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jueves, 26 de mayo de 2011

Adios a Leonora Carrington:personaje delirante, maravilloso, un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sombrilla que se convierte en un pájaro que se convierte después en pescado y desaparece".

De la locura a la genialidad

ELMUNDO.ES Isabel Longhi-Bracaglia | México DF
Cuando nació (Chorley, 1917) lo tenía todo para convertirse en una ejemplar dama británica. Todo, excepto las ganas de someterse a un mundo atado a los convencionalismos. No, Leonora, nunca fue como las otras niñas. Tenía una familia más que acomodada, su nany irlandesa, sus caballos... pero para cuando ya tocaba ir a los bailes de la alta sociedad, ella había sido expulsada de dos colegios por escribir al revés y hablar de alquimia.
Como escribió en 'La debutante', prefería la compañía de las hienas a las fiestas de sociedad. De modo que con tales antecedentes, no es de extrañar que aquella joven inconformista y rebelde huyera de la tutela de sus padres para dedicarse a lo que luego fue su pasión: el arte, que cultivó como pintora, escultora y escritora.
El recorrido por un mundo interior lleno de sueños y magia comenzó en Londres, en la Chelsea School of Arts y la Academia Ozenfant. Y marcó no solo su obra, sino toda una vida de novela. Allí no solo empezó a pintar, también conoció al pintor surrealista Max Ernst, del que se enamoró hasta la locura.
Aunque en los últimos años de su vida no quería ni hablar de aquella historia, lo cierto es que, para disgusto de su padre que no volvió a hablarla, Leonora se fugó con él a París y gracias a eso conoció a otros representantes del surrealismo como Salvador Dalí, Marcel Duchamp, André Breton y Pablo Picasso.
Ella misma expuso en una muestra colectiva con otras figuras del movimiento en 1938, que se presentó en Amsterdam y París, pero tuvo que esperar mucho años más para que su talento fuera reconocido. Su condición de mujer no la ayudó, aunque fue la Segunda Guerra Mundial, la que agitó su camino hacia un destino que no podía imaginar.

Una masía por una botella de coñac

La invasión nazi de Francia la separó de Ernst, detenido y conducido a un campo de concentración. Como alemán que era, fue arrestado entonces como "extranjero enemigo". Paul Éluard consiguió su liberación pero volvieron a apresarlo en 1940 y tras una huida frustada, la Gestapo lo separó desfinitivamente de Leonora.
Ella, en un brote psicótico vende la masía francesa de ambos por una botella de coñac y escapa a España enloquecida en busca de un visado para Max Ernst. Pero lo que encuentra al llegar en plena dictadura franquista es la orden de su padre para que la internen en un manicomio en Santander.
En medio de una auténtica pesadilla, ahogada en medicamentos, Leonora Carrington agredió a un guardia que, dicen, intentó violarla, y en el traslado a otro psiquiátrico consiguió huir y pedir ayuda en la embajada de México en Portugal.

Entre los mitos celtas y la magia mexicana

Y su vida cambió de nuevo. En Lisboa conoció al poeta y diplomático mexicano Renato Leduc, con quien se casó. Él la ayudó a llegar a Nueva York, donde se reencontró con Ernst, ya también casado con una millonaria. Y él la llevó también, en 1942, hasta el que sería su amado México.
Un año más tarde se separó del poeta, pero se quedó hasta su muerte en el país donde pudo crear y mezclar aquellos mitos celtas de los que le hablaba su nany irlandesa con los mundos mágicos que encontró en México.
Leonora coincidió con Diego Rivera y Frida Kahlo, pero no los frecuentó. Su gran amiga era la española exiliada Remedios Varo (1908-1963), a quien había conocido en París. También se relacionó entonces con Luis Buñuel, Alice Rahon, Wolfgang Paalen... Y con el fotógrafo Emericz Chiki Weisz, que se convirtió en su segundo marido y en el padre de sus hijos Gabriel y Pablo.
Quienes han conocido a esta artista genial cuentan que su talento es equiparable cuando menos al de Frifa Kahlo, que podría haber sido mucho más famosa si a ella le hubiera importado la fama (que no), que era una mujer comprometida con la causa feminista y con la judía, que tenía un sentido del humor corrosivo...
Su hija ya ha dicho que antes de que la neumonía que la llevó al hospital acabara con su vida, la madrugada de este jueves, pidió dos cosas: nada de homenajes y nada de fotógrafos en su entierro (será esta misma tarde en el Panteón Inglés del Distrito Federal, donde residía desde los años 40).
Estos días, mal que le pese a Leonora, se hablará mucho más de ella. Aunque, lo más bonito que se ha escuchado sobre su persona está escrito y firmado por Octavio Paz: "Es un personaje delirante, maravilloso, un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sombrilla que se convierte en un pájaro que se convierte después en pescado y desaparece".
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