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domingo, 18 de septiembre de 2011

La permanente emboscada a la Independencia Nacional: Humboldt y sus servicios de inteligencia militar, Iturbide y su traicion

Ana María Zavala Soto
ceibamex@hotmail.com
Septiembre de 2010
   
Los mexicanos somos un pueblo de profundas raíces, valeroso, trabajador, de  altos ideales que hemos luchado por sobrevivir -como decían las compañeras y amigas de la escuela secundaria- contra viento y marea, a pesar de todo. Ejemplos de ese viento huracanado y feroz marea fueron dos circunstancias que la Historia registró y conviene recordar en este Bicentenario del inicio de la Guerra de Independencia de nuestro País. Una, previa a mil ochocientos diez y otra que se desarrolló seis años después del fusilamiento de Morelos, en mil ochocientos veintiuno.
Primera (1):
Alejandro von Humboldt, cuya estatua se exhibe en la sala de lectura de la Biblioteca Nacional, fue un naturalista ilustrado alemán (1769-1859), alumno de Schelling (filósofo del absoluto a diferencia de la filosofía del sujeto) quien perteneció al Círculo de Weimar, en donde alternó con personajes como Goethe, Schiller, Herder y Schlegels, entre otros. Autodidacta también, se le describió como un personaje ávido de información pero inhábil para el análisis. Coincidió con las ideas de Adam Smith y del liberalismo. Paul Lafargue -cubano socialista- yerno de Carlos Marx y el mismísimo Federico Engels señalaron que Humboldt intrigó para obtener de Guizot (2) la expulsión de Marx (3), de Francia. El barón Von Humboldt se caracterizó por su “pasión liberal a favor de los Estados Unidos [de Norteamérica], el modelo político, y a disfavor, por contra, de la Nueva España” (4) ¿Cuál es la relación de Humboldt con la independencia de México? Está dada por la grandísima importancia de la información sobre la entonces Nueva España que este personaje proporcionó a los Estados Unidos, información que en aquellos momentos (1804) ni siquiera era conocida en la llamada Nueva España, salvo –de manera muy fragmentada- por los especialistas que involuntariamente e ignorantes del destino que se le daría, le proporcionaron y que contribuyó, por no decir –determinó para el futuroel tipo de relación Estados Unidos- México.
Con una base de estudios de medicina, antropología, historia natural, matemáticas, física; griego, latín, historia, arqueología, arte, además de mitología clásica, minería, mineralogía, métodos financieros y, economía política y astronomía, entre otros, además del dominio de los idiomas inglés, francés, español y su materno alemán, Humboldt realizó mediciones en la meseta castellana hasta la costa atlántica de Galicia. Deseando hacer una caravana de mediciones en América se relacionó (1799) con el Ministro de Estado Español Mariano Luis de Urquijo quien le facilitó una audiencia con el rey Carlos IV y la reina María Luisa de Aranjuez. Previa entrega de un proyecto de viaje, se le autorizó y financió para que viajara -dentro de los dominios de España- por donde quisiera e investigara lo que le pluguiere con un crédito efectivo ilimitado.
Después de prolongado viaje por América del Sur y Cuba, desembarcó Humboldt en Acapulco (Nueva España) el veintitrés de marzo de mil ochocientos tres. Ahí inicia sus observaciones, mediciones y descripciones de múltiples aspectos de la entonces Nueva España y que posteriormente conformarían su libro Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España compuesto de catorce capítulos y que en esencia constituiría un completísimo estudio de geografía física, económica y socio-política de la Nueva España. Ahí se mostró extracción de recursos naturales: minería –oro y plata sacados de las minas de México desde 1690 hasta 1803- , forestales, pesqueros; otras producciones -agrícolas, ganaderas, pesqueras-, población -por grupos sociales, etnias, lenguas, número de pobladores-, oficios, nombres y períodos de funcionarios –oidores, virreyes o gobernadores-, etc. etc. etc. En seis libros y catorce capítulos, Humboldt escudriñó y describió la realidad de la Nueva España de una manera que ni el propio virrey y funcionarios coloniales conocían. Así se sucedieron los hechos (5): “Humboldt, que se había pasado cosa de un año (1803) en la teocrática Nueva España y que había convertido, para su provecho científico al Colegio de Minería en un centro asiduamente concurrido por todos los sabios del virreinato, supo reunir en torno a su persona una brillante pléyade de jóvenes estudiantes con los cuales se dio a levantar y delinear cartas y mapas del país, se dedicó a recolectar innumerables datos e informaciones oficiales y a copiar y extraer en los archivos importantísimos documentos públicos, entre los cuales no fueron pocos los de carácter muy reservado.
