo mejor que les pasó; habría que preguntarnos si la muerte de 34 mil ejecutados, en lo que va de este sexenio, fue la solución a los problemas de sus familias; habría que preguntarles a los familiares de los cientos de detenidos y desaparecidos, si el dolor y la incertidumbre de no saber dónde están sus seres queridos les ha permitido “vivir mejor”.
¿Dónde está la justicia en este país? ¿Por qué pretenden robarnos el sentido de la solidaridad, de la dignidad y la capacidad de sentir el dolor ajeno como propio?
La militarización ha ido invadiendo poco a poco el territorio nacional. Desde hace años en Chiapas, Guerrero y Oaxaca; recientemente, en Chihuahua, Nuevo León, Guanajuato, Michoacán y Yucatán, vemos cómo cientos de soldados patrullan pueblos y ciudades, algunos disfrazados de policías federales, otros de paramilitares. Hoy, la militarización está en nuestra ciudad; los marinos caminan por las calles hostigando a la población.
¿Creen que ver decenas de soldados y policías que ocultan el rostro y apuntan sus armas indiscriminadamente nos da tranquilidad? ¿Cómo hacerlo?, si todos sabemos que la gran mayoría de sus crímenes contra civiles inocentes han quedado sin castigo. Niños, mujeres, jóvenes, personas de la tercera edad en todos los rincones del territorio nacional, ¿quién no ha sido víctima del abuso de autoridad, de la burla, de la arrogancia, de la indiferencia de las autoridades que tan sólo nos consideran “daños colaterales” de una guerra que no pedimos?
Mujeres violadas y torturadas, medio comidas por los perros o los buitres en el desierto; hombres decapitados o colgados en los puentes, con los testículos o el pene cercenados. Esas son las atroces imágenes a las que el gobierno nos quiere acostumbrar, con las cuales nos quiere aterrorizar, paralizar, aislar, sellar nuestra boca para siempre y así acabar, desde ahora y dentro de nosotros mismos, con cualquier esperanza de poder transformar esta realidad que nos imponen como la única posible.
Quieren arrebatarnos el futuro por el cual luchamos para imponernos uno de violencia y sumisión que ellos desean para nosotros. Y nosotros, ¿podremos impedirlo?, ¿seremos capaces de encontrar en el profundo amor a nuestro pueblo el valor, la entereza, la creatividad para impulsar la organización de todos en torno a nuestros problemas sociales? ¿Seremos capaces de ver más allá de nuestro propio sufrimiento, de nuestras carencias? ¿Seremos capaces de alzar la cabeza y ver por todos, con todos, para todos?
Una cosa es segura: la solución a la situación desastrosa en la que vivimos no vendrá de quienes nos oprimen de muchas formas; vendrá de nosotros, vendrá de la confianza en nuestras capacidades, vendrá de todas las mujeres y los hombres que a lo largo de nuestra historia nos han enseñado el sentido de la dignidad, del respeto por el otro, de la decisión férrea, indestructible, irreductible de luchar y resistir, hasta el último momento de nuestra existencia, por el país justo, libre y democrático, al cual aspiramos; vendrá de quienes, a pesar de todo y contra todo, no renuncien a su ardua y cotidiana labor de informarse, sensibilizarse y organizarse siempre con los otros en el barrio, la colonia, la fábrica, la escuela, el pueblo, el hogar, incluso ahí en donde nadie quiera; vendrá de la unidad de todo el pueblo.
¡La militarización no es la solución! / ¡Los tanques no aplastan la desigualdad y la injusticia! / ¡Las armas dirigidas contra el pueblo no liberan; lo someten, lo humillan, lo laceran! / ¡Queremos más escuelas, más libros; no más balas! / ¡Queremos hospitales, casas dignas; no más helicópteros volando cerca de nuestras cabezas! / ¡Queremos trabajos dignos, salarios justos; no más soldados entrenados para matar a quienes se les ordena! / ¡Ser joven no es ser delincuente! / ¡No a la criminalización de la protesta social! / ¡No más violencia de Estado contra las mujeres! / ¡No más violencia de Estado contra el pueblo!
Nos pueden negar nuestro derecho a luchar y a resistir, pero jamás podrán evitar que los hombres dignos, las mujeres dignas busquemos siempre la justicia, la verdad, que no perdamos nunca la memoria ni el objetivo de luchar contra la impunidad.
A todas las víctimas de la militarización y de la violencia sistémica en todo nuestro país, a todas nuestras compañeras y compañeros luchadores sociales que en tiempos recientes han sido perseguidos, torturados, encarcelados, ejecutados extrajudicialmente o han sido detenidos y desaparecidos; a todos ellos desde aquí nuestro amor, nuestro coraje, nuestra decisión de luchar y de jamás rendirnos.
A la población de Ciudad Juárez y del Estado de Chihuahua, en especial, nuestro saludo, nuestra solidaridad, nuestra lucha diaria por la justicia. Por ustedes, por nosotros, por todos somos. Caminaremos hasta el final y haremos siempre nuestro mejor esfuerzo de seguir organizados.
A todo aquél que en este momento nos escucha, a todo aquél que en otro momento leerá esta proclama, luchemos juntos, encontremos las mejores formas de organizarnos, hagamos que este movimiento crezca, para vivir con dignidad, para construir un país justo, un México nuestro, para no pasar por la vida como cualquier recuerdo que el tiempo seca.
COORDINADORA CONTRA LA MILITARIZACIÓN Y LA VIOLENCIA
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