Marcos Chavez-Contralínea Históricamente asistimos a una etapa peculiar. En plena fase del derrumbe monetario internacional, en particular en la región de la Eurozona y la Unión Europea, y con tal de salvarse, una “mafia financiera” –expresión de Marshall Auerback, economista estadunidense–, responsable del desastre, lleva a cabo un precipitado proceso de destrucción de los fundamentos retóricos que definen la superioridad del sistema capitalista y del neoliberalismo “global” sobre cualquier otra formación económico-social, y lo sustituye por una antiutopía que puede representar su suicidio y comprometer la viabilidad del mismo sistema.
Para legitimar ideológica y políticamente el nuevo orden mundial neoliberal, bajo la hegemonía del capital financiero, los contrarrevolucionarios neoconservadores, encabezados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, le inventaron toda clase de bondades imaginables. Desempolvaron el liberalismo económico y político de Adam Smith y John Stuart Mill, y equipararon a la democracia y la libertad con la propiedad privada, el libre mercado sin interferencias, el individualismo darwiniano, el predominio de lo económico sobre lo político y la conversión del Estado en el policía de ese statu quo. Aseguraron que con la desregulación-liberalización-privatización, junto con la mundialización de los mercados y la creatividad individual se garantizaría el funcionamiento de la economía, se combatiría la desigualdad social y se resolverían los males de la humanidad. Bajo esos principios iniciaron la demolición del Estado administrador de los mercados, empresario y responsable del bienestar social.
La legalización y afianzamiento del neoliberalismo, empero, llegó acompañado con el autoritarismo como método para someter a los opositores (pese a que se presenta al capitalismo como sinónimo de democracia, en oposición al autoritarismo comunista). No es fácil convencer a alguien que con menor salario nominal –la reducción de las prestaciones y los servicios sociales, la privatización de éstos y las pensiones, el recorte de los derechos laborales y políticos, la flexibilidad para despedir a los trabajadores, o la persecución y desmantelamiento de los sindicatos y otras organizaciones– se mejorará el bienestar, y se es más libre y democrático. Por ello se recurre al garrote como terapia de persuasión.
La era de los programas de choque estabilizadores fondomonetaristas y las contrarreformas neoliberales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) se iniciaron, en América Latina, en la década de 1970, con la estrategia violenta y repentina de los genocidas coup d’État militares, “técnicamente” pontificados por la “neutralidad científica” de los Chicago Boys: Milton Friedman, Arnold Harberger, Gary S Becker y Theodore Schultz, entre otros. Después el ciclo continuó por los déspotas “democráticos” Carlos Salinas de Gortari, Carlos Menem, Alberto Fujimori. Bajo el regocijo de los mercaderes oligárquicos, el neoliberalismo se expandió a escala mundial y derribó cuanto obstáculo se interpuso, guiado por los generales del “consenso” de Washington y sus asesores, los generales de división del FMI-BM-Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio-Organización Mundial del Comercio, y las tropas “técnicas” aborígenes, pese a sus reiterados fracasos del experimento inicial chileno (1975), al argentino (2001-2002), provocados por las orgías especulativas y su estela de miseria, antidemocracia y muerte. La población metropolitana tuvo mejor suerte: se le impuso la acumulación usurera de manera “tersa”, “civilizada”. Hasta la desventura de 2007, porque a partir de ese momento fueron homologados con los subdesarrollados tratamientos de choque económico y del garrote.
Las crisis previas son apenas bocetos comparados con la hecatombe sistémica que inició en 2007, que no sólo hundió al capitalismo en su peor desastre financiero y recesivo desde la catástrofe de 1929, y la Gran Depresión de la década de 1930, arrasó a sus doctrinarias falacias, licuó los basamentos de la acumulación financiera y ha despeñado a 10 gobiernos de derecha y los social-neoliberales de Islandia y Letonia, 2009; Reino Unido, Holanda, Irlanda, Portugal y Dinamarca, 2010; Grecia, Italia y España, 2011, hasta ahora. Porque como escribió el poeta Blas de Otero: “Escrito está. Tu nombre está ya listo/ temblando en un papel. Aquel que dice:/ Abel, Abel, Abel … o yo, tú, él …/Aquí no se salva ni Dios. Lo asesinaron”. Las evidencias indican que seguirán Nicolas Sarkozy, Angela Merkel y Barack Obama, entre otros.