Pues bien, tras dicho año de opima y fructífera cosecha de materiales y fuentes, que le permitirían después escribir, según ya es de dominio común, el famoso Ensayo sobre el reino de la Nueva España, marchó el sagaz viajero a Cuba, donde continuó, o por mejor decir, recontinuó la colecta, pues que era su segunda visita a la isla, y poco después desembarcaba en Filadelfia, en la primavera del año del Señor de mil ochocientos y cuatro.Apenas desembarcado y alojado en la taberna de la calle del Mercado escribió Humboldt (24-V-1804) al Presidente Jefferson comunicándole la llegada; remitíale un paquete que el cónsul de La Habana enviaba al presidente y le manifestaba el deseo ardiente de visitarlo. Con habilidad y halago sumos –nadie mejor que Humboldt para manejar la lisonja alaba al presidente de los Estados Unidos por las ideas liberales que lo adornaban, y que, según Humboldt, le habían influido desde su más temprana juventud, y por la comprensión de que daba muestras el pueblo estadounidense al sostener la preciosa gracia de la libertad. Prometía además ofrecerle sus respetos, si es que era recibido, y conversar de las Notas sobre Virginia (escrito propagandístico del presidente con miras de atraer colonos) y sobre los dientes de un mamut descubierto por el viajero en los Andes. Jefferson le contestó afirmativamente (28 – V – 1804), no tanto por el interés de discutir acerca de los dientes del prehistórico proboscidio, o por sentirse adulado por Humboldt, sino por saber de viva voz las noticias que en general le podía proporcionar tan ilustre viajero sobre los territorios hispánicos recorridos y en particular sobre la Nueva España, con la que de pronto habían venido los Estados Unidos a formar frontera tras la venta precipitada de la Louisiana hecha por Napoleón (1803).
Humboldt cayó pues en los Estados Unidos como llovido del cielo, y, llegado a Washington, Jefferson lo invitó a una cena en la mansión presidencial; de sobremesa charlaron de antigüedades indias y otros temas científicos. Al día siguiente el suizo Alberto Gallatin, Secretario del Tesoro, invitó a Humboldt a su casa, y éste pudo mostrar al tesorero, al Secretario de Estado J. Madison y a otras personalidades sobresalientes de entonces, algo del fabuloso tesoro informativo y cartográfico que llevaba consigo. La mesa del despacho del anfitrión quedó totalmente cubierta con los mapas, planos y cartas de la Nueva España, y Humboldt permitió con generosidad que Gallatin copiase algunos fielmente. A solicitud del secretario de la “Philosophical Society”, de Filadelfia, dio Humboldt una conferencia en el “Philosophical Hall”, que se vió muy concurrida. Habló el conferencista de su viaje y lo ilustró convenientemente con dibujos y gráficas de Sudamérica y Nueva España. Uno de los concurrentes quedó maravillado por la manera como Humboldt “se traía los conocimientos de Sudamérica entera en el bolsillo”. Con fecha 9 de junio el presidente le escribió a Humboldt pidiéndole un informe sobre la frontera sur, que él suponía (interpretando mal una cláusula confusa del contrato de compra de la Louisiana, futura mina de reclamaciones diplomáticas) se extendía hasta el río Bravo o límite austral extremo del territorio recién comprado. Le suplicaba asimismo que lo informase en lo relativo a las minas que poseyese dicho territorio y su potencial riqueza, y que le comunicase todo cuanto supiere sobre la población blanca, negra o roja que viviese en esas comarcas limítrofes. Humboldt nos dice en el Ensayo (p. 184) que el Congreso de la Unión