EN CORTO
Lo mismo, ¿mejorado?
José Luis Avendaño C.
“Nuestro propósito
es liberar a México de los obstáculos que frenan su desarrollo y limitan su
potencial”, dijo Enrique Peña Nieto (EPN) en la ceremonia por el centenario del
Plan de Guadalupe, el 26 de marzo.
Tales obstáculos los comenzó a remover el
Presidente en sus primeros cien días, que lo mismo son cosa (Ley Federal del
Trabajo), persona (Elba Esther Gordillo) y concepto (nacionalismo), y que dan
lugar a sendas reformas: laboral, educativa y, próximamente, energética.
Es como si en los
pasados 12 años –dos sexenios panistas—, el país hubiera caído en un pasmo, y
la misión de EPN sea la de terminar la obra
inconclusa de Miguel de la Madrid (1982-1988), Carlos Salinas (1988-1994) y
Ernesto Zedillo (1994-2000).
El Presidente
parece empeñado en proseguir o retomar el camino de la modernización salinista, que comenzó ya con De la Madrid, con
Carlos Salinas como secretario de Programación y Presupuesto. Una modernización que adquiere el grado de revolución, “tan profunda como la de los
países del Este europeo”, ex socialistas,
decía la ultraconservadora Fundación Heritage.
La percepción es
que México se quedó a la mitad del camino, a
medias, pues las reformas, o no se hicieron o se hicieron mal, como parece
fue el caso del sector eléctrico, según el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La política de subsidios (75 mil millones de pesos, 0.5 por ciento del Producto
Interno Bruto) resulta “ineficiente para proteger a los consumidores más
necesitados”. Aparte de costosos, los subsidios “pueden dificultar los
esfuerzos de los gobiernos por reducir los déficits fiscales y brindar ayuda
directa a los pobres” (La Jornada,
28-3-2013).
Entonces, resulta
clara la tarea de Peña Nieto: destrabar, de una vez por todas, el camino de las
reformas y la modernización, vista
como una revolución. Para darle legitimidad, se apela al acuerdo cupular
del Pacto por México, pero su
verdadero objetivo es recuperar la
hegemonía económica de Estados Unidos, con el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN).
El problema, tanto
para México como para Estados Unidos, fue, y es, “cómo institucionalizar, hacer
irreversible dicha revolución”, dice
Luis González Souza en México en la
estrategia de Estados Unidos” (Siglo XXI editores. México. 1993). La
respuesta se encuentra en el TLCAN, que en esos días se discutía. De hecho, el
libro del profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
recoge las diferentes voces, en pro y en contra, sobre un tratado comercial con
México de parte de Estados Unidos, como el que ya tenía con Canadá.
En la discusión, se
destaca la correspondencia entre democracia
y libre mercado, en el que Estados
Unidos, usando el comercio como caballo
de Troya, promueve o “exporta
democracia”, como si fuera ésta una mercancía más. Una democracia a la americana, hoy acotada,
a partir de los acontecimientos del 9/11 (11 de septiembre de 2011, cuando
sucedieron los ataques terroristas).
De paso, la economía y la relación bilateral se inscriben en la agenda de seguridad nacional estadunidense.
Empero, la
relación bilateral tiene un componente
de subordinación de México, pues
tiene como objetivo reproducir y
profundizar lo que González Souza denomina el esquema México-maquilador/Estados Unidos-vanguardia, en el que
el primero aporta la mano de obra barata,
una de las claves del incremento de la
competitividad de Estados Unidos frente a otros países y bloques
comerciales.
Después de 30 años
de neoliberalismo, acompañado de una apertura comercial irrestricta, y de
casi dos décadas de TLCAN, México es más
dependiente de Estados Unidos. No obstante haber signado más de 30 acuerdos
comerciales, incluyendo uno con la Unión Europea, 85 por ciento de nuestros
flujos comerciales e inversiones tienen como origen y destino el vecino y socio del norte. Ahora, nuestros ciclos
económicos son casi simultáneos.
A pesar de la apertura indiscriminada, se observa un crecimiento errático de la economía en
los últimos tres sexenios (dos por ciento promedio anual), con un crecimiento de la pobreza y la desigualdad.
Lo peor es que el PRI restaurado
insiste en transitar el mismo camino
neoliberal que, ahora sí, se
afirma, nos llevará a la prosperidad.
Seguramente, será lo contrario.
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