Educación y mercado
Uno de los mayores daños causados por la mentalidad de la economía de mercado se registra en la educación: entrenamiento sin conocimientos, competencia, individualismo y predominio de tecnologías sobre artes. La escuela como fábrica de consumidores y productores. La educación al servicio de un proyecto económico. Error, la educación es y será siempre un ejercicio de humanidad, independiente.
¿Qué queremos de la educación? –ha preguntado el biólogo Humberto Maturana– ¿Queremos un mundo como el de hoy, generador de daño ambiental y pobreza? ¿Un mundo de avaricia, corrupción, deshonestidad, de mutua negación y violencia?
No, nadie quiere eso. Por ello, la educación básica debe recuperar las preocupaciones humanistas que son intrínsecas a todo proceso formativo. Educar significa formar: que el individuo se transforme en humano.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo será el futuro, no deberíamos intentar educar a los niños de acuerdo con nuestra idea de futuro, sino para que desarrollen lo mejor de su humanidad y sean valiosos en su presente. Si los niños aprenden a colaborar en vez de a competir, por ejemplo, seguramente se desempeñarán con éxito en cualquier escenario que les depare el futuro. Si no se les miente ni se les utiliza, seguramente serán honestos. Si desarrollan la capacidad de respetarse y respetar al otro, serán responsables de su conducta y tendrán una conciencia social.
Los niños han de vivir su presente y sentirse valiosos en él por lo que son, y no ser instrumentalizados para un proyecto, en el fondo político. En las edades de la educación básica (4 a 16 años), la competencia puede ser un factor negativo para su desarrollo. Porque el competir produce miedo y frustración y estas dos emociones inhiben la inteligencia.
La única emoción capaz de ampliar la inteligencia –dice Maturana– es el amor. Porque en lo que se refiere a la formación humana, no hay modernización posible. Es un fenómeno tan básico que no puede modernizarse, pues tiene que ver con nuestra constitución como seres humanos: nacemos siempre los mismos, ignorantes de todo avance cultural. Más bien, hay que actualizarnos en las neurociencias, para comprender mejor cómo el pensamiento y las emociones están imbricados en el cerebro: es mejor la alegría de aprender, que la de ganarle al compañero; que los alumnos disfruten su educación; que puedan expresarse bien y sin angustia por la calificación. Que entiendan lo que leen, no importa cuánto tiempo les lleve hacerlo.
Si la mayoría de los problemas de México tienen que ver con un mal sistema educativo, también ahí podemos inventar las soluciones.
derechosinfancia89@gmail.com
¿Qué queremos de la educación? –ha preguntado el biólogo Humberto Maturana– ¿Queremos un mundo como el de hoy, generador de daño ambiental y pobreza? ¿Un mundo de avaricia, corrupción, deshonestidad, de mutua negación y violencia?
No, nadie quiere eso. Por ello, la educación básica debe recuperar las preocupaciones humanistas que son intrínsecas a todo proceso formativo. Educar significa formar: que el individuo se transforme en humano.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo será el futuro, no deberíamos intentar educar a los niños de acuerdo con nuestra idea de futuro, sino para que desarrollen lo mejor de su humanidad y sean valiosos en su presente. Si los niños aprenden a colaborar en vez de a competir, por ejemplo, seguramente se desempeñarán con éxito en cualquier escenario que les depare el futuro. Si no se les miente ni se les utiliza, seguramente serán honestos. Si desarrollan la capacidad de respetarse y respetar al otro, serán responsables de su conducta y tendrán una conciencia social.
Los niños han de vivir su presente y sentirse valiosos en él por lo que son, y no ser instrumentalizados para un proyecto, en el fondo político. En las edades de la educación básica (4 a 16 años), la competencia puede ser un factor negativo para su desarrollo. Porque el competir produce miedo y frustración y estas dos emociones inhiben la inteligencia.
La única emoción capaz de ampliar la inteligencia –dice Maturana– es el amor. Porque en lo que se refiere a la formación humana, no hay modernización posible. Es un fenómeno tan básico que no puede modernizarse, pues tiene que ver con nuestra constitución como seres humanos: nacemos siempre los mismos, ignorantes de todo avance cultural. Más bien, hay que actualizarnos en las neurociencias, para comprender mejor cómo el pensamiento y las emociones están imbricados en el cerebro: es mejor la alegría de aprender, que la de ganarle al compañero; que los alumnos disfruten su educación; que puedan expresarse bien y sin angustia por la calificación. Que entiendan lo que leen, no importa cuánto tiempo les lleve hacerlo.
Si la mayoría de los problemas de México tienen que ver con un mal sistema educativo, también ahí podemos inventar las soluciones.
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