AcentosEpigmenio Ibarra
Palabras en el encuentro Arte y cultura, Morelia, Michoacán, 14 de febrero 2012.Para hablar de cultura y arte he venido y lo haré, pero antes permítanme hablar de la guerra de Felipe Calderón contra el narco, de su cruzada que ha costado 60 mil muertos y cuyas heridas tardarán generaciones en sanar.
Con la guerra sucede que cuando uno no la siente y cree que es una tragedia ajena, no le concede la mayor importancia, pero que cuando la siente es demasiado tarde.
Yo la he vivido. He visto a los hombres despeñarse en ese abismo. La guerra es un juego de adultos en el que son los jóvenes y los niños los que matan y mueren.
Desde sus oficinas blindadas, Calderón ordena. Librará una guerra por encargo destinada a profundizarse y extenderse porque las armas y los dólares seguirán llegando de Estados Unidos.
Y desde aquí la droga seguirá saliendo, porque nadie allá tiene interés real en detener ese flujo que, para ellos, significa paz en la medida en que millones de pandilleros, armados hasta los dientes, viven por y para la droga.
Porque millones de adictos la compran a precios exorbitantes y a Wall Street le hace falta ese dinero para oxigenar la economía norteamericana. Porque Washington no atiende el problema simplemente porque los muertos los ponemos nosotros.
Porque Hollywood la consume y la promueve, y resulta muy conveniente explotar la imagen del hispano involucrado con el trafico de drogas. Como si el crimen fuera sólo asunto de las minorías.
Como si entre los ejecutivos de Wall Street, los políticos de Washington, en las mansiones de Beverly Hills fueran humildes inmigrantes los que surten la droga.
Como si no hubiera, en EU, funcionarios de aduana, policías, miembros de agencias gubernamentales, jueces, coludidos con los cárteles norteamericanos de la droga.
Por esto digo que Felipe Calderón libra una guerra destinada, muy convenientemente para él, a perpetuarse.
Porque la guerra conviene al autoritarismo. La gente atenazada por el miedo, enceguecida por la propaganda lo único que pide es “mano dura”.
“Viva la muerte; muera la inteligencia”, gritó a Miguel de Unamuno el general Millán Astray. En esa misma disyuntiva nos encontramos.
La guerra mata a la democracia y también a la cultura.
Por eso hay que detenerla sin que eso signifique cruzarse de brazos ante el crimen organizado o negociar con él. Es esa una falsa disyuntiva que Calderón promueve: o a favor de la guerra o contra México.
No es a balazos como se termina con un fenómeno que al poder, aquí y al norte del Bravo, le conviene que continúe creciendo.
La cultura es celebración de la vida, la guerra es muerte y en este país urge recuperar la vida como valor fundamental. Desayunamos con decapitaciones masivas, cenamos con masacres.
Hay que llevar el arte y la cultura a las zonas asoladas por la violencia. Hacer que ese aliento de vida y esperanza llegue a quienes viven bajo la amenaza del crimen organizado y expuestos a la corrupción e ineficiencia criminal de las autoridades.
Siendo México el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo, no será esta una tarea fácil. Pero es preciso y urgente contrarrestar la subcultura del narco y también la propaganda gubernamental.
Ambas son letales para la gente y la democracia.
Urge una ofensiva cultural; que los jóvenes descubran nuevos horizontes.
Y si usted, Andrés Manuel López Obrador, me pregunta ¿de dónde sacar dinero para hacer esto en un país como el nuestro, donde tantos millones de mexicanos pobres necesitan con urgencia salud, vivienda, empleo?, le respondo con una demanda, con una exigencia: corte usted de inmediato, si llega al poder, absolutamente todo el gasto en imagen pública de funcionarios e instituciones del Estado. Eleve a rango constitucional esta prohibición. Ni un peso más en propaganda gubernamental.
El país necesita cultura; no spots. El país necesita del poder sanador del arte. De la serenidad, la emoción, la fuerza liberadora de la poesía.
De acciones y no de spots ha de ser el gobierno que cambie el rostro del país y abra las puertas a un futuro de paz con justicia y dignidad.
Eliminar ese gasto suntuario, irracional, romperá, además, la dependencia ante la televisión privada. Hoy se gobierna en pantalla; es decir, hoy es la pantalla la que gobierna en nuestro país.
Y si hace falta más plata ahí está la que debe decomisarse al crimen organizado; esa que paga el plomo que mata a decenas de miles de mexicanos.
No soy ingenuo. No detendrán unos versos a los sicarios.
No pararan el teatro o la pintura masacres y decapitaciones. Sí, en cambio, nos devolverán algo que la guerra nos quita: lo humano y nos pondrán además en la ruta correcta.
La justicia, la paz y la democracia tienen que ver también con ese rescate de lo esencial, con la celebración de la vida como valor supremo.
Que la muerte ya no tenga permiso, que no sigan, en este México herido, los padres enterrando a los hijos.
Blog de Epigmenio Ibarra:
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