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lunes, 6 de mayo de 2013

Pobreza y violencia se cuelan hasta las aulas

Reforma educativa
En Oaxaca y Michoacán la privatización escolar es un hecho
INEE: 8.5 millones de alumnos de nivel básico viven marginados
En varias regiones las escuelas sobreviven con las cuotas de papás
La lucha es por nosotros y por ellos, dicen maestros de la CNTE
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Plantón de maestros de la CNTE en el centro de la capital del paísFoto Yazmín Ortega Cortés
Laura Poy Solano
 
Periódico La Jornada
Domingo 5 de mayo de 2013, p. 2
Todas las mañanas, en comunidades de Tierra Caliente y de la sierra zapoteca se repite una misma historia: los niños no llegan desayunados a la escuela; tienen hambre, y ¿uno qué hace como maestro?, pues aunque sea buscarles una tortilla con sal.
Así inician su jornada educativa profesores de prescolar y primarias multigrado, indígenas y telesecundarias de Michoacán y Oaxaca, quienes señalan que la pobreza, la violencia y la falta de empleo que enfrentan sus pueblos se nos cuela hasta el aula.
Junto a decenas de casas de campaña multicolores que dan abrigo a cerca de mil profesores de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), quienes desde el pasado miércoles instalaron su plantón a las puertas del Museo Nacional de Artes, en la plaza Manuel Tolsá, aseguran que sus alumnos llegan al salón nomás a sentarse. Cansados, enojados, violentos y sin comer, pero aún así buscamos incentivar su aprendizaje. Es duro, porque nos hace falta de todo.
Maestros de Apatzingán, Michoacán; de la sierra y los Valles Centrales de Oaxaca, quienes se oponen a la reforma educativa, afirman que en sus comunidades la privatización de la enseñanza ya es un hecho. Sólo falta que la legalicen, porque de los apoyos que piden a los padres de familia sale para pagar la luz, a quien limpie la escuela, arreglar un baño o la letrina y tandear agua. Los materiales didácticos los ponemos nosotros.
El Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) revela que las condiciones de pobreza afectan a por lo menos 8.5 millones de estudiantes de prescolar, primaria y secundaria, que viven en comunidades de muy alta y alta marginación en el país.
En estas localidades se ubican poco más de 124 mil planteles de esos niveles educativos, los cuales enfrentan carencias de infraestructura y equipamiento. Atender a esta población requiere del esfuerzo de 450 mil docentes, quienes deben superar un contexto social de miseria.
Daniel Hernández, maestro de primaria indígena de la sierra de Oaxaca, señala que hay resistencia en las comunidades más pobres del país frente al modelo de enseñanza que quiere imponer el gobierno federal.
Los padres de familia se dan cuenta de que no se rescata su cultura, sus saberes como pueblos originarios ni los aprendizajes que tienen los niños. Los planes de estudio no consideran su realidad ni los incluyen como parte del proyecto educativo.
Al respecto, Alfonso López, profesor de educación inicial en el Centro de Desarrollo de Apatzingán, señala que la lucha contra las modificaciones a los artículos tercero y 73 constitucionales no sólo es por la defensa de nuestros derechos, que sí queremos preservar, pero también deseamos que la sociedad comprenda que salimos a defender a nuestros alumnos y a los propios padres de familia.
Si no nos creen, dice, que lean la reforma. Analicen sus implicaciones, platiquen con sus maestros, conozcan la realidad de sus escuelas. Hoy la cuota ya no es voluntaria. Con la reforma se va a legalizar un modelo donde los recursos vendrán del bolsillo de los padres.
Destacó que en el caso de la atención a los menores de tres años, recibimos a los “pequeños, pero solicitamos a las madres de familia que traigan leche y los insumos para el cuidado de sus hijos.
El estado dejó de darnos recursos y el municipio se declaró en quiebra. Sin el apoyo de los padres de familia ya no podríamos atender a los niños”.
Hambre y desempleo
En una comunidad ubicada a 10 minutos de Apatzingán, una de las regiones más afectadas por la inseguridad en Michoacán, Griselda Hernández es una de las dos maestras que atienden el prescolar Gaby Brimer, al que acuden 35 alumnos.
Recuerda que la construcción de las dos únicas aulas con que cuenta el plantel fue resultado del esfuerzo de los propios padres de familia. Lo poco que tenemos sale de las cuotas escolares.
Explica que en la región la violencia ahuyentó a habitantes y empleadores. “Muchos padres no tienen trabajo, porque la mayoría se dedica al corte de limón o a la albañilería, pero como están las cosas no hay quien dé trabajo, y entonces a la escuela tampoco le llegan recursos.
Hace más de dos meses que solicitamos apoyo para recibir los desayunos escolares, porque los niños no siempre comen, pero hasta ahora nadie nos ha dado respuesta, dice.
Bajo un intenso sol, que obliga a decenas de maestros a buscar refugio en una marea de lonas y plásticos rojos y azules, Karina Rentería, con 17 años de servicio docente, afirma con orgullo que el prescolar Miguel Hidalgo y Costilla, en pleno centro de Apatzingán, es resultado sólo del esfuerzo de la comunidad, porque la Secretaría de Educación Pública únicamente dio, y con años de demora, la clave oficial del plantel.
Desde su fundación, hace ocho años, nos organizamos para ir acondicionando un terreno, que después pagamos e incluso ampliamos con la compra de otro predio entre maestros y padres de familia, quienes hasta hoy nos cooperamos para pagar todos los servicios, señala.
Sin embargo, reconoce que la escuela, donde se atiende a 80 menores, enfrenta carencias graves. Hay deterioro de las aulas, lo que nos obliga a dar clases en tejabanes. No tenemos las mejores condiciones, pero hacemos todo lo que está en nuestras manos para dar una educación de calidad.
A unos metros del acceso al museo, muy cerca de la antigua sede del Senado, donde se concentran maestros de la sección 22 de Oaxaca, Daniel Hernández recuerda su paso por la comunidad de San Francisco Yobedo, a 16 horas de distancia de la capital oaxaqueña.
Son comunidades, afirma, en las que no pasa el tiempo. “Todo sigue igual. Escuelas de carrizo, alumnos sin zapatos que llegan sin probar bocado. Y toda su subsistencia depende de la tierra, donde siembran maíz, chile, calabaza y ejote. Empleo no hay. Toda su esperanza para alimentarse está en la milpa de temporal.
“En el ciclo escolar se nota la mala alimentación. Lo único que ayuda a estas poblaciones es que muchos se van de migrantes a Estados Unidos, juntan un dinero y regresan, pero cuando se acaba se vuelven a ir.
Los niños no tienen ninguna comodidad. No hay camas ni estufa en la casa. Y con esas condiciones llegan a la escuela con hambre. Muchos se aguantan, pero buscamos darles aunque sea una tortilla con sal, porque nuestra tarea no sólo es educar. También hay que estar comprometido con la comunidad y enfrentar sus carencias.

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