José
Luis Avendaño C.
Cada año en México termina y comienza teniendo como
referencia a los precios. En diciembre se establecen, más por imposición que por acuerdo o negociación, los salarios mínimos. Y al mes siguiente, se
presenta la tradicional cuesta de enero…
Vale decir que el salario es el precio de la fuerza de trabajo o, en el lenguaje neoliberal, capital humano. Con todo y tope, es el único precio bajo control, con el pretexto de que es inflacionario. Un episodio más de la lucha de clases, como telón
de fondo.
Sea lo que fuere, hay una ley económica implacable: el salario siempre va detrás de cualquier otro precio. La razón es simple:
mientras el SM se establece una vez al año, los demás precios suben a lo largo
del año, y que son los que determinan la
inflación. Es el caso de los gasolinazos,
que se elevan, como política, cada mes, o el de los alimentos –otra clase de energético— que se triplicó respecto al
índice general de precios.
Por eso, un IVA (impuesto al valor agregado) a la
comida (al menos la de perros y gatos) hubiera significado un golpe a la economía familiar. Y es que,
según la Ley de Engel (que no de Engels), entre menos es el ingreso, más se
destina éste a la compra de alimentos. Los más ricos destinan una parte menor a
la adquisición de alimentos.
Con la subida en el precio del boleto del Metro en
la ciudad de México, de tres a cinco pesos, creímos que en la misma proporción
–66 por ciento— debería de haber subido el salario
mínimo. ¡Qué ilusos! Sólo subió 3.9 por ciento, en función, dicen, de la inflación esperada en 2014. ¿Y lo que
perdió, en términos de poder adquisitivo, durante el año que termina? Para no
hablar de lo que ha perdido en los últimos 36 años, que es 72.8 por ciento,
según la Facultad de Economía de la UNAM.
En términos reales,
de poder adquisitivo, los salarios en
México son de los más bajos del mundo, que sigue siendo nuestra ventaja competitiva, después de 30 años
de Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Una situación que va
en contra de un mercado interno que
fuera sustento de un crecimiento económico, que lleve a mayores niveles de
desarrollo, y no como hasta hoy, que nos encontramos en el despeñadero.
Únicamente, a manera de información, va el monto de
los minisalarios, con su aumento de
2.44 pesos diarios, suficiente para
adquirir tan solo cuatro tortillas de
maíz: para la Zona A, 67.29 pesos diarios, para la Zona B, 63.77 pesos
diarios.
De ahí la vigencia de algunas consignas: “Salario mínimo al
presidente, para que vea lo que se siente”.
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