En su esfuerzo por tratar de evitar el segundo cataclismo financiero y recesivo, los apagafuegos del sistema se empeñan en cumplir la sentencia helénica-trágica: “A quien un dios quiere destruir, antes lo enloquece”. Emulan a Tamiris, el poeta y músico de Tracia quien quiso rivalizar con las musas, fue vencido por éstas y en castigo por su insolencia, fue cegado y privado de su talento musical.
Karl Marx o John K Galbraith (para citar a un economista que se definía como “un liberal impenitente”) señalaron que las crisis productivas y las explosiones financieras, que generalmente van acompañadas, son inherentes y recurrentes en la historia del capitalismo. Las segundas desde la creación de la primera bolsa “moderna” en 1630, en Ámsterdam, Países Bajos, en cuyas entrañas se gestó el estallido inicial de 1937; la tulipomanía, de acuerdo con Galbraith, que además observó que ese fenómeno se repite con una regularidad media de 20 años; lo único novedoso entre ellos son las pequeñas variaciones en los instrumentos financieros empleados para especular, sean tulipanes, sociedades por acciones, hipotecas subprime o CDS (credit default swap), todos son riqueza ficticia, apalancada, creados con el crédito; siempre hay una minoría ganadora que acrecentará su riqueza y se va a “la cama cada día soñando con otra recesión”, como dice el cínico y oscuro trader inglés, Alessio Rastani, porque “la crisis es un sueño hecho realidad para aquellos que quieren hacer dinero, son una oportunidad [y] a la mayoría de inversores no nos importa cómo arreglar la economía, sino cómo hacer dinero” (en realidad, los mafiosos respetables no sueñan ni esperan: construyen las burbujas especulativas y sólo les importan los rescates cuando son para salvaguardar sus fortunas), algún suicida y uno que otro delincuente financiero encarcelado –normalmente de pequeña estatura– y una economía y un pueblo arruinados.
El ímpetu especulativo fue temporalmente contenido con las regulaciones impuestas por Franklin D Roosevelt (y su new deal), después del crash de 1929 al poder financiero, al que calificó como “báncgsters”, con el objeto de restablecer la supremacía de la inversión productiva, el bienestar social y la política sobre los mercaderes. Sin embargo, cuando los neoconservadores asaltaron al Estado eliminaron esas anomalías, restauraron el antiguo orden y restablecieron la hegemonía financiera sobre la producción y la política, lo que explica que, desde la década de 1980, las detonaciones especulativas sean más recurrentes y brutales.
En lugar de administrar la marcha de la locura financiera capitalista que obstaculiza la posibilidad de superar la recesión mundial y la crisis fiscal de los Estados y su insolvencia de pagos, los que murieron y los que van a fenecer han actuado con irracionalidad por los geniales barones mafiosos: los salvaron, les permiten seguir la orgía, los solapan y obligan a las mayorías a pagar los costos.
Peor aún, ante la predecible imposibilidad de apagar el incendio al arrojar más gasolina, instrumentan la antiutopía capitalista. “Estamos asistiendo ni más ni menos que a un golpe de Estado financiero de la clase rentista de la Eurozona”, indica Marshall Auerback. Transitamos del “Estado cleptocrático”al “golpe de Estado financiero contra el Estado democrático y social de derecho en Europa”, añade el economista Michael Hudson, de la Universidad de Missouri. Agrega que “lejos de limitarse a retraer la economía, lo que persigue ahora el neoliberalismo es alterar la trayectoria de la civilización occidental en los dos últimos siglos. Impedir que progrese la seguridad social, las pensiones de los trabajadores, la asistencia sanitaria, la educación y otros servicios públicos, desmantelar el Estado democrático y social de derecho, poner fin a los logros de la era progresista e incluso al ideario programático del republicanismo clásico”. Asistimos “a la ejecución de una política por largo tiempo planeada, puesta ahora por obra a toda máquina y por doquier. Los intereses rentistas, los creados en un siglo de era progresista, de new deal y de reformismo buscaron subordinar al conjunto de la economía, están contraatacando. Y tienen el control de la situación con sus propios representantes en el poder, muchos son, irónicamente, dirigentes de partidos socialdemócratas o laboristas”.