estaba convencido de que el límite legal reclamable quedaba señalado por el curso del río Bravo, lo cual le parece irrazonable. Jefferson quería por tanto más y mejores datos, pues tenía que informar al Congreso sobre la compra y extensión de la Louisiana y tenían él y sus consejeros que proyectar sus planes expansivos hacia el sur y el oeste sobre una base cartográfica científica; en vista de ello invitó al locuaz y generoso viajero a la casa de campo de Monticello. Hacia allá se dirigió pues… Humboldt cargado con sus mejores materiales gráficos e informativos. Jefferson lo escuchó atenta, ávidamente durante tres semanas, en tanto que los delineantes, geógrafos e ingenieros, invocando la sacrosanta libertad de la ciencia sin fronteras, se dieron el gusto de copiar y extraer todo lo que quisieron. El propio Humboldt nos dice que de su gran mapa de Nueva España “había quedado en 1804 una copia en la Secretaría de Estado de Washington”. Es decir, cinco años antes de que fuese publicado pudieron los norteamericanos tener el mapa que afinaría la expedición de Lewis y Clark (mayo de 1804), desde San Luis a la desembocadura del río Columbia, y orientaría la del teniente Zabulón Pike (julio de 1806), que partió también desde San Luis Missouri y acabó … en Santa Fe de Nuevo México. Con el mapa de Humboldt adquirieron los norteamericanos un instrumento formidable para sus futuros planes imperialistas. Los pobres dibujantes y jóvenes alumnos de Minería jamás pudieron sospechar para quien habían ¡ay! gratuitamente trabajado; los informadores novohispanos y sudamericanos de Humboldt tampoco pudieron saber a quienes habían realmente informado: lo cierto fue que las primeras reclamaciones, primero contra España y posteriormente contra México comenzaron a tomar cuerpo en aquellas interesadas vacaciones que le brindó Jefferson a su admirador Humboldt: que la hospitalidad obliga. Más aún, ambos cambiaron impresiones sobre el futuro político del imperio español y bosquejaron algunos planes, aunque como nos dice Von Hagen, lo que aportara el alemán a dichos proyectos “es cosa que nunca se reveló”. Sin embargo, parece ser que hablaron de la posibilidad de establecer tres grandes repúblicas, una de las cuales sería nuestro México. Por el testimonio escrito al secretario del presidente, William A. Burwell, sabemos que la plática fue muy animada y que Jefferson escuchó con singular fervor a su informante, que le abría el mundo misterioso y hasta entonces semiclausurado de las colonias hispanas.
Vuelto Humboldt a Europa no dejó de cartearse con Jefferson, quien a raíz de la aparición políticamente oportuna del Ensayo (1811), en carta fechada el 14 de abril de dicho año se refiere por cierto a la circunstancia feliz de haber visto la luz la obra en el momento mismo en que los países hispanoamericanos comenzaba a atraer la atención de todo el mundo. El Ensayo y el Atlas novohispanos poseyeron durante la primera mitad –y algo más- del siglo XIX un carácter estratégico de inteligencia militar, cuando menos el gran explorador del Oeste americano, el coronel Carlos Frémont (1842-44), candidato republicano a la presidencia en 1856, en competencia con Buchanan, que fue elegido, se sirvió ampliamente del material humboldtiano y agradecido bautizó a la geografía norteamericana con el nombre de Humboldt aplicado a una cordillera en Nevada y al río Ogden. De admitir los testimonios norteamericanos, el sueño expansionista de Jefferson, heredero directo del británico, siempre tuvo en Humboldt el aplauso y espaldarazo iniciales.
