Cada
día mueren 23 mexicanos por hambre y desnutrición… casi uno por hora.
La comunidad de Guadalupe Victoria, en el municipio de Xochistlahuaca –en la región de
la Costa Chica, Guerrero–, es uno de los lugares donde más se padece la desnutrición.
Éstas son algunas historias de sus habitantes.
REFORMA/Texto: Martha Martínez / Fotos y Video: Luis Castillo / Video: Francisco Caballero /
Diseño y Programación: Fernando Rétiz
La comunidad de Guadalupe Victoria, en el municipio de Xochistlahuaca –en la región de
la Costa Chica, Guerrero–, es uno de los lugares donde más se padece la desnutrición.
Éstas son algunas historias de sus habitantes.
REFORMA/Texto: Martha Martínez / Fotos y Video: Luis Castillo / Video: Francisco Caballero /
Diseño y Programación: Fernando Rétiz
Sobrevivir con hambre
Fabiola
se aferra a las ropas rasgadas de su madre. Tiene cuatro años de edad,
pero aún toma leche materna porque es la única manera que conoce de
paliar el hambre.
Son las
seis de la tarde, ya casi anochece en esta localidad del municipio de
Xochistlahuaca, Guerrero, una de las más pobres del estado y del país y,
al igual que sus tres hermanas, aún no ha hecho su primera comida del
día.
El
desayuno, que consistió en una taza de café y una tortilla recalentada
en el fogón, fue a las seis de la mañana y, desde entonces, de vez en
cuando se acerca al pecho de su madre para pedirle que la deje tomar un
poco de ese líquido que ya no le aporta nutrientes, pero que le llena el
estómago por un par de horas.
Fabiola
es la única que tiene ese “privilegio” por ser la menor. Susana de 12
años, María Luisa de 10 y Rosalía de 7, sus hermanas, tratan de distraer
el hambre jugando con las cáscaras de cacao que de vez en cuando
recolectan para vender en el mercado del pueblo, o jugando con los
perros que de la nada llegan a su casa: una choza con sólo dos paredes
de adobe carcomido, techo de lámina de cartón y piso de tierra, porque a
esta familia no llegó el programa Piso Firme que tanto presumió el ex
presidente Felipe Calderón.
Lo que
el Coneval cataloga como pobreza extrema se materializa en el pequeño
cuerpo de Fabiola: tiene cuatro años de edad pero parece de dos, su piel
está agrietada y reseca, como la de un adulto, no sobrepasa los 80
centímetros de estatura, cuando debería medir alrededor de 95, y de su
ropa sucia sobresale una panza abultada que su madre atribuye a los
parásitos del agua que aquí se toma de la llave, el único servicio
público con el que cuenta la vivienda.
Inquietas,
las menores esperan que termine de prepararse el caldo de pollo que
comerán hoy, un lujo que sólo pueden darse una vez cada dos meses:
cuando llega el apoyo de Oportunidades, y en ocasiones como ésta, cuando
su padre recibe el pago por algún trabajo para el cual es contratado
esporádicamente.
Cuando
el caldo está listo ya es de noche. En condiciones normales comerían a
oscuras y a ras del suelo, pero con motivo de las visitas, encienden una
fogata y acercan un par de bancos viejos alrededor del fuego.
La
comida servida en los platos de plástico es un líquido con unos cuantos
frijoles blancos –el típico de esta región de la montaña de Guerrero–
que comen con las manos. Los trozos de pollo son muy pequeños porque
para que todos alcanzaran al menos uno Ángela, la madre de las niñas,
desmenuzó las cinco piezas de retazo que compró en el mercado.
El agua es servida en una pequeña cubeta de la cual beben todos con la misma taza de plástico amarilla
Las menores saben que no podrán pedir una ración adicional a la que ya se les sirvió y por ello no se esfuerzan en pedirla. Para llenar el estómago, recurren a una práctica que la mayoría de los habitantes de esta localidad utilizan: consumir la mayor cantidad de tortillas posible.
Las menores saben que no podrán pedir una ración adicional a la que ya se les sirvió y por ello no se esfuerzan en pedirla. Para llenar el estómago, recurren a una práctica que la mayoría de los habitantes de esta localidad utilizan: consumir la mayor cantidad de tortillas posible.
