Claro que no lo soy. Me
llamo Miguel Juan Hilaria y soy mixe, ayuuk como nos decimos nosotros.
Antes era campesino, ahora sólo soy un preso. Tengo ocho años encerrado
en una cárcel de Oaxaca, en un pueblo llamado Matías Romero, pues me
acusaron falsamente de haber matado a un pobre allá por el rumbo del
ejido Francisco Javier Jasso. Para lograr mi culpabilidad me torturaron y
fui obligado por el subprocurador Wilfrido Almaraz a firmar una hoja en
blanco, que después supe era mi confesión. Me golpearon y me humillaron
durante horas en las oficinas de la procuraduría que está en
Tehuantepec, adonde me llevaron sin mostrarme una orden. Yo no hablo
bien la castilla y a punta de golpes, gritos y hasta escupidas me
obligaron a poner mi firma y mi huella en un papel. Ningún abogado y
ningún traductor me acompañó. Esa es la ley para nosotros.
Al día siguiente, como bulto, todo magullado y adolorido me tiraron
en el penal de Matías. Por la golpiza que recibí no me pude ni parar y
estuve orinando sangre. Mis familiares fueron a avisar a la organización
y pronto me trajeron un médico que me atendió, estuve tirado más de 10
días. Y a pesar de que la comisión de derechos humanos comprobó que
había sido torturado, y de que la única testigo declaró que los
judiciales la habían amenazado para que me acusara, el juez me condenó a
30 años de cárcel.En estos largos días de encierro, que los paso tejiendo hamaca, recuerdo aquella maldita mañana cuando fui a cuidar mi milpa y me fui encontrando con los ganados del rico, que tranquilamente se comían la milpa que yo había sembrado. Enojado, agarré los animales dañosos para que el rico viniera por ellos y me pagara los destrozos. Y sí, al rato llegó bien enmuinado; me gritó e insultó: “¡Pinche indio, la vas a pagar cara!, ¡quién te crees, huarachudo!…” Yo me monté en mi macho y le dije, es más, le grité:
haga lo que quiera, pero no le voy a dar sus animales hasta que no me pague los daños. Y como quiera me aventó unos billetes y se llevó los tres ganados dañosos, no sin antes amenazarme de nuevo.
Y pronto cumplió su amenaza el rico, ya que su hija Janet era
agente del Ministerio Público y me achacó la muerte de un vecino que
andaba de aventurado con la mujer de otro. Esa Janet era política
también y le andaba haciendo campaña al mentado Ulises Ruiz, y cuando
éste ganó la gubernatura, la mujer se volvió más poderosa y con sus
influencias logró que los jueces me hundieran en la cárcel.
Mi juicio fue muy sucio, pues varias veces pidió mi abogado que
citaran al marido ofendido, que en verdad era el hechor de la muerte que
me echaron encima, pero nunca lo citaron. Y como la vida de un indio no
vale en este país, aquí llevo años esperando día a día que se reconozca
la injusticia que he sufrido y que me tiene aquí acabado, enfermo, y
lejos de mi familia.
Aquí en la cárcel hay muchos pobres presos más. Platican sus
historias. La mayoría dice que no tuvieron dinero para pagar abogados,
unos que no hablan bien la castilla, no saben ni por qué están
prisioneros. Muchos hablan de maltratos y de abusos. Hay otro indio,
pero que es mixteco, y que dice que el rico lo denunció falsamente por
violación y ahora ya le quitó su tierra. La verdad en esta tierra no hay
justicia.
No, no soy Florence. Soy un indio más. Soy un pobre más que, como
muchos, estoy encarcelado en este país. Muchos por no entender el
idioma, o por no tener dineros para pagar abogados o comprar justicia.
No, no soy Florence, soy Miguel Juan, indio mixe. A mí no me conoce el
presidente de Francia, ni salí en la televisión secuestrando o matando.
Estoy preso por cuidar mi milpa, por defender mi derecho y mi vida. No
valgo nada, eso me han dicho jueces, policías y ministerios públicos.
Sólo soy Miguel Juan Hilaria, indio preso en un penal del estado de
Oaxaca.
* Defensor de Derechos Humanos. Integrante de Ucizoni.
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