Esta es la primera entrega de una investigación especial que realizó REVOLUCIÓN TRESPUNTOCERO sobre
el Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro de la Ciudad de México.
Cada lunes, durante seis semanas, compartiremos información sobre
distintos aspectos relativos a la inversión privada en el Metro, la
corrupción, la historia de su sindicato, la economía informal, los
movimientos sociales que se han gestado debido al incremento a la tarifa
del boleto, así como análisis desde diferentes disciplinas para
prospectar escenarios. ¿Qué pasará? Descúbrelo con nosotros.
En esta primera estación, Cacique, se
explorará el control que poco a poco la iniciativa privada va tomando
sobre lo que de origen fuera un servicio público. ¿Con qué información
podemos contar como ciudadanos sobre el manejo del dinero recaudado con
la venta de los boletos del Metro? ¿Estamos ante el inicio de la
privatización del transporte más importante de la ciudad?
http://youtu.be/k25-eMNDY5E27 de enero, 2014).- Para la doctora Irma Eréndira Sandoval, directora del Laboratorio de Documentación y Análisis de la Corrupción y la Transparencia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la creación del fideicomiso mediante el que se administrará el dinero producido por el alza a la tarifa del boleto del Metro (de tres a cinco pesos), podría crear un foco rojo de corrupción y privatización del transporte más importante de la Ciudad de México.
“Me parece que los fideicomisos son el
primer escalón hacia las Asociaciones Público-Privadas (APP) donde se
mueven muchos intereses y conveniencias, evidentemente, también caminan
hacia la privatización de los servicios públicos y las obligaciones
públicas”, dijo en entrevista para REVOLUCIÓN TRESPUNTOCERO.
Y es que no es poco lo que está en
juego: la bolsa que el Sistema de Transporte Colectivo espera recolectar
para finales del 2014, asciende a poco más de 3 mil 217 millones de
pesos. Este monto, para dimensionar su importancia, es más alto que lo
que el Programa de Egresos de la Federación le dio a la Secretaría de
Energía: 3 mil 204 millones de pesos.
Todavía no queda muy claro cómo se
administrará ese dinero, tampoco los lineamientos por los cuales se
sancionaría a los funcionarios que incurran en actos de corrupción y
mucho menos los mecanismos de transparencia a los que estarán sujetos,
señaló la académica egresada del J. Safra Center for Ethics, Harvard
University.
A poco menos de dos meses de haber
incrementado la tarifa, los efectos en el bolsillo de los capitalinos ya
han comenzado a resentirse: disminución del poder adquisitivo,
encarecimiento de la vida y mayor pobreza. Estadísticas del Instituto
Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), señalan que la inflación
anual ya alcanza el 3.97 por ciento, cifra que contrasta con el magro
aumento salarial de 2.43 pesos para el Distrito Federal.
La estratagema del GDF
El 7 de diciembre del año pasado,
mediante un desplegado en la Gaceta Oficial del Gobierno del Distrito
Federal, el jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera –basado en una
encuesta realizada por tres consultorías especializadas en el impacto de
la opinión pública–, dio a conocer un incremento del precio al boleto
del Metro que escaló dos pesos. Dentro del mismo edicto, añadió un
decreto para la creación un fideicomiso que se encargará, arguyó, de “recibir” y “administrar” los recursos provenientes del incremento.
Argumentando deficiencias en la
renovación, reparación y mantenimiento de instalaciones y equipo del
Metro, expuso que con la nueva recaudación se subsanaría el desgaste que
sufrió la red durante años de “abandono” y déficit económico:
“El ajuste de la tarifa es necesario
para garantizar la continuidad en la prestación del servicio en
condiciones de seguridad, atender los requerimientos de rehabilitación,
actualización y mantenimiento del material rodante e instalaciones
fijas, cubrir los gastos de operación y administración”, refirió la
Gaceta.
El fideicomiso, también ha repetido en
múltiples ocasiones, “aclarará” las finanzas, inversiones, ingresos,
egresos del sistema y evitará su privatización; esta postura fue
secundada por algunos legisladores perredistas.
Según estadísticas del propio Sistema de
Transporte Colectivo de la Ciudad de México, en el Metro se trasladan
alrededor de 5.3 millones de personas. Esta cifra, aunque irregular,
arroja que cada año, por lo menos, mil 608 millones 865 mil 177 de
usuarios abordan sus trenes, fluyen por su terminales, caminan por sus
andenes y pasillos distribuidos en 12 líneas, 195 estaciones y 225.9
kilómetros de vías.