Cuando
terminan de comer, los platos quedan prácticamente limpios, listos para
la próxima comida que realizarán al día siguiente, alrededor de las 19
horas.
El de
Fabiola es un ejemplo de lo que viven todos los días más de 66 mil
menores de cinco años de edad que padecen desnutrición en el estado de
Guerrero. Un caso paradigmático del drama que se extiende a todo el
territorio nacional, en donde más de 656 mil 500 niños de esa edad no
tienen acceso a la cantidad mínima de alimentos que requieren para
realizar sus actividades diarias.
Se acabaron los desayunos escolares
Héctor
cursa el primer año de primaria, pero no es un estudiante sobresaliente
porque la taza
de café y la tortilla que todos los días desayuna no le ayudan a que “las letras le entren en la cabeza”.
de café y la tortilla que todos los días desayuna no le ayudan a que “las letras le entren en la cabeza”.
Habitante
de la comunidad de Guadalupe Victoria, en el municipio de
Xochistlahuaca, Guerrero,
Héctor dejó de tomar leche y comer las manzanas que le daban en el comedor comunitario porque
a pesar de que en esta localidad de indígenas amuzgos más del 60 por ciento de la población
vive en condiciones de pobreza extrema, los programas de apoyo alimentario se suspendieron.
Héctor dejó de tomar leche y comer las manzanas que le daban en el comedor comunitario porque
a pesar de que en esta localidad de indígenas amuzgos más del 60 por ciento de la población
vive en condiciones de pobreza extrema, los programas de apoyo alimentario se suspendieron.
Hace un
año dejó de recibir los desayunos escolares que de lunes a viernes le
entregaban en
la escuela y que representaban la única manera de consumir una ración de leche al día, alimento
que en su casa no es posible comprar porque el precio de un litro es superior a los ingresos diarios
de su hogar.
la escuela y que representaban la única manera de consumir una ración de leche al día, alimento
que en su casa no es posible comprar porque el precio de un litro es superior a los ingresos diarios
de su hogar.
Con la
apariencia de un niño de cinco años a pesar de que tiene siete, Héctor
tampoco acude
al comedor comunitario, porque al igual que los desayunos escolares, los insumos que enviaba
el DIF estatal para la preparación de los alimentos dejaron de llegar.
al comedor comunitario, porque al igual que los desayunos escolares, los insumos que enviaba
el DIF estatal para la preparación de los alimentos dejaron de llegar.
Sin desayunos escolares y sin comedor comunitario, desde hace más de un año la dieta del menor se redujo a los alimentos que se pueden comprar con los 20 pesos que cada semana ingresan a su hogar: tortilla, frijol, arroz y, de vez en cuando sopa.
Hace un par de años murió su abuelo y sin el ingreso por su trabajo como peón en el campo, su abuela, María Teresa, comenzó a vender pollo casa por casa, actividad por la que obtenía una ganancia diaria de 10 pesos, pero que abandonó porque desde hace unos meses sus dolores de espalda y de rodilla le impiden caminar.
Actualmente
el único sustento es Maribel, su madre.
En esta comunidad en la que la actividad económica principal
es el campo, la única fuente de empleo posible para las mujeres
es la confección de telares.
En esta comunidad en la que la actividad económica principal
es el campo, la única fuente de empleo posible para las mujeres
es la confección de telares.
No obstante, debido a que la mayoría de la población femenina
se dedica a esta actividad, el precio de los mismos es bajo, al
igual que la ganancia que cada uno deja para las familias.
se dedica a esta actividad, el precio de los mismos es bajo, al
igual que la ganancia que cada uno deja para las familias.
Cada telar que Maribel confecciona a lo largo de la semana
y vende en el tianguis del pueblo los domingos, tiene un precio de
alrededor de 150 pesos de los cuales 130 los vuelve a invertir
en la pieza que venderá la semana siguiente.
Maribel reconoce que el problema de esta comunidad no es la disponibilidad de alimentos, pues en
el pueblo existen tiendas en donde se venden productos básicos. Incluso, dice, hay una tienda
comunitaria en donde los productos son más económicos.
y vende en el tianguis del pueblo los domingos, tiene un precio de
alrededor de 150 pesos de los cuales 130 los vuelve a invertir
en la pieza que venderá la semana siguiente.