El 28 de enero de 1848 le comunicaba Jorge Bancroft al presidente Polk que había visitado a Humboldt en Paris y que éste le encargó le transmitiese al primer magistrado “lo mucho que le complacía nuestra pretensión”. “La extensión del territorio que usted demanda [de México]  prosigue Bancroft- estima que nos pertenece legítimamente y el tono de moderación que impera en el mensaje demuestra su adhesión cordial y decidida. Su opinión es valiosa; habiendo sido honrado con la ciudadanía mexicana, su parcialidad, de existir, estaría a favor de México”… En 1869 el mismo informante anterior, dedicado ya a su ingente tarea historiográfica, expresó al celebrarse el centenario del nacimiento de Humboldt, que el sabio germano, al que él había visto en 1820 y en 1848, “fue siempre amigo de la joven América. [Que] midió sus simpatías para con nosotros, [los estadounidenses], no por los méritos que pudiéramos tener, sino por la bondad de su corazón. Él, que conocía tan bien nuestro continente, conocía las relaciones de los Estados Unidos con todas sus partes … y deseaba especialmente que California y toda la tierra que ahora nos pertenece en el Pacífico, llegara a ser nuestra”. Según parece los servicios prestados por Humboldt a los Estados Unidos tuvieron que ser muy importantes dado que el Secretario de Guerra, Juan B. Floyd, le escribía diciéndole (1856) que nunca los podrían olvidar”. Esa fue la “aportación” de Humboldt (6) a nuestra independencia.
De los párrafos anteriores es posible hacer muchos comentarios, entre ellos el hecho de que ciertos capitales y gobiernos de los Estados Unidos, desde la fundación de ese país, estuvieron al acecho no sólo de los territorios fronterizos que correspondían a México (antigua Nueva España), sino también de intervenir en las políticas internas para el beneficio de los Estados Unidos; como quedó demostrado después, abierta y pública –por no decir descaradamente- en el atentado contra Francisco I. Madero, en tanto se apropiaban de incontables recursos naturales, como lo describe, literariamente Bruno Traven en La rosa blanca. Su política de expansión e intervencionista lo convertiría en lo que, por el momento sigue siendo, el país más poderoso del mundo.
Segunda:
En 1810, un grupo de criollos y mestizos novohispanos con visión política inició un ensueño de nación. Fueron respaldados por el pueblo, indígena en su mayoría. Durante el transcurso de once años, hasta mil ochocientos veintiuno en que se firmó el Acta de Independencia se sucedieron luchas de intereses de los grupos en el poder. Dice Francisco Martín Moreno(7) : “Matías Monteagudo(8) [conocido por su lealtad a la corona y por sus deslumbrantes títulos de rector de la Real Universidad Pontificia, director de la Casa de Ejercicios de La Profesa y consultor de la Inquisición-pág. 11-]…y un grupo de sacerdotes pertenecientes al altísimo clero fueron los que realmente rompieron con España… para ello contaron con el apoyo de latifundistas, magnates del comercio, militares de alto rango, distinguidos integrantes de la magistratura, criollos destacados, funcionarios y burócratas sobresalientes, todos ellos deseosos de conservar su patrimonio y sus privilegios políticos, se reunían el Regente de la Real Audiencia Miguel Bataller, el exinquisidor José Tirado y otras personalidades, quienes contaban con el apoyo velado del virrey Juan Ruiz de Apodaca. El objetivo de las juntas era preciso: crear una confabulación armada en contra de la España liberal, que sería llevada a cabo por el grupo más reaccionario de la sociedad, un conjunto de personajes fanáticamente adictos a la monarquía española y a la iglesia católica…[El ejecutor de sus planes, propuesto por Monteagudo, fue Iturbide] …¡México rompería con España! La independencia era un hecho y se consumaría con sólo un par de tiros. La participación de Vicente Guerrero, según Montegudo, se justificaba para cubrir las apariencias y presentar algunas batallas con el fin de lograr públicamente la conquista de la libertad. El virrey Apodaca, en el fondo, apoyaba el