José Luis Avendaño C.
En los últimos 60 años, nuestra educación ha estado moldeada por la televisión. No únicamente la educación sentimental.
Suele afirmarse, cual sentencia, que lo que la escuela construye por la
mañana, la televisión lo destruye por la tarde y la noche. Dos cosas
incontrovertibles: el niño y joven mexicano pasa más horas frente a la
pantalla de televisión que en las aulas. Una persona dice que se informa, viendo la televisión que leyendo el periódico.
La
televisión mexicana nació unida al poder político. Recuérdese que la
primera transmisión fue la de un Informe Presidencial de Miguel Alemán,
más que cachorro de la Revolución, fue epítome de político empresario,
cuyo hijo, antes que gobernador de Veracruz, como su padre, fue alto
directivo de Telesistema Mexicano, el antecedente de Televisa,
constituido, como la Iglesia católica –la iglesia electrónica—, en un poder fáctico.
Su poder deriva de la imagen, seductora por naturaleza. De ahí que los políticos de hoy se preocupen más por su apariencia, por lo que proyectan, que por lo que dicen o su discurso, y la necesidad de salir en la tele. Candidatos y funcionarios que se promueven y venden, como si fueran un producto o una mercancía más; candidatos bonitos, casi metrosexuales.
Junto con TV Azteca, Televisa constituye el duopolio televisivo, y que concentra un triple poder: el poder económico, el poder político y el poder ideológico; un poder paralelo o fáctico, que le disputa espacios y territorios al Estado, empezando por moldear costumbres y conciencias, o mentes y corazones (minds and hearts), como en la tradición estadunidense.
¿Qué estrategia y política se ha instrumentado para hacerle frente? Nada menos que la reforma educativa (RE), que fue la primera de los pendientes que dejó la docena panista debido a la falta de oficio político. De allí que la nueva administración priista –el de la restauración— haya llenado ese vacío, como primer acto de gobierno, con el Pacto por México, suscrito por las cúpulas de los tres principales partidos políticos:
PRI, PAN y PRD.
Una RE que, desde antes, fue cuestionada, no únicamente por sus fines y medios, sino por su lenguaje, netamente sacado del mundo gerencial, a través de los conceptos de calidad, evaluación, eficiencia, productividad, competitividad y competencias, que se abstrae o ignora la desigualdad social que caracteriza a la realidad mexicana. Véase el libro: No habrá recreo, de Luis Hernández Navarro (Fundación Rosa Luxemburgo / Para Leer en Libertad AC. México. 2013).
La reforma pasó de noche, en lo oscurito,
es decir, sin discusión alguna. Por eso, el debate en torno a la RE,
como dice Manuel Pérez Rocha, tiene que tener como premisa “que
contemple no solamente a la escuela, sino a la educación en su conjunto,
particularmente la que proviene de la radio, la televisión y otros
medios, y ante todo que, entendiendo a la educación como desarrollo
cultural, contribuya a superar la visión economicista que es producto de las políticas gubernamentales”.
El 26 de junio, la Secretaría de Educación del Gobierno del Distrito Federal (GDF) da a conocer el programa piloto SaludArte,
en cien de las cuatro mil escuelas primarias públicas que hay en la
ciudad de México, en el próximo ciclo escolar 2013-2014. Se pretende extender
el horario escolar de seis a ocho horas, a fin de que los alumnos
tengan actividades de tipo artístico (baile, canto y teatro) y cultural
en general. Incluye la transmisión de valores y ética, y una nutrición saludable, para combatir los elevados índices de sobrepeso y obesidad que se observan en los niños y jóvenes
mexicanos.
Al respecto, Tatiana Coll, investigadora de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), equipara evaluación con desnutrición
y cita a un investigador del Instituto Nacional de Nutrición, quien
dice que, después de 20 años de investigación, ya era posible saber “los
diferentes efectos que producía la desnutrición sobre cada una de las
células del cuerpo”; sin embargo, “lo único que no logramos en tantos
años es disminuir efectivamente la desnutrición en el país, una
enfermedad cuya cura, ya se sabe, es muy sencilla: comer”.
Lo anterior va de acuerdo con los lineamientos de la reforma educativa y de las recomendaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que ha tomado a la educación como caballo de Troya.
Empero,
como dice una maestra, citada por Hernández Navarro: “se cosifica la
profesión docente, al tener un fin utilitarista, gerencial, reduciendo
el papel del maestro a simple operario de las políticas educativas
neocoloniales”.
En política educativa, vamos de Guatemala a guatepior.
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