Maribel reconoce que el problema de esta comunidad no es la disponibilidad de alimentos, pues en
el pueblo existen tiendas en donde se venden productos básicos. Incluso, dice, hay una tienda
comunitaria en donde los productos son más económicos.
El problema, asegura, es que no hay fuentes de trabajo que les permitan a las familias contar con
recursos para comprar los productos que ahí se ofertan; mientras que por los empleos que existen
pagan salarios tan bajos que aún con ese ingreso, la capacidad de las familias para comprar alimentos
es mínima.
recursos para comprar los productos que ahí se ofertan; mientras que por los empleos que existen
pagan salarios tan bajos que aún con ese ingreso, la capacidad de las familias para comprar alimentos
es mínima.
Maribel señala que mientras no regresen los programas alimentarios del gobierno, su hijo no
podrá consumir alimentos diferentes a los que ella puede proporcionarles, mismos que hasta ahora
no han logrado evitar que la piel de su abdomen se le pegue a los huesos.
La despensa de Rufina
podrá consumir alimentos diferentes a los que ella puede proporcionarles, mismos que hasta ahora
no han logrado evitar que la piel de su abdomen se le pegue a los huesos.
La despensa de Rufina
En
la despensa de Rufina hay sólo un puño de azúcar, medio kilo de arroz,
una tortilla dura, un limón seco
y una botella con unas cuantas gotas de aceite, recuerdo de lo que queda del apoyo que cada dos
meses recibe del programa Oportunidades.
y una botella con unas cuantas gotas de aceite, recuerdo de lo que queda del apoyo que cada dos
meses recibe del programa Oportunidades.
Tiene cuatro hijas y
en lo que va de la semana su esposo, un trabajador del campo, no ha
conseguido trabajo
un solo día de la semana.
un solo día de la semana.
Los 15 pesos diarios que una mujer del centro de Xochistlahuaca le paga
por tejer un telar es el único
ingreso que esta semana ha entrado a su casa, por lo que media olla de nixtamal y un poco de arroz es
lo único que hay para comer hoy. Rufina y su familia forman parte de los más de 21 millones de personas que,
de acuerdo con el Coneval, viven en pobreza alimentaria, pues la incertidumbre de no saber si habrá
para comer al día siguiente ha estado presente en su vida desde hace más de dos décadas.
ingreso que esta semana ha entrado a su casa, por lo que media olla de nixtamal y un poco de arroz es
lo único que hay para comer hoy. Rufina y su familia forman parte de los más de 21 millones de personas que,
de acuerdo con el Coneval, viven en pobreza alimentaria, pues la incertidumbre de no saber si habrá
para comer al día siguiente ha estado presente en su vida desde hace más de dos décadas.
Con 40 años de edad,
esta mujer indígena amuzga explica que el único ingreso fijo que recibe
es el apoyo del programa Oportunidades; no obstante, ante la falta de
trabajo para ella y su esposo, éste es insuficiente.
Cada dos meses recibe
alrededor de mil 500 pesos que se acaban mucho antes de que reciba el
siguiente apoyo, lo que deja en la incertidumbre a su familia.
siguiente apoyo, lo que deja en la incertidumbre a su familia.
Dice que alrededor de 900 pesos lo destina a la compra de frijol, arroz,
maíz, jabón, café y azúcar; no
obstante, las reservas que puede comprar con ese dinero se le agotan poco después de que concluye
el primer mes porque son siete los que se alimentan con los apoyos que entregan para dos personas.
El resto de los recursos lo destina a la compra de útiles escolares.
obstante, las reservas que puede comprar con ese dinero se le agotan poco después de que concluye
el primer mes porque son siete los que se alimentan con los apoyos que entregan para dos personas.
El resto de los recursos lo destina a la compra de útiles escolares.