movimiento, y no se lanzaría en contra de Iturbide para atraparlo, encarcelarlo, juzgarlo, fusilarlo y decapitarlo, como había ocurrido con los primeros curas insurrectos amantes de la libertad. Se haría de la vista gorda, muy gorda…pondría a Iturbide fuera de la ley sólo para cubrir las apariencias. Para todo efecto, la única realidad era que finalmente nos emanciparíamos de España y que la iglesia conservaría su patrimonio y sus privilegios. Así, después de varios encuentros armados sin mayor trascendencia militar entre Iturbide y las tropas insurgentes encabezadas por Guerrero –como la de Tlataya y Espinazo del Diablo-, el futuro emperador de México, brazo armado del clero, decidió cambiar la estrategia militar por la diplomática. Iturbide se acercó a Guerrero, a Bravo y a Guadalupe Victoria a través de sus cabilderos. Ya no recurriría a las armas para imponerse, sino a los verbos y los adjetivos. En un principio, Guerrero se negó a sostener conversaciones con un capitán realista. Guadalupe Victoria tampoco había sido derrotado en el campo de batalla, nunca se había rendido; y lo mismo ocurría con Nicolás Bravo. Sin embargo, luego de muchos esfuerzos, las conversaciones se llevaron a cabo y en ellas Iturbide se abstuvo de mencionar las condiciones impuestas en forma encubierta por el alto clero. Guerrero aceptó sus planes: se creó un ejército conjunto, se propuso la formación de un Congreso, se acordó el mantenimiento de los vínculos con España y se pactó la subsistencia de los privilegios eclesiásticos. Por supuesto que también se mantendría el fuero del clero y de los militares. Iturbide no se detuvo en sus promesas: juró la absoluta independencia de España por razones que jamás le confesó a Guerrero, y propuso la adopción de una monarquía moderada de acuerdo con una Constitución Imperial Mexicana, la cual se promulgaría en el futuro, e invitaría a Fernando VII o alguien de su dinastía para gobernar el nuevo país.
Las instrucciones de Monteagudo se ejecutaron a la perfección. De esta manera, ambos líderes sellaron el histórico pacto con el Abrazo de Acatempan, mientras las tropas insurgentes y las realistas arrojaban al piso los mosquetes y las espadas. México, finalmente, sería libre. Las élites del nuevo país celebraron la independencia con bombo y platillo: el ejército, los comerciantes, el clero y la nobleza criolla y peninsular festejaron escandalosamente la firma del Plan de Iguala, pues en él se hacía constar la independencia y se establecía la exclusividad de la religión católica, “sin tolerancia de otra alguna”. ¿El clero? Satisfecho, satisfechísimo. Ya sólo faltaba suscribir los tratados de Córdoba el 24 de septiembre de 1821 y presenciar el desfile del Ejército Trigarante por las calles de la ciudad de México el día 27 de ese mismo mes, un ejército integrado principalmente por soldados realistas. ¿Y los rebeldes, los insurgentes? Claro que asistieron al desfile, pero obviamente su número era insignificante. Desfilaron y gritaron vivas por la libertad los mismos que estaban obligados a impedir con las armas el éxito de los rebeldes. Cualquiera hubiera entendido una marcha de insurgentes, ¿no? … pero ¿cómo aceptar un desfile encabezado por aquellos que habían fusilado a Hidalgo, a Allende y a Morelos? El ejército realista, enemigo de las causas republicanas y liberales, defensor a ultranza de la colonia y de la dependencia de España, ¿festejaba el final del virreinato y celebraba jubiloso el nacimiento del México nuevo?”
Hemos visto de que manera los españoles y criollos conservadores -representados por Monteagudoque habían tenido el poder en la Nueva España, propiamente nunca lo perdieron. Pactaron, mediante Iturbide, con las fuerzas independentistas de Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria y los demás insurgentes que estaban ya en el límite de su resistencia. Iturbide y Monteagudo, junto con otros treinta y seis realistas (conservadores a favor de la nobleza) integraron la Junta Provisional Gubernativa e impidieron participar en ella a los insurgentes.
