Los republicanos de Texas tenían la mayoría numérica a
su favor para aprobar, en la Cámara de Representantes estatal, la ley
contra el aborto más severa de la historia reciente: una que prohibiría la terminación del embarazo pasadas las 20 semanas de gestación, restringiría el acceso a multitud de drogas abortivas y, en definitiva, provocaría el cierre de 37 de las 42 clínicas que hay en el Estado.
En su contra tenían el sentir popular y algo con lo que no contaban:
lo singular que puede ser la legislación estadounidense, un país que
mezcla las leyes federales (que afectan a todos los Estados) con las
propias de cada territorio. Así, esta propuesta tenía que estar sobre la mesa del gobernador Rick Perry al día siguiente para convertirse en ley.
Y para eso, tenía que estar aprobada por la Cámara antes de la
medianoche. Los votos podían predecirse: 19 a favor y 10 en contra. Lo
que no podían predecir era el caos que se iba a desatar.
Ayer, día de la votación, la senadora Wendy Davis pidió turno de palabra para expresar sus preocupaciones ante esta ley. Tenía consigo un puñado de documentos que no parecían legales. Eran en realidad cartas de votantes suyos, en su mayoría mujeres, consternadas ante la idea de que el gobierno estatal se tomara tantas licencias para decidir sobre su cuerpo. Empezó a leer y a leer... y leyó durante diez horas y 45 minutos.
Sin parar para comer ni ir al baño. Es lo que se conoce como
filibusterismo: prolongar todo lo posible una votación con la esperanza
de sus responsables abandonen la sala, agotados, y cambiar el resultado
o, en el caso más extremo, dilatar tanto el turno de palabra que se
agote el tiempo destinado para decidir sobre él.
El caso de la senadora Davis resultó uno de los ejemplos más épicos de la práctica en la historia de Estados Unidos. Ignoró todas las preguntas que se le hicieron y se llegó a instalar una webcam
que retransmitió su maratoniano discurso en directo a través de YouTube
y que, en un momento dado, llegó a reunir a más de 150.000 espectadores.
Barack Obama tuiteó su apoyo indisimulado a Davis. A las 10.03 horas de la noche, los republicanos consiguieron detener una intervención que había durado más que una jornada laboral.
Entonces, el resto de demócratas tomaron el micrófono para mantener
inmóviles a sus oponentes. Se acercaba la medianoche, momento límite
para que ambas partes votaran.
Pero para entonces, la intervención de Davis había reunido tanta
expectación que el edificio estaba rodeado de manifestantes en contra de
la ley, gritando en referencia a Davis "¡Dejadla hablar! ¡Dejadla
hablar!". Eran las 11.45 y los republicanos estaban ansiosos por votar para no ver su proyecto caer en el olvido.
Justo entonces, otra senadora demócrata, Leticia van de Putte, soltó la gota que colmó el vaso: preguntó en voz alta qué tiene que hacer una política mujer para ser escuchada por encima de los hombres. Sostenía que había presentado una moción hacía un rato y nadie le había escuchado.
Fue con esa pregunta cuando se desató el caos en la sala: los
manifestantes empezaron a cantar, a gritar y a alborotar. Los demócratas
les instaron a seguir. Pasaron 30 minutos de absoluta confusión
hasta que las fuerzas del orden llegaron a la galería donde estaban los
manifestantes y detuvieron al menos a uno. Pero para entonces
ya había pasado la medianoche. La propuesta no llegó nunca a la mesa de
Rick Perry y ahora nunca será una ley.
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