¡Un clamor por la vida y la justicia!
Antier mataron a don Trino; y días antes de antier a don Nepo; y otros tantos antes a Pedro. En el inter a 26 por allá, a 13 por acullá. Y antes de todos ellos y ellas, a 50 mil. En muchos lugares ya nadie sale de sus casas, de sus miedos, de la indiferencia de sus corazones duros.
Don Trino defendió la vida con su vida, defendió la vida de los suyos, que son también nuestros, y la de su madre tierra, que es también nuestra madre. Él lo dijo: Sólo muerto me sacarán de aquí; nos lo dijo, y no sólo al Estado y a los criminales, para que lo acuerpáramos y a Ostula (y a Cherán y a nuestra patria toda); y lo hicimos, pero no fue suficiente. No somos machos ni muchos, aunque todos dicen que quieren paz.
¿Cuál paz? ¿la de los sepulcros? ¿la de la ignominia? No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sociedad que la que prefiere no escuchar el clamor de los pobres y los pueblos. ¡Hay que salir a defender la vida y resucitar la justicia! No hay nada más humano que eso, ni nada que nos deshumanice tanto como eludir esta necesaria, urgente, tarea de todas y todos.
El silencio mata, pregonaba en su cuerpo una de tantas víctimas en el norte del país, cuando la Caravana del Consuelo, del Movimiento por la paz, puso el cuerpo junto a las víctimas, como ahora lo hicieron quienes acompañaban a don Trino. ¿Pero qué se hace ante la terrible maldad humana que hemos creado? ¿Qué se hace ante la corrupción del Estado que en vez de defender a la gente, la abandona a su suerte? ¿Irresponsabilidad o perversidad?
Todos somos responsables de esta masacre, en la medida en que mantenemos nuestros brazos cruzados, nuestras bocas cerradas, nuestros pies inmóviles. Hay que vencer el miedo y la indiferencia. Como lo están haciendo las víctimas, viudas y huérfanas de sus padres, madres, esposos, esposas, hijas, hijos, hermanos. Ellas, las más frágiles de esta guerra, son las más persistentes en su llamado de justicia. Vencen el temor y la rabia, la convierten en esperanza de liberación, en clamor por la vida y la justicia. Y están muriendo por ello. ¡No las dejemos solas por el amor a Dios y a la humanidad!
¡Hay que poner un alto a la violencia de los criminales y del Estado! El único camino es la paz pregonada y vivida por todos, en nuestras calles y en nuestras plazas.
Centro de Estudios Ecuménicos
Don Trino defendió la vida con su vida, defendió la vida de los suyos, que son también nuestros, y la de su madre tierra, que es también nuestra madre. Él lo dijo: Sólo muerto me sacarán de aquí; nos lo dijo, y no sólo al Estado y a los criminales, para que lo acuerpáramos y a Ostula (y a Cherán y a nuestra patria toda); y lo hicimos, pero no fue suficiente. No somos machos ni muchos, aunque todos dicen que quieren paz.
¿Cuál paz? ¿la de los sepulcros? ¿la de la ignominia? No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sociedad que la que prefiere no escuchar el clamor de los pobres y los pueblos. ¡Hay que salir a defender la vida y resucitar la justicia! No hay nada más humano que eso, ni nada que nos deshumanice tanto como eludir esta necesaria, urgente, tarea de todas y todos.
El silencio mata, pregonaba en su cuerpo una de tantas víctimas en el norte del país, cuando la Caravana del Consuelo, del Movimiento por la paz, puso el cuerpo junto a las víctimas, como ahora lo hicieron quienes acompañaban a don Trino. ¿Pero qué se hace ante la terrible maldad humana que hemos creado? ¿Qué se hace ante la corrupción del Estado que en vez de defender a la gente, la abandona a su suerte? ¿Irresponsabilidad o perversidad?
Todos somos responsables de esta masacre, en la medida en que mantenemos nuestros brazos cruzados, nuestras bocas cerradas, nuestros pies inmóviles. Hay que vencer el miedo y la indiferencia. Como lo están haciendo las víctimas, viudas y huérfanas de sus padres, madres, esposos, esposas, hijas, hijos, hermanos. Ellas, las más frágiles de esta guerra, son las más persistentes en su llamado de justicia. Vencen el temor y la rabia, la convierten en esperanza de liberación, en clamor por la vida y la justicia. Y están muriendo por ello. ¡No las dejemos solas por el amor a Dios y a la humanidad!
¡Hay que poner un alto a la violencia de los criminales y del Estado! El único camino es la paz pregonada y vivida por todos, en nuestras calles y en nuestras plazas.
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