VIA PIJAMASURF.COM Pese a todo su genio y los conflictos que mantuvo en vida con
empresarios como J. P. Morgan, Nikola Tesla creyó fervientemente que en
la ciencia se encontraba la clave para un estado civilizatorio casi
utópico en que nuestra especie cosecharía los frutos placenteros del
desarrollo tecnológico.
El nombre de Nikola Tesla es legendario.
Legendario su genio científico y su capacidad de invención. Su
rivalidad con Thomas Alva Edison (sobre quien siempre pesará la sombra
del plagio con respecto al trabajo de Tesla) y también su enfrentamiento
directo con J. P. Morgan, el empresario que le negó el apoyo financiero
cuando supo del proyecto del físico para llevar los beneficios de la
energía eléctrica al mayor número posible de personas, pero
gratuitamente (lo cual, según algunos, sí consiguió pero sus
descubrimientos fueron incuatados por no beneficiar intereses económicos
de una élite). Legendario también su estilo de vida: célibe,
vegetariano, casi asceta. Legendaria, en fin, su capacidad para entender
algunos de los problemas del género humano más allá de la coyuntura y
hacer ver que cuando estos se quieren resolver de verdad, la solución se
encuentra en la raíz, no en la superficie.
En la década de 1930 Tesla vivía en el
Hotel Governor Clinton de Manhattan, en el 20° piso, adonde con cierta
frecuencia acudían periodistas del New York Times y de la revista Time a
entrevistarlo.
De una de estas ocasiones resultó un
artículo presentado como “de Nikola Tesla según lo dictó a George
Sylvester Viereck”, publicado el 9 de febrero de 1935 en la revista Liberty.
Además de un amigo personal de Tesla, Viereck fue un periodista notable
que consiguió entrevistas con personalidades tan opuestas como Einstein
y Hitler, un propagandista nazi que negó esta filiación cuando llegó a
vivir a Estados Unidos (era de origen alemán) y por este motivo fue
encarcelado. Sin duda un hombre a quien parece difícil asociar con Tesla
pero que, por esto mismo, nos recuerda ciertas opiniones sombrías del
científico de padres serbios, quien hacia el final de su vida defendió
abiertamente la eugenesia como método de “purificación” de la “raza”
humana.
Según se sospecha, es posible que la
plática entre Viereck y Tesla no haya ocurrido en el Governor Clinton,
sino en la casa del periodista en Riverside Drive, frecuentada por el
científico a la hora dela cena. Ahí Tesla intentó dar muestra de su
talento visionario, realizando un ejercicio futurista y de augur que en
algunos casos se mostró más acertado que en otros, dejándose llevar en
ciertos momentos por la esperanza en la capacidad civilizatoria de
nuestra especie.
Agencias gubernamentales de protección al medio ambiente
Aunque ya inserto en una dinámica
irreversiblemente industrial, el mundo en la época de Tesla no conocía
los niveles de contaminación que padecemos actualmente. Con todo, el
hombre vislumbró que esta sería intolerable, y que, desgraciadamente,
tendrían que crearse dependencias de gobierno que velaran por la
conservación del medio ambiente. “Solo un lunático beberá agua que no
esté esterilizada”, dijo a Viereck. “El Secretario de Higiene o Cultura
Física será de lejos mucho más importante en el gabinete del presidente
de los Estados Unidos en 2035 que el Secretario de Guerra”.
Educación, guerra y medios
Hoy los países más
civilizados del mundo gastan un máximo de su ingreso en la guerra y un
mínimo en educación. En el siglo XXI se invertirá este orden. Será más
glorioso luchar contra la ignorancia que morir en el campo de batalla.
El descubrimiento de una nueva verdad científica será más importante que
las querellas diplomáticas. […] Los periódicos del siglo XXI harán más
que plantar en las últimas páginas los recuentos del crimen o las
controversias políticas pero la proclamación de nuevas hipótesis
científicas protagonizará las primeras planas.
Acaso más un deseo que un pronóstico objetivo. Un tanto cercano a la sociedad imaginada por Bertrand Russell en su Elogio de la ociosidad (1932):
En un mundo donde
nadie sea obligado a trabajar más de cuatro horas al día, toda persona
con curiosidad científica podrá satisfacerla, y todo pintor podrá pintar
sin morirse de hambre, no importa lo maravillosos que puedan ser sus
cuadros. Los escritores jóvenes no se verán forzados a llamar la
atención por medio de sensacionales chapucerías, hechas con miras a
obtener la independencia económica que se necesita para las obras
monumentales, y para las cuales, cuando por fin llega la oportunidad,
habrán perdido el gusto y la capacidad.
Salud y alimentación
La manía de Tesla por la alimentación
alcanzó en sus últimos años un extremo verdaderamente eremita. Casi como
el San Antonio de la leyenda, hacia el final Tesla se alimentaba solo
de leche y miel, asegurando que esta era la dieta más pura posible. En
la conversación con Viereck aseguró que retiró de su vida todos los
estimulantes ―café, té, tabaco―, así como la carne (aunque no el
alcohol). Según él, estos alimentos y bebidas solo contaminaban el
cuerpo, acelerando el arribo a la muerte. Al alcohol, sin embargo, lo
consideró un “elixir de vida”. La miel, la leche y el trigo, dijo
entonces, “serán la base de comidas epicúreas en los banquetes más
inteligentes del siglo XXI”.
Robots
La promesa de los autómatas que, casi
desde el siglo XVIII, terminarían por abolir la condena divina del
trabajo como única posibilidad de existencia en este mundo, sería por
fin una realidad en este siglo en el que nos encontramos, según Tesla.
“Los robots tomarán el lugar que los esclavos tenían en las
civilizaciones antiguas. No hay razón para que esto no suceda en menos
de un siglo, dejando a la humanidad libre para aspiraciones más
elevadas”. “La solución de nuestros problemas no descansa en destruir
las máquinas, sino en dominarlas”
¿Pero acertó Tesla? ¿No es este el siglo en el que hay más esclavos que nunca ―todos ellos humanos?
Energía menos costosa, recursos naturales administrados “científicamente”
Positivistamente, Tesla creía en la
preeminencia del conocimiento científico como base de regulación social.
La ciencia tendría la última palabra incluso para en lo referente al
gobierno y la administración colectiva, particularmente en el caso de
los recursos naturales. No sin optimismo, Tesla confiaba en que la
“reforestación sistemática” y el “manejo científico” de los recursos
naturales sería usual en el siglo XXI, con lo cual jamás volvería a
presentarse una sola sequía, un incendio forestal, una inundación.
Asimismo, la generación de energía por medio del agua haría esta fuera
más barata para todos y también que dejaran de necesitarse los
combustibles fósiles.
Sin duda los presagios de Tesla oscilan
entre el acierto y el anhelo. En algunos el científico confió de más en
personas que, como él, otorgan mayor importancia a la cualidad
progresista del pensamiento racional, científico. Solo que, como bien lo
demostrara Foucault (y el propio Tesla es un ejemplo inmejorable de
esto), la ciencia no es ajena a esos mecanismos de poder que generan sus
horizontes de posibilidad, en cierto modo los horizontes de posibilidad
de todos. La ciencia en sí misma no posee las respuestas, acaso porque
“la ciencia en sí misma” no existe. Existe un quehacer imbricado en una
red de intereses que llega hasta el laboratorio del científico.
La utopía humanista y tecnológica de Tesla es posible, claro, pero quizá no sin antes deshacer dicha red.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es importante, Nos interesa conocer tu punto de vista para retroalimentarnos y así aprender juntos. DEJANOS UN COMENTARIO PORFAVOR