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domingo, 29 de septiembre de 2013

En corto, notas breves ; Septiembre y sus Reformas,

EN CORTO
José Luis Avendaño C.
Entre gritos y sombrerazos
El desalojo era previsible. La plancha del Zócalo capitalino –Plaza de la Constitución, por la liberal Constitución de Cádiz, la Pepa, de 1812— tenía que quedar limpia para los festejos patrios del 15 y 16 de septiembre.
 
El Zócalo, en especial la noche del día 15, la del Grito, es de todos. Independientemente de quien sea el Presidente, de qué partido y de cuál color ideológico, es por excelencia la noche mexicana. No importa qué clima político impere ni las condiciones económicas del país y de cada uno. Es una noche de celebración, y de gritar: ¡Viva México!
 
Una plaza a medio llenar, con acarreados, en primera fila, según las imágenes televisivas, mientras los desalojados (que, se dice, en su mayoría, no son docentes… ni decentes) instalaban su campamento en el Monumento a la Revolución.
 
Sólo a los amargados o aguafiestas les interesa recordar –precisamente en estas horas— cómo va la economía, que determina muchas otras cosas. En la víspera, mientras se llevaba al cabo el desalojo, se presentaba un programa de reactivación económica.
 
Y en vísperas de que el Senado organice un foro sobre la Reforma Energética, a fin de escuchar las voces discordantes –Cuauhtémoc Cárdenas abre, pero López Obrador se rehúsa, frente a “una reforma planchada”—, ambos suscriben, el 19 de septiembre, un texto, junto con Pablo González Casanova y Raúl Vera, obispo de Saltillo, para defender el petróleo, aunque cada uno por caminos distintos.
 
En tanto, fue interesante habar al historiador y politólogo Lorenzo Meyer, de El Colegio de México, sobre su libro: Nuestra tragedia persistente. La democracia autoritaria en México (Debate. México. 2013), en que el oro negro sigue erigiéndose como signo de nacionalismo, frente a la voracidad –antes y ahora— de Estados Unidos.
 
Entre tanto, el conflicto magisterial sigue entre nosotros, que representa el fin del federalismo en la materia, si es que alguna vez lo hubo. Así, del control corporativo –mecanismo de control social, subproducto del cardenismo— hoy  se quiere pasar al control evaluador, mediante conceptos tomados de la empresa: calidad, eficiencia, productividad;  pero ¿quién evalúa a los evaluadores?
 
Además, los maestros y los alumnos juegan con diferentes canicas: no son las mismas condiciones con las que se enseña y se aprende en el Distrito Federal y Monterrey, que en cualquier municipio de Guerrero y Oaxaca. Ya lo apuntó Adolfo Gilly: “el presidente Enrique Peña Nieto dijo que 64 por ciento de las 109 mil escuelas públicas –dos de cada tres– tienen problemas de mobiliario y sanitario, es decir, deterioro o estado ruinoso de pupitres, bancas, pizarras, instalaciones sanitarias y otras. En esa degradación acumulada durante décadas están obligados a cumplir su tarea de enseñar los maestros de este país saqueado y empobrecido” (La Jornada, 19-9-2013).
 
A lo anterior, se suman otros desastres: unos achacados a la naturaleza: Manuel e Ingrid, uno por el Pacífico, otro por el Golfo de México, en la categoría de depresiones tropicales. Como si nos lloviera sobre mojado. Pero, existen otras depresiones, comenzando por la de la economía, que crecerá apenas 1.8 por ciento (el promedio anual de los últimos cinco sexenios, bajo el credo neoliberal).Y en plena discusión presupuestal, tales depresiones, descuadran el proyecto original.
 
Y surge la pregunta de siempre, la de cada año: ¿es culpa sólo de la naturaleza? Es tan fácil echarle la culpa, y nosotros, lavarnos las manos, hundidas en el fango.
 
En esta contingencia, en vez de sumar, hay gente que, en nombre de las buenas conciencias, resta. Así nos los hace saber la editora de Playboy México, que por su cuenta hizo acopio de víveres para los damnificados, pero que fue rechazado por algún miope mental, disque por “indigna”. Cosas veredes en este territorio dominado por la corrupción e impunidad.

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