Habitante de una choza
de adobe y con hijas que se encuentran por
debajo de la talla y el peso indicado para sus edades, Rufina debería
recibir apoyos económicos por sus cinco hijas; no obstante, ella se
enfrenta al obstáculo que la mayoría de los programas sociales
registran: sólo puede afiliar a los hijos que cuenta con acta de
nacimiento, el resto de los niños se quedan fuera de éstos aún
cuando lo necesiten.
debajo de la talla y el peso indicado para sus edades, Rufina debería
recibir apoyos económicos por sus cinco hijas; no obstante, ella se
enfrenta al obstáculo que la mayoría de los programas sociales
registran: sólo puede afiliar a los hijos que cuenta con acta de
nacimiento, el resto de los niños se quedan fuera de éstos aún
cuando lo necesiten.
Su esposo y ella
tratan de completar el gasto, pero al igual que
en las grandes ciudades, sus edades son un obstáculo para
conseguir algún empleo.
en las grandes ciudades, sus edades son un obstáculo para
conseguir algún empleo.
Los
empleadores del municipio de Xochistlahuaca prefieren contratar a los
jóvenes que desertan de las escuelas para contribuir al ingreso familiar
porque son considerados más productivos que los hombres que, como el
esposo de Rufina, ya superan los 40 años de edad.
Las mujeres, por su
parte, se decidan al tejido de bordados, actividad que aunque para
muchas familias representa el único ingreso posible, no representa una
posibilidad para mejorar la calidad de vida de las personas.
La mayoría de las
mujeres tejen telares y, ante la sobreoferta de éstos, los precios a los
que los pueden vender no supera los 150 pesos, de los cuales una
cantidad importante se vuelve a invertir en la compra de los hilos que
se requieren para seguir produciéndolos.
Rufina dice que siente
coraje, porque ella y su esposo son personas con ganas de trabajar; no
obstante, nadie los voltea a ver porque hay personas más jóvenes
dispuestas a hacer el mismo trabajo que ellos por la misma paga que, en
el municipio de Xochistlahuaca, no sobrepasa los 200 pesos semanales.
Prepararse para ser madre
Prepararse para ser madre
Mauricia
tiene 12 años de edad pero se conduce como toda una ama de casa. Cursa
el quinto año de primaria y ya sabe encender el fogón, hacer tortillas,
preparar la comida, lavar la ropa y, cuando su madre no está en casa, es
la responsable de cuidar a Fidelio, su hermano de poco más de un año.
A los ocho años su
madre le enseñó a cocinar y, desde entonces, todos los días después de
llegar de la escuela, prepara los alimentos que su familia consume a la
hora de la comida.
Vive con sus padres y
sus tres hermanos en un pequeño cuarto de paredes de adobe y techo de
lámina de cartón en el que se amontonan dos catres: uno para ella y sus
hermanas Lucía de 10 años, y Valeria de 8, y otro para sus padres y su
hermano Fidelio, el menor.
Apenas está entrando a
la pubertad y ya conoce los trucos que las mujeres de esta comunidad
enclavada en la Costa Chica de Guerrero han utilizado por décadas para
hacer que la comida alcance para toda la familia, pues de acuerdo con el
INEGI, en las zonas rurales éstas se encuentran conformadas por cinco
integrantes, en promedio.
Por ello coloca hojas de hierbasanta -una hierba que crece por montones en este lugar- a los frijoles, para hacer que el caldo de éstos espese y adquiera un sabor menos insípido.
También hace a mano tortillas gruesas y grandes, pues al igual que la mayoría de los más de 31 mil habitantes de Xochistlahuaca, su familia consume una gran cantidad de tortilla para llenar el estómago.
El que a sus 12 años
Mauricia ya realice las actividades de una ama de casa es parte de una
tradición que reproduce el círculo de la pobreza, pero que está muy
arraigada en esta comunidad: a las mujeres se les enseña a realizar los
quehaceres del hogar desde niñas, porque ante la falta de oportunidades
de educación y trabajo, la edad promedio para contraer matrimonio y
comenzar a tener hijos son los 16 años.
Actualmente el
promedio de escolaridad en mujeres de localidades indígenas es de 4.5
años, según cifras oficiales; mientras que el promedio de hijos nacidos
vivos para este sector es de 2.5, superior al promedio nacional que, de
acuerdo con el INEGI, es de 1.7.
