Luis Hernández Navarro
Enrique Peña Nieto no
es especialmente alto. Aunque su estatura real es un misterio oculto en
un mar de cifras contradictorias, quienes han coincidido con él en
persona saben que es pequeño. Sin embargo, en las fotografías que su
partido publica como parte de su propaganda parece un gigante que camina
sobre multitudes que lo aclaman.
La iconografía actual de su campaña se basa en planos contrapicados,
es decir, en imágenes captadas de abajo arriba que buscan engrandecer la
figura del personaje. Orson Welles utilizó este recurso en la filmación
de su película El ciudadano Kane, para enaltecer al protagonista y dotarlo de un poder extraordinario.La persistencia del contrapicado en El ciudadano Kane, explica el crítico André Bazin, consigue que dejemos de tener clara conciencia del personaje y nos quedemos inmersos en su fascinación. Su intención estética es imponernos determinada visión sobre el relato.
La difusión masiva de las fotografías en las que Peña Nieto aparece desplazándose por arriba de sus seguidores, como si fuera el gran timonel que conduce al país a puerto seguro, coincide con el surgimiento de un amplio y combativo movimiento apartidista de jóvenes que lo repudian y le niegan toda legitimidad. Pareciera ser una maniobra para contrarrestar la masiva expresión del rechazo a su persona. Mientras los ciudadanos de carne y hueso lo minimizan, el encuadre fotográfico lo magnifica.
La impostura fotográfica sobre la estatura real del candidato no es un hecho aislado, sino parte de una amplia operación de mercadotecnia política. Toda la campaña presidencial del muñeco telegénico ha sido diseñada para vender a los ciudadanos el cuento de un político joven al que las masas ven como rockstar, adorado por las mujeres, desligado del pasado autoritario y corrupto de su partido y capaz de encabezar las grandes reformas que el país necesita.
Manifestacion del 132 en Televisa |
En el seno del #YoSoy132 no hay duda de que el mexiquense representa el retorno del viejo autoritarismo tricolor. Con él –dicen a propósito del ex gobernador– las cosas no están cambiando, se están disfrazando. Los intelectuales mediáticos pro peñistas pueden jurar que el regreso del dinosaurio es imposible, pero los jóvenes saben que en realidad el reptil fósil nunca se ha ido. El autoritarismo forma parte del ADN del equipo de Atlacomulco.
Las evidencias abundan. Casi cada día, grupos de golpeadores
priístas agreden violentamente a los estudiantes que se manifiestan
contra el candidato tricolor en diversas ciudades. El mismo ex
gobernador del estado de México confesó su verdadero talante al
reivindicar, en la Universidad Iberoamericana, su responsabilidad
personal en la represión de Atenco. Y, por si fuera poco, sus asesores
confirman su vocación excluyente al anunciar que entre septiembre y
diciembre piensan sacar adelante, fast-track, un paquete de
reformas estructurales que, entre otras cosas, privatizará Pemex e
incrementará el IVA. Los lobos se han vestido con pieles de cordero,
pero se les ve el plumero.
La protesta juvenil ha desnudado la ilegitimidad de la candidatura de
Peña Nieto. Sin que tengan alguna filiación partidaria, miles de
estudiantes le están diciendo al país que el proceso electoral está
viciado de origen. Para ellos, en caso de que el abanderado del PRI gane
en las urnas, su victoria será no el producto de un proceso democrático
que hay que aceptar, sino resultado de la imposición de un poder
fáctico no regulado: el de las televisoras y los intereses que se
articulan a su alrededor. No hay para esos jóvenes razón alguna para
acatar los resultados electorales y, por el contrario, sí una fuerte
convicción para desconocerlos.
Los jóvenes ven a Televisa como un poder fáctico que hace negocios y
política al amparo de una concesión que le otorga el Estado. Saben que
su influencia en las decisiones nacionales trascendentales no guarda
relación con su peso en la economía nacional. Están convencidos de que
su comportamiento frena la democratización del país. Intuyen que a su
alrededor se aglutinan otros poderes fácticos. Les enervan sus
contenidos informativos. Pero lo que ha colmado su paciencia es la
pretensión de la empresa y el mundo de los intereses de fabricar un
candidato e imponerlo a la sociedad mexicana. Eso les parece
inadmisible.
Al descontento actual de los universitarios habrá que sumar el de
quienes aspiran a serlo. Cerca de 125 mil jóvenes se encontrarán, a
mediados de julio, con la novedad de que no hay lugar para ellos en la
UNAM. No se quedarán con los brazos cruzados. Exigirán ser admitidos.
Los movimientos de rechazados de escuelas de educación superior no son
una novedad, sólo que ahora su dinámica será diferente, ya que tendrán
como aliado a #YoSoy132.
Los jóvenes universitarios no se han ido con la finta de los efectos
estéticos con los que se pretende maquillar a Enrique Peña Nieto y a los
intereses que representa. Conocen su verdadera estatura política. Por
eso, independientemente de la votación que obtenga, no le reconocen
legitimidad política alguna; su ilegitimidad se da de origen. Eso no
cambiará sean cuales fueren los resultados electorales que obtenga.
Ellos han trazado una ruta más allá del 1º de julio: la exigencia de una
profunda reforma de los medios de comunicación electrónicos ¡ya!
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