Con la independencia proclamada, se iniciaría en México con la lucha entre conservadores y liberales, continuadores –respectivamente- de los realistas y de los insurgentes. Independencia denota la condición de no estar prendido; es decir, no estar detenido, enganchado o sujeto…… pero, como acaban de decirnos los historiadores, desde antes de su nacimiento, la Nación Mexicana está prendida, detenida, enganchada, sujeta y, es embestida por esas dos fuerzas insaciables: el capital financiero internacional y la plutocracia conservadora del País. ¿Serán nuestras raíces tan fuertes como para que nuestra Nación no muera? ¿Lograremos, como sociedad, superar nuestros problemas? El Profr. Dr. Freud señalaba para resistir dos acciones: Amar y trabajar. Las compañeras de secundaria completaban: “Valor, inteligencia, perseverancia” ...
AMZ
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1) En lo histórico se sigue a ORTEGA y Medina Juan A. “Estudio preliminar, revisión del texto, cotejos, notas y anexos” del Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España de Alejandro Von Humboldt. México. Editorial Porrúa. Colección Sepan cuantos 2004 páginas IX a CLXXV.
2) Francois Guizot (1787-1874) fue un político e historiador francés “…de 1840 a 1848 gobernó Francia, pero cayó, y con él la monarquía, a consecuencia de su conservadurismo…” Diccionario Enciclopédico 2004. Editorial Larousse. Colombia pág. 1376
3) Carlos Marx. (1818-1883) “Filósofo, economista y político alemán, creador del socialismo científico…. Expulsado de Paris en 1845” La Enciclopedia. Salvat Editores S.A. Madrid 2004 Tomo 13 págs. 9790 y 9791. Federico Engels fue su benefactor, amigo y colaborador. Autor a su vez de muy importantes obras de análisis filosófico materialistas.
4) ORTEGA, Op. Cit. página XV
5 )ORTEGA, Op. Cit. páginas XV a XIX.
6) Seguramente cuando Juárez proclamó a Humboldt Benemérito de la Patria (Decreto del 29 de junio de 1859) (Diccionario Porrúa, OP. Cit. Tomo II pág. 1752) no estaba enterado de la importantísima y estratégica información que Humboldt había entregado a las fuerzas políticas y económicas de los Estados Unidos de Norteamérica, situando de esa manera a nuestro País en gran desventaja respecto a una relación entre países iguales con los Estados Unidos. Me gustaría que en todo México no existiera una calle llamada Humboldt, que su estatua no fuera exhibida y menos en un lugar público. También, votaría porque al Golfo de California deje de llamársele Mar de Cortés.
7) MORENO, Francisco Martín. 100 mitos de la historia de México Querétaro, México 2010. Santillana Ediciones Generales, S.A. de C.V. págs. 10, 11, 13, 14, 15, 16 y 17
8) Matías Monteagudo “(1770?-1841) Sacerdote. N. en Villa García, Cuenca, España. Canónigo de la Catedral Metropolitana…Se le concedieron honores de inquisidor, y dirigía, además, la Casa de Ejercicios en el Oratorio de San Felipe Neri de la Cd. De México, que por haber sido la Casa Profesa de los Jesuitas conservó este nombre, y se lo dio a la llamada Conspiración de la Profesa…por celebrarse en el aposento de Monteagudo las reuniones (nov. 1820) de muchos españoles contrarios al restablecimiento de la Constitución de Cádiz. Amigo de Agustín de Iturbide…Fue miembro de la Junta Provisional Gubernativa del Imperio Mexicano convocada por Iturbide el 28 de septiembre de 1821” Diccionario Porrúa. Historia, Biografía y Geografía de México Tomo III México 1995 págs. 2333 y 2334

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