Multiplicado el número de usuarios
anuales por los dos pesos del incremento, al llegar a diciembre, se
generará un monto aproximado, de 3 mil 217 millones 730 mil 354 pesos.
Más problemas que soluciones
Al respecto, la también integrante del
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, sugiere que la
transferencia de recursos públicos a esta figura jurídica, puede
acarrear serios problemas. De hecho, éstos ya han creado polémica en
años anteriores, al punto que la Suprema Corte de Justicia de la Nación
(SCJN), en los albores de la administración de Vicente Fox, intervino en
su definición y los proclamó como un “negocio jurídico”.
Un fideicomiso es “un negocio jurídico
por medio del cual el fideicomitente constituye un patrimonio fiduciario
autónomo, cuya titularidad se concede a la institución fiduciaria para
la realización de un fin determinado”, emitió la SCJN en una resolución.
‒¿Qué problemas arrastraría la creación de un fideicomiso para llevar a cabo las reparaciones del sistema?
‒Yo creo que el primer problema jurídico
o de la administración pública, es que los fideicomisos son figuras que
emergen del derecho privado. O sea, el fideicomiso es un negocio: el
llamado trust financiero que viene del Commonwealth es,
como sabes, muchísimo más flexible porque se ajusta más a esta
interacción entre mercado y Estado. A contrapelo, el mexicano, producto
de la tradición romana, suele recalcar que lo público es público y lo
privado es privado. El lineamiento es claro.
“Ahora, de principio hay que subrayar:
en todos los fideicomisos hay una lógica del derecho privado, pero no
tendría por qué privar sobre el derecho público. O, ¿hasta qué punto
conviene delegar un contrato mercantil de responsabilidades estatales,
como la seguridad pública, la salud o la educación, el transporte? Es un
tema que, me parece, la ley tendría que tratar con mucho cuidado y
claridad, no tomarlo tan a la ligera.”
Pese a todo, no serán éstos los que
darían mayores inconvenientes a las finanzas públicas. Los fideicomisos
en México han estado contaminados completamente por “conflictos de
interés” e intromisiones de esas dos esferas del derecho más radicales.
Ejemplos hay varios: el IPAB, el
Fobaproa o la operación de la Lotería Nacional en el desvío de recursos
para el fideicomiso de Vamos México. Los tres representan la interacción
de recursos públicos para “negocios jurídicos” donde el dinero que
aporta la población, saltó al ámbito privado para rescates bancarios,
comerciales, entre otros. Pero ahora el modelo es hacerlo también con
asociaciones de capital público y privados (APP).
“El gobierno del Distrito Federal me da
la impresión de estar dando los primeros pasos, más hacia la utilización
de otras figuras aún más –diría yo, ominosas– para la rendición de
cuentas, como las asociaciones público-privadas (APP). Asociaciones que
llevan a un extremo aún mayor la falta de control (…) [y] supervisión
que las que presentan los fideicomisos, pues el dinero se los dan a
manos llenas y por supuestos ‘beneficios mutuos’.”
‒¿En qué consisten éstos?
“Las asociaciones público privadas son
lo peor de los dos mundos, lo público y lo privado: porque es una suerte
de la legalización de las deudas públicas. Los legisladores como
tuvieron tanto problema en aprobar el Fobaproa –que es el epítome de la
corrupción en nuestro país–, ya no quieren volver a sujetarse a esos
trámites político-legales, que son la aprobación de la deuda pública
para el rescate de los bancos por parte del Congreso.
“Y entonces lo que hacen es signar un
contrato público-privado del cual, quien pone el capital y los gastos,
es el pueblo; pero quien se beneficia con los dividendos públicos, son
privados, como los bancos en nuestro país.”
Sólo para dar una idea: en la Ciudad de
México se confirmó que el 80 por ciento de las obras públicas que se
llevarán a cabo en este sexenio, son impulsadas bajo este esquema,
informó Luis Alberto Rábago Martínez, secretario de Obras y Servicios de
la capital.
Por su parte, los más recientes obras en
el Metro, derivadas del incremento a la tarifa del Metro, que incluye
el cambio en el sistema de alimentación eléctrica y el mantenimiento a
45 trenes que operan en las líneas 2 y 7, serán realizados sobre el
modelo de Asociaciones Público-Privados (APP), informó el propio Joel
Ortega el pasado 8 de enero.