Europa y el capitalismo mundial avanzan rápidamente hacia la dominación neoliberal totalitaria.
Se pasa del golpismo militar y de mercado, de las políticas de choque y las reestructuraciones profinancieras, antisindicales y antiestatales al golpe de Estado financiero. Los rentistas, los jinetes del apocalipsis –Merkel, el FMI, el Banco Central Europeo, la Unión Europea y su escudero Sarkozy– y el emergente bloque histórico imponen la distopía de la “nueva austeridad” que sustituye a la utopía del bienestar. Hasta hace poco se hablaba de la estabilidad y las reformas estructurales como condiciones para aspirar a la bonanza. Ahora se le dice a la población y a los votantes que la recuperación de la prosperidad perdida demanda el ascetismo. Se les exige e impone indiscriminadamente. Se retoman las viejas consignas y el mismo tratamiento fallido del FMI. Se necesitan “grandes sacrificios”, lo que implica “bajar salarios”; “establecer la competitividad implica ajustes penosos”, señaló su actual economista en jefe, Olivier Blanchard. Desde luego para los trabajadores, porque de lo que se trata es de que con el ajuste fiscal, con más impuestos y menos gasto, los Estados generen los excedentes necesarios que garanticen el pago de los títulos de deuda que poseen los especuladores.
Como esas medidas tienen problemas de legitimidad y son socialmente inaceptables, para evitar sobresaltos con gobernantes como Yorgos Papandréu, que a última hora quiso respaldarse en un referéndum, o las acrobacias al estilo Silvio Berlusconi, llevan a cabo la intervención directa en las naciones-cocuyos para no verse en la necesidad de actuar en las trastiendas. A diferencia de Rodríguez Zapatero, Papandréu y Berlusconi no cayeron a través de las urnas o las revueltas: fueron derribados a golpes de “mercado”, con la complacencia y la ayuda de los jinetes citados. Ese método será empleado frente a otros gobiernos incómodos. En otros casos, los electores y los sustitutos como Mariano Rajoy les harán el trabajo sucio. Y los votantes que festejen la caída de uno u otro gobierno de todos modos tendrán que tragarse la misma medicina, al margen de los colores partidarios.
Para operar sus sicarios, que se declaran “técnicos apolíticos”, no requieren de la legitimidad de la democracia burguesa. Al ceder las soberanías nacionales y convertir a sus países en protectorados, las elites locales aceptaron su impunidad. La democracia y la política vuelven a quedar avasalladas por el “mercado”.
Goldman Sachs parodia de su logo por Dopey Cowboy: |
Mario Monti y Lucas Papademus son simples sicarios de la junta de acreedores que aplicarán la “libertad y democracia” al estilo del grupo Goldman Sachs. Son “chicos Goldman” que vuelven a la escena del crimen. Los nuevos comisarios del pueblo son los mismos ejecutivos que ayudaron a los griegos a maquillar su déficit fiscal, los que crearon los productos Frankenstein, los que provocaron el desastre mundial. Es como meter “a un zorro a cuidar el gallinero”, indicó el economista Simon Johnson, de Massachusetts, quien irónicamente agregó: cuando se pone “a un ladrón de vigilante” pueden suceder dos cosas: “A veces, ello evita nuevos robos”, porque conoce bien los métodos de los malhechores. Y otras veces, “simplemente hay más robos”.
Auerback indica que “los que no tienen voz, la inmensa mayoría, sufrirán horriblemente. Se les ha dejado con la sola alternativa de darse muerte por propia mano o ser fusilados”.
Sin embargo, queda una salida: al atizar la lucha de clases y al subvertir la democracia burguesa estimularán la ira popular, la revuelta o la revolución que transformen radicalmente a las sociedades.
*Economista
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