EN
CORTO
José
Luis Avendaño C.
Aventuras
neocoloniales
De
las cuentas de vidrio, que se dice intercambió Cristóbal
Colón por el oro de los estas tierras, a las botellas de vidrio, que contienen
aguas gaseosas, que se erigen símbolo de la sociedad de consumo.
La globalización
hizo al mundo interdependiente. O
eso se dijo y nosotros, desde el sur
profundo, se nos hizo creer. Ese cuento
nos los sabemos desde 1492, con Colón, del que, no por nada, se derivó el
concepto de colonización, pero
también el de neocolonialismo.
América Latina obtuvo su independencia
política de España, sin embargo, siguió atado a Europa mediante otro tipo de dependencia: la financiera,
a través de las inversiones y, sobre todo, de los préstamos. El no pago de la deuda fue el pretexto para el arribo de tropas de
Inglaterra, España y Francia a México, que culminó con la intervención francesa y la breve aventura imperial de 1864-1867.
Empero, ha sido la omnipresencia de Estados Unidos la que, según la posición desde la
que se cuente la historia, ha sido nuestra
bendición o maldición. ¿O lo advirtió Porfirio Díaz: “Pobre de México: tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”?
Sea o lo sea, la vecindad le ha
servido a los sucesivos gobiernos de válvula
de escape, aunque igualmente foco de
atracción en los ciclos de
prosperidad capitalista, como la que se vivió entre la segunda Guerra
Mundial y principios de la década de los 70 del siglo pasado.
Al mismo tiempo, el proceso de industrialización que experimentó México a lo largo del siglo XX,
dio origen a una clase media consumidora,
principalmente de aparatos electrodomésticos (estufas, refrigeradores,
aspiradoras, planchas) y automóviles; éstos para recorrer las ya largas
distancias entre la casa y el centro de trabajo.
Desde el despojo
de la más de mitad de su territorio (1847-1848), México ha sido la prueba viviente del expansionismo de Estados
Unidos, justificado con la Doctrina
Monroe (1823). La neocolonización,
no únicamente se refiere la conquista de
territorios o mediante las inversiones,
que no sustituyen a las invasiones, hasta llegar a una especie de colonización mental, vía los medios,
especialmente la televisión, la inefable nana
electrónica, que coloniza mentes,
almas y corazones; es decir, se trata, también, del cambio de hábitos y costumbres, pautas de consumo, comenzando los hábitos alimentarios.
Aquí se inserta el auge de la comida chatarra (junk food).
De aquí se han alimentado de ganancias
insaciables corporaciones
agroalimentarias, las que pasan por bienhechoras,
aunque los productos que venden sean, nutricionalmente, una porquería.
En México, los niños pasan más horas frente al
televisor que en la escuela.
“La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) dice que los niños pasan en la escuela 562 horas
anuales, contra mil 569 horas que pasan frente a la TV. El programa de la SEP
incluye un viernes de descanso al mes, mientras que en la televisión no hay vacaciones”, apunta Gabriela Delgado, de la
ONG A Favor de Lo Mejor (El Financiero,
30-10-2013). De ahí que no sea extraño que los niños vean a más de 12 mil 400
anuncios comerciales al año, únicamente expuestos a dos horas diarias frente al
televisor, según la Comisión Nacional para la Protección contra los Riesgos
Sanitarios (Cofepris), involucrada en la campaña
contra la obesidad infantil, en la que México ocupa el primer lugar mundial (La
Jornada, 27-10-2013).
A propósito del Día
de la Diabetes (14 de noviembre), se sumaron cifras macabras, que nos ponen, como individuos, familias, sociedad
y país, en una encrucijada: o
cambiamos nuestras dietas neocoloniales
o, prematuramente, nos lleva la huesuda,
en estos días que celebramos a La Catrina
en el centenario de la muerte de su creador, José Guadalupe Posada.
Ricardo Cortés Tamayo, fundador del periódico El Día, padre de mi compañero y amigo
Vicente, en octubre de 1985 le escribió a León Bataille:
“¿Qué si vale la pena seguir queriendo a México como
lo quisiste y lo quieres, y tu nostalgia? Rotundamente, sí. Sí, aunque haya
tanta señal negativa, y que los intereses domésticos y los de nuestros amados
‘primos’ sigan jorobándonos cada vez con mayores bríos y estos bríos sean
consentidos por esos intereses domésticos. Pero México sigue adelante, y esto
no es demagogia, a pesar de todo sigue, con todo y las billonarias deudas
exteriores en dólares y la gana que estos primos no se aguantan de que
pudiéramos ser su otro Puerto Rico”. Léase Memorias
de un forastero que pronto dejó de serlo (México 1931-1946), de Ricardo
Cortés (editado por El Día en libros.
México. 1987).
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