De los Metros más caros del mundo
El salario del Distrito Federal, está
entre las entidades de salario mínimo más bajos del mundo. Con el
aumento que entró en vigor en este año para la ciudad de México, ubicado
en la zona “A”, apenas ascendió este año 2.43 pesos para dejarlo en
64.76 pesos diarios (3.9 por ciento).
Con el anterior precio del Metro, en
México un trabajador que ganaba el salario mínimo tenía que trabajar 50
minutos para poder pagar dos boletos de metro, lo que resulta razonable
en relación con los países de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE).
Con el nuevo precio del metro (5 pesos),
y el nuevo aumento al salario, el mismo trabajador tendría que trabajar
1 hora con 15 minutos para poder tomar el metro dos veces al día, lo
que convierte a México en el país con el sistema de Metro más costoso de
los países de la OCDE. Un trabajador tiene que invertir el 16.44 por
ciento de su jornada laboral para poder pagarse dos boletos del Metro.
Por si fuera poco, dada la inmensidad de
la Zona Metropolitana de la Cuidad de México, muchos trabajadores que
reciben el salario mínimo necesitan dos diferentes medios de transporte
público para llegar a su trabajo. Al día, este trabajador pagará en 2014
entre 20 y 22 pesos sólo para trasladarse de su casa al trabajo y de
regreso; con esto consumirá una tercera parte de su ingreso, según reza
un informe de la consultoría “Inteligencia pública”.
Latentes: opacidad y corrupción
Basado en dos modelos de contrato,
refirió Sandoval, existen dos formas en que se pueden constituir este
tipo de acuerdos entre el Estado y los privados: el fideicomiso público y
el fideicomiso mixto. En ambos, el fideicomitente sería el Gobierno del
Distrito Federal (GDF) y el fiduciario, el banco o institución pública
encargada de administrar los recursos.
Los fideicomisos mixtos, los puede
administrar el gobierno federal o local, bajo ciertos criterios de
regulación y transparencia de los que el Instituto Federal de Acceso a
la Información (IFAI) tiene lineamientos claros. En el segundo caso
existen serios y latentes riesgos de corrupción, apuntó la académica, ya
que “se mezclan dineros supuestamente privados con dineros públicos.”
“Esos son los casos que han producido el mayor número de corruptelas”, explicó.
‒¿Se trata de un modelo de escamotaje en torno a la privatización de los fondos públicos para pasarlos a lo privado?
‒Puede ser. Hay antecedentes como el
fondo del IPAB, el Fobaproa o la operación de la Lotería Nacional en el
fideicomiso de Vamos México. Estos se han dado sobre todo, en
fideicomisos mixtos, donde se pierden las obligaciones para rendir
cuentas y comportarse como entidades de la administración pública.
“Entonces, son proclives a evadir la
vigilancia porque no son considerados entidades paraestatales; es decir,
no presentan una infraestructura similar a las instituciones de
gobierno. Esa es una trampa porque en los hechos se subcontratan todas
las estructuras orgánicas y no se dan de alta ciertos criterios, ahí es
donde se dan las fugas”.
***
Aunque todavía no se ha hecho público el
acuerdo mediante el cual será puesto en operación, recientemente el
titular de la Secretaría de Finanzas –encargada de constituirlo y
revisar su situación legal–, Edgar Amador, le declaró al periódico El Universal
que el GDF había escogido al banco Nacional Financiera (Nafinsa) de
origen público, como la empresa fiduciaria para administrar el dinero
recaudado con el objeto de dar más certeza a sus cuentas.
No obstante, aunque se llegaran a
implementar mecanismos de regulación, como la rendición de cuentas
trimestral al congreso local, la legislación que recientemente dió
autonomía al IFAI y más poderes para investigar, éstos “siguen siendo
endebles” porque no se delimitan sanciones en casos de corrupción,
defraudación u opacidad en torno al manejo de los dineros.
“Otro elemento crucial (…) son las
sanciones, ¿no? Se establecen con la mano muy flexible y se asignan
fideicomisos pero nunca se especifican de entrada las sanciones que los
funcionarios públicos tendrían por sus desvíos o malos manejos; tampoco
se establece a qué sujetarse en casos de defraudación u opacidad”,
finalizó la especialista.
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