Revista EMET /Guillermo Fabela - Opinión EMET
La crisis europea es la demostración del fracaso de un modelo económico injusto y antidemocrático, que aquí en nuestro país quiere seguir manteniendo la minoría que se ha beneficiado del mismo durante las últimas tres décadas. Para ello cuentan con el triunfo en las urnas del candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, quien asumiría el compromiso de salvaguardar los intereses de los grupos oligárquicos que sólo piensan en acrecentar sus ganancias, aun a costa de la gobernabilidad y viabilidad del Estado.
Está demostrado que quienes han estado al frente del Ejecutivo federal, lo han hecho no para servir a la nación, sino para ejecutar instrucciones de los organismos financieros internacionales, quienes a su vez obedecen designios de los líderes de las súper potencias. Así quedó de manifiesto en la Cumbre de Líderes del G-20. Felipe Calderón se comportó no como un digno anfitrión, sino como un fiel empleado del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Tal parece que su principal interés en este momento, a unos cuantos meses de que termine su mandato, es congratularse con los grandes centros de poder trasnacional con el fin de que le den alguna posición el año entrante. Se mostró muy preocupado por el futuro del FMI, y muy complacido por haber superado en 20 mil millones de dólares la cifra prevista para el fortalecimiento del organismo financiero global: 450 mil millones de dólares. Afirmó, complacido: “Es un logro que implicó varios meses de complejas negociaciones bajo la coordinación de la Presidencia mexicana del G-20 en esta ocasión”.
Vemos así que sus principales esfuerzos los últimos meses los dedicó a conseguir fondos para el FMI. Puso el ejemplo al autorizar la entrega de 14 mil millones de dólares, cifra superior incluso a la que dio Rusia, cuyo Producto Nacional Bruto es incomparablemente mayor al de nuestro país. Vladimir Putin autorizó sólo 10 mil millones de dólares, aun cuando el país más grande de la Tierra no enfrenta los difíciles problemas que tenemos los mexicanos en la actualidad, como la brutal sequía en el Norte y las tremendas inundaciones en el Sur, y no se diga la violencia extraordinaria que se quiere paliar con más violencia.
Así se constata que el principal problema de México es la ausencia de un Ejecutivo que esté al servicio de la patria. Otra muy diferente sería la marcha de la nación si Calderón ahora, o quienes lo antecedieron en el cargo a partir de 1983, actuaran con un elemental patriotismo, como lo hacen los mandatarios de las súper potencias, o de los países emergentes que han podido enfrentar con éxito las presiones del Grupo de los 7 y de los organismos financieros internacionales.
Esta es la cuestión a dilucidar en las elecciones del primer domingo de julio: se vota por quien se ponga la camiseta de México, en este caso por Andrés Manuel López Obrador, o por quien sería el fiel continuador de la entrega del país a los grandes intereses trasnacionales, o sea Peña Nieto. La debacle nacional sería devastadora en el supuesto de que el abanderado del PRI quisiera llegar a Los Pinos a como diera lugar, no sólo por la crisis generalizada que ello acarrearía, sino porque en el mundo está de salida el modelo neoliberal, como lo demostró Francia.
No dar el paso que reclaman los pueblos y exige la cordura, sería dar margen a una Tercera Guerra Mundial. Tal “solución”, por supuesto, sería el último recurso, cuando el egoísmo de los grandes consorcios trasnacionales se impusiera a la racionalidad que demandan los pueblos como medio para salir de la gran crisis histórica, cada vez más grave por la avaricia de los principales beneficiarios del neoliberalismo. Al fin que para alimentarla cuentan con fieles empleados en las naciones emergentes, como nuestro país.
Tal es la magnitud de lo que está en juego en los comicios del domingo primero de julio, situación que se agravaría por el aumento brutal de las desigualdades y las injusticias que sobrevendrían, en caso de que se quisiera imponer al candidato de la derecha. La propia oligarquía sería la primera en lamentarlo, al ver que sus negocios irían en picada por la bancarrota del país, debido a la ingobernabilidad que suscitaría un “gobierno” espurio. Cabe afirmar que López Obrador sería rebasado, y el plantón de Reforma de hace seis años sería un juego de niños con las protestas que surgirían de inmediato.