El caso de su madre,
Isaura, es un ejemplo de ello: cuando tenía 10 años de edad, su padre la
sacó de la escuela para que su madre, otra indígena que tampoco
concluyó la primaria y se casó siendo apenas una adolescente, le
enseñara a hacer la comida y cuidar a sus hermanos.
Seis años después su
padre, un campesino que nunca acudió a la escuela, la casó con un joven
de la localidad, también menor de edad, lo que redujo el número de bocas
que alimentar en su casa paterna.
A sus 28 años edad, Isaura ya tiene cuatro hijos que ha dado a luz en intervalos de dos años, en promedio: Mauricia de 12, Lucía de 10, Valeria de 8, y Fidelio de poco más de uno.
Isaura dice que le
gustaría que Mauricia y sus hermanas concluyeran al menos la primaria,
pues resultaron ser muy buenas estudiantes.
No obstante, reconoce que lo más seguro es que en unos cuantos años, su
esposo la case con algún habitante de la localidad. Entonces, indica, su
lugar será ocupado por Lucía, quien ya sabe lavar la ropa, ayuda a
hacer las tortillas y comienza a ser entrenada en el cuidado de su
hermano Fidelio, para cuando dé a luz a sus propios hijos.
Niños de 2 kilos
Niños de 2 kilos
Son
las nueve de la mañana y Tranquilina, una de las parteras más
socorridas de la comunidad de Guadalupe Victoria, pesa a un bebé que
nació hace escasas 12 horas. 2.5 kilos indica la báscula que aún tiene
pegado el logo de la fundación Vamos México, la organización civil
fundada por Marta Sahagún, la ex primera dama.
Con 46 años de
experiencia, la partera declara que este niño está sano, pues se
encuentra por encima del peso promedio que registran los niños que nacen
en esta comunidad en donde de acuerdo a cifras oficiales, cerca del 64
por ciento de su población ha padecido hambre o tiene un limitado acceso
a los alimentos.
Para Tranquilina, un
niño con dos kilos de peso es un niño sano, porque los bebés que ha
ayudado a nacer registran ese peso en promedio. El que lleguen al mundo
delgados y pequeños no es raro para ella, tampoco lo es que sus madres
acudan a consultarla más de una vez durante el embarazo por malestares
relacionados con una deficiente alimentación.
Tranquilina no sabe
que el peso promedio de los recién nacidos de esta localidad guerrerense
es, al menos, 500 gramos menor al promedio mínimo recomendado por el
Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, que es de 2.5 kilos.
Tampoco sabe los males por los que la mayoría de las mujeres y habitantes presentan síntomas relacionados con la desnutrición.
Dice que al igual que la mayoría de sus consultas por dolores de cabeza,
el cansancio y la debilidad son padecimientos que ella cataloga como
“antojo” y que cura recomendándole al enfermo que consuma la comida que
le apetece o que ella determina después de examinarlo, la cual
generalmente es carne de res, de cerdo o de chivo.
La desnutrición en esta comunidad de indígenas amuzgos ha generado problemas de salud que cada vez son más comunes.
Algunos niños no pueden hablar, otros presentan protuberancias en los huesos y otros más tienen problemas de la vista.
Un ejemplo es Isaías
Gómez. Tiene tres años pero parece un bebé de menos de dos, sus padres
no saben si puede hablar, porque a pesar de sus intentos por enseñarle a
pronunciar algunas palabras básicas en amuzgo, nunca ha emitido alguna
de ellas.
Desde hace más de dos
años, cuando comenzó a caminar, se hace entender a través de señas que
su madre y su abuela tratan de interpretar.
Su madre, Micaela, tiene 23 años y es madre de Albina y María de Carmen, de 10 y 6 años de edad, respectivamente.
A
pesar de la mudez del menor, no ha sido revisado por un médico, pues a
decir de su madre, llevarlo con uno implicaría gastar alrededor de 300
pesos, cantidad superior a los ingresos que su familia recibe en una
semana.
Micaela indica que
llevar al menor a un médico significaría gastar en el pasaje, pero
también en un traductor, pues los médicos de la región solamente hablan
español.
Ante la imposibilidad de llevar a Isaías a un médico, Micaela indica que
esperará hasta que el menor ingrese a la escuela a fin de que ahí le
enseñen a hablar.
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