I Ponencia en
el Seminario sobre la Iniciativa Oficial de Reforma Laboral
Los
estados de bienestar keynesianos, prevalecientes en muchos países
desarrollados durante al menos cuatro décadas, combinaban las políticas
económicas keynesianas (orientadas al pleno empleo y que instituían el
seguro de desempleo para mantener tasas positivas de crecimiento de la
demanda efectiva) con políticas sociales muy amplias de los estados de
bienestar que garantizaban el acceso a la educación, la salud y al
mantenimiento de los ingresos en el desempleo, vejez, enfermedad,
etcétera. Fueron la modalidad del capitalismo que se desarrolló como
respuesta a la Gran Depresión de 1929, que fue una crisis de
sobreproducción (o sobreacumulación de capital) asociada a salarios
bajos, y a la instauración exitosa en la URSS de lo que parecía una
alternativa al capitalismo.
El
neoliberalismo, por su parte, se desarrolló como respuesta a la crisis
de 1970 generada por una tasa decreciente de ganancia. Como ha dicho
Pablo Yanes (Después del neoliberalismo: hacia una nueva política
socio-económica en Julio Boltvinik, coord., Para comprender la crisis
capitalista actual, Fundación Heberto Castillo, 2010), una
característica central del keynesianismo es que “el empleo es
considerado como un factor de la demanda efectiva, mientras que la
explotación se basa en un aumento sostenido de la productividad en un
contexto de pleno empleo, protección e inclusión social”. Pero este
keynesianismo-fordista había dejado de ser funcional para el capital
(las tasas de ganancia habían bajado sustancialmente), por lo que el
capital convocó exitosamente a remplazarlo con una variedad de
capitalismo (el neoliberalismo) para el cual el empleo (trabajo) ya no
es un factor de la demanda sino sólo un costo de producción que, como
todo costo, debe reducirse para maximizar ganancias. Podemos ver el
neoliberalismo, con Yanes, como un impulso global para reorganizar todo
el orden social con el fin de subordinarlo a la lógica de la acumulación
y el lucro. Por ello la restructuración del capitalismo se centró en
una ofensiva contra la fuerza de trabajo, que se desvalorizó y se
re-mercantilizó plenamente eliminando los obstáculos a su libre
intercambio (con excepción de la migración internacional), causando una
masiva redistribución, a escala global, de los ingresos del trabajo en
favor de capital. Las reformas laborales que facilitan los despidos de
los trabajadores, aumentan la flexibilidad, legalizan su
subcontratación, y otras medidas semejantes para evadir prestaciones y
abaratar la mano de obra y limitar el derecho de huelga, forman parte de
esta ofensiva contra los trabajadores.
Pero,
continúa Yanes, “en su pecado, el neoliberalismo llevaba su propia
penitencia: al generar producción global sin consumo global elevó a
escala planetaria la contradicción irresoluble entre el crecimiento
global de la producción y el declive mundial de los salarios reales que
había causado la Gran Depresión de 1929”. La desvalorización global de
la fuerza de trabajo se produjo en el contexto de dos revoluciones
tecnológicas: la de las tecnologías de la información, que hizo posible
la desterritorialización de la producción, y la de la automatización que
está haciendo innecesario el uso directo de mano de obra en la
producción. El capitalismo ha vuelto a la variante de laissez faire que
prevaleció antes de 1929 y se ha globalizado mucho más. Está de nuevo en
una crisis tan grave o más que la de 1929 y desde luego más global. El
capitalismo neoliberal aumenta la pobreza, ya que se basa en la
desvalorización y plena mercantilización del trabajo (véase gráfica
sobre México). Los estados capitalistas de bienestar keynesianos
disminuían la pobreza, al menos en los países desarrollados, ya que
re-valorizaban la fuerza de trabajo.
El
capitalismo está llegando a su fin; no puede ser salvado excepto
acudiendo a medidas radicales que darían lugar a su transformación
gradual en un modo de producción pos-capitalista. La razón principal del
ocaso de capitalismo es la tendencia irreversible de la automatización
plena (no sólo en la industria, sino también en la agricultura y los
servicios), que es incompatible con el papel del sistema salarial como
principal distribuidor del ingreso, sin la cual la venta de las
mercancías producidas sería imposible. Tanto la automatización como la
desterritorialización de la producción implican la desvalorización del
trabajo y con ello la globalización de la pobreza. El desempleo masivo
combinado con la creciente presencia de la precariedad laboral es
incompatible con el buen funcionamiento del capitalismo. Tiene que ser
radicalmente transformado desde dentro o sus patadas de ahogado
destruirán el planeta y la especie humana. El estado terminal del
capitalismo va acompañado de la bancarrota del cuerpo
ideológico-práctico que le sirvió de respaldo, la economía política que,
disfrazada con una máscara científica (teoría económica o economics) ha
reconocido recientemente, particularmente en boca del premio Nobel Paul
Krugman, que la economics no sabe cómo controlar las crisis actuales.
La
Ley Federal del Trabajo (artículo tercero) señala que “el trabajo es un
derecho y un deber sociales. No es artículo de comercio…” Esta frase se
deja sin cambios en la iniciativa de Calderón. En cambio se elimina el
resto de la oración: exige respeto para las libertades y dignidad de
quien lo presta y debe efectuarse en condiciones que aseguren la vida,
la salud y un nivel económico decoroso para el trabajador y su familia.
Lo eliminado se sustituye con un texto sobre la discriminación entre los
trabajadores por cualquier causa. Es decir, si todos trabajan 12 horas
en condiciones igualmente humillantes y con salarios muy bajos, no
habiendo por tanto discriminación entre los trabajadores, se cumpliría
con este texto de la Reforma de Calderón. La frase no es artículo de
comercio deriva (con fuerza disminuida) de la Declaración de Filadelfia
de la OIT emitida en 1944, cuya afirmación central fue El trabajo no es
una mercancía, según narra Guy Standing en su libro Work after
Globalization (2009).
El
artículo 123 constitucional establece el derecho al trabajo: Toda
persona tiene derecho al trabajo digno y socialmente útil. Se refiere
sobre todo al trabajo pagado y no, por ejemplo, al trabajo de cuidar a
otras personas. Todo el artículo 123 se refiere al trabajo asalariado en
el cual se establece un contrato de trabajo. Pero el derecho al trabajo
asalariado, por lo que he dicho, se ha vuelto problemático a partir de
la revolución científica y técnica que inició en los años cincuenta y
que, como he adelantado anuncia el fin de la sociedad centrada en el
trabajo pagado. Por ello se requiere reducir drásticamente la jornada
semanal de trabajo y desligar el ingreso del trabajo, lo cual abordaré
en la próxima entrega.
Hoy,
de 10 a 14 horas, en la Sala de Videoconferencias de El Colegio de
México, Camino al Ajusco 20. Puede verse en transmisión directa por
Internet en colmex.mx/
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