La brutalidad policíaca sólo serviría para soliviantar más a la gente, y no podrían culpar por ello a la izquierda, porque la movilización social sería ajena a partidos y organizaciones políticas y de la sociedad civil. Por ello deberían pensar mejor las cosas los oligarcas que sólo viven y actúan conforme a la marcha de sus negocios. No pongan obstáculos a la democracia y les irá mejor. ¿Acaso no acabaron en total bancarrota los grandes capitalistas que apoyaron a Hitler?
Está demostrado que quienes han estado al frente del Ejecutivo federal, lo han hecho no para servir a la nación, sino para ejecutar instrucciones de los organismos financieros internacionales, quienes a su vez obedecen designios de los líderes de las súper potencias. Así quedó de manifiesto en la Cumbre de Líderes del G-20. Felipe Calderón se comportó no como un digno anfitrión, sino como un fiel empleado del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Tal parece que su principal interés en este momento, a unos cuantos meses de que termine su mandato, es congratularse con los grandes centros de poder trasnacional con el fin de que le den alguna posición el año entrante. Se mostró muy preocupado por el futuro del FMI, y muy complacido por haber superado en 20 mil millones de dólares la cifra prevista para el fortalecimiento del organismo financiero global: 450 mil millones de dólares. Afirmó, complacido: “Es un logro que implicó varios meses de complejas negociaciones bajo la coordinación de la Presidencia mexicana del G-20 en esta ocasión”.
Vemos así que sus principales esfuerzos los últimos meses los dedicó a conseguir fondos para el FMI. Puso el ejemplo al autorizar la entrega de 14 mil millones de dólares, cifra superior incluso a la que dio Rusia, cuyo Producto Nacional Bruto es incomparablemente mayor al de nuestro país. Vladimir Putin autorizó sólo 10 mil millones de dólares, aun cuando el país más grande de la Tierra no enfrenta los difíciles problemas que tenemos los mexicanos en la actualidad, como la brutal sequía en el Norte y las tremendas inundaciones en el Sur, y no se diga la violencia extraordinaria que se quiere paliar con más violencia.
Así se constata que el principal problema de México es la ausencia de un Ejecutivo que esté al servicio de la patria. Otra muy diferente sería la marcha de la nación si Calderón ahora, o quienes lo antecedieron en el cargo a partir de 1983, actuaran con un elemental patriotismo, como lo hacen los mandatarios de las súper potencias, o de los países emergentes que han podido enfrentar con éxito las presiones del Grupo de los 7 y de los organismos financieros internacionales.
Esta es la cuestión a dilucidar en las elecciones del primer domingo de julio: se vota por quien se ponga la camiseta de México, en este caso por Andrés Manuel López Obrador, o por quien sería el fiel continuador de la entrega del país a los grandes intereses trasnacionales, o sea Peña Nieto. La debacle nacional sería devastadora en el supuesto de que el abanderado del PRI quisiera llegar a Los Pinos a como diera lugar, no sólo por la crisis generalizada que ello acarrearía, sino porque en el mundo está de salida el modelo neoliberal, como lo demostró Francia.
No dar el paso que reclaman los pueblos y exige la cordura, sería dar margen a una Tercera Guerra Mundial. Tal “solución”, por supuesto, sería el último recurso, cuando el egoísmo de los grandes consorcios trasnacionales se impusiera a la racionalidad que demandan los pueblos como medio para salir de la gran crisis histórica, cada vez más grave por la avaricia de los principales beneficiarios del neoliberalismo. Al fin que para alimentarla cuentan con fieles empleados en las naciones emergentes, como nuestro país.
Tal es la magnitud de lo que está en juego en los comicios del domingo primero de julio, situación que se agravaría por el aumento brutal de las desigualdades y las injusticias que sobrevendrían, en caso de que se quisiera imponer al candidato de la derecha. La propia oligarquía sería la primera en lamentarlo, al ver que sus negocios irían en picada por la bancarrota del país, debido a la ingobernabilidad que suscitaría un “gobierno” espurio. Cabe afirmar que López Obrador sería rebasado, y el plantón de Reforma de hace seis años sería un juego de niños con las protestas que surgirían de inmediato.
La brutalidad policíaca sólo serviría para soliviantar más a la gente, y no podrían culpar por ello a la izquierda, porque la movilización social sería ajena a partidos y organizaciones políticas y de la sociedad civil. Por ello deberían pensar mejor las cosas los oligarcas que sólo viven y actúan conforme a la marcha de sus negocios. No pongan obstáculos a la democracia y les irá mejor. ¿Acaso no acabaron en total bancarrota los grandes capitalistas que apoyaron a Hitler?
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