Hambre y desigualdad social
Araceli Damián*
La desigualdad social es la principal causa del hambre en el mundo. Ésta se presenta de manera más cruda cuando quita la vida a la población de las capas más bajas de la sociedad, como sucedió recientemente entre los tarahumaras.
Si bien el Banco Mundial (BM) reconoce que mil millones de personas en el mundo viven con menos de un dólar con veinticinco centavos al día, cuando duplicamos esta cifra, a dos dólares con cincuenta centavos (línea que este mismo organismo utiliza para medir este flagelo en América Latina), resulta que la mitad de la humanidad padece pobreza extrema.
Este nivel de pobreza es estructural y no se ha modifica sustancialmente en las últimas décadas. Las supuestas reducciones de la pobreza mundial no se deben a una mejor distribución de la riqueza, sino a que ha aumentado el número de trabajadores en el mundo que recibe ingresos monetarios por su trabajo, sobre todo en China, y resulta más fácil contabilizarlos.
La desigualdad provoca millones de muertes evitables. De acuerdo al Programa Mundial de Alimentos el hambre encabeza la lista de los 10 principales riesgos para la salud y cada año muere más gente por esta causa que por otras como el SIDA, la malaria y la tuberculosis combinadas. Asimismo, informa que un tercio de las muertes en niños menores de cinco años en países en desarrollo están relacionadas con la desnutrición.
Se calcula que la desnutrición contribuye a la muerte de unos 5.6 millones de niños y niñas menores de cinco años anualmente. Uno de cada cuatro menores de cinco años –o 146 millones en el mundo en desarrollo– pesa menos de lo normal para su edad, lo que aumenta el riesgo de que muera prematuramente.
Se calcula que la sequía en Somalia de 2011 pudo causar la muerte de 750 mil personas por hambre; en cambio, la mitad de la población de los países industrializados padece sobrepeso y hasta un 25% de la comida en esos países se desperdicia (Oxfam Cultivar un futuro mejor. Justicia alimentaria en un mundo con recursos limitados, 2011)
De acuerdo con Oxfam pueden tardar hasta siete meses en llegar los alimentos a los lugares donde se padecen hambrunas. Además sólo 40 centavos de cada dólar que el contribuyente paga para ayuda alimentaria en Estados Unidos realmente sirve para comprarlos, el resto de ese dinero va a parar directamente a los bolsillos de las empresas agrícolas estadounidenses. Por otra parte, dado que por ley en ese país los alimentos (de dicha ayuda) deben ser procesados y transportados por compañías estadounidenses en barcos con bandera de EEUU, cerca del 40 por ciento del costo total de la ayuda alimentaria se va en pagar a las empresas de transporte estadounidenses.
Aunque gobiernos y organismos internacionales establecen programas emergentes contra el hambre, estos representan una minúscula parte de la ayuda que se otorga a los grandes capitales, sobre todo los financieros. Por ejemplo, como respuesta a la crisis de los precios de los alimentos, el BM anunció (2008) un programa emergente de 1,200 millones de dólares para ayudar a los países pobres más afectados por la crisis, pero siete de cada diez dólares de dicha ayuda se queda en los países donadores (Oxfam).
Contrástese la cifra anterior con el plan de rescate financiero (Troubled Asset Relief Program-TARP) del gobierno de Estados Unidos por un monto de 700 mil millones de dólares. Nueve de los mayores bancos de ese país recibieron del gobierno 125 mil millones de dólares y 16 bancos regionales más de 33 mil millones de dólares en efectivo.
Por otra parte, la calificadora Merrill Lynch aseguró en su Reporte mundial sobre riqueza, 2011, que los casi 11 millones de millonarios del mundo (0.15% de la población mundial, aproximadamente) recuperaron las pérdidas provocadas por la crisis de 2008 y en 2010 su fortuna era más elevada que en 2007.
Por otra parte, aunque se asume que los países pobres exportadores de alimentos se benefician de los precios altos, la población pobre de dichos países no tiene la capacidad de comercializar tales productos a nivel internacional y, por lo tanto, son las grandes trasnacionales de alimentos las más beneficiadas. De acuerdo con Oxfam (p. 34) cuatro compañías –Dupont, Monsanto, Syngenta y Limagrain – dominan cerca del 50% de las ventas mundiales de la industria de semillas.
El control de los alimentos se ha convertido en el talón de Aquiles de muchos pueblos que antes de la implantación del modelo neoliberal eran autosuficientes alimentariamente. La riqueza de unas cuantas empresas está fincada sobre la inseguridad alimentaria de la mayoría de los pueblos. Hay que retomar la frase “otro mundo es posible”, pero ya.
*El Colegio de México, www.aracelidamian.org
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