Defensora
de la idea de “felicidad responsable”, la entrevistada apuesta a las
relaciones humanas saludables y afectivas como fórmula para salir de
cualquier crisis.
SSOCIOLOGOS:_ Un buen día
la socióloga Roberta Paltrinieri dejó de mirar vidrieras. Repasó sus
hábitos de consumo y no volvió a comprarse ropa, entre otras costumbres
que abandonó. “Fue un viaje al interior de lo que sucedía en la crisis
de la sociedad de la abundancia que me llevó a mí y a quienes me rodean a
tomar conciencia”, dice Paltrinieri, doctora en Sociología y profesora
de Sociología del consumo en la Universidad de Bologna, la más antigua
del mundo occidental. Fue así como se propuso orientar su vida y la de
su familia hacia una felicidad responsable, término con el que bautizó a
su último libro. “Mi materia de estudio surge de mi autorreflexión
sobre mi comportamiento cotidiano y el de mi familia -se sincera-. Y
decidimos iniciar, como pequeño núcleo, una búsqueda de comportamientos
de consumo sostenible.” Sus hijos -de 8 y 12 años- crecen sabiendo que
no deben derrochar agua, que la basura se debe separar según su materia
prima -orgánica, papel, plástico, vidrio- y que el trueque con otras
familias es divertido, sustentable y sienta bien. “Mi vida no se ha
empobrecido. Como docente empleada pública, es cierto que tengo mi
sueldo congelado desde hace tres años, pero también cuento con la
seguridad de que mes a mes recibo mi paga. Admito que no he sentido la
crisis que veo a mi alrededor, pero esto no implica que en mí no se
hayan activado modos de investigación para dar con formas más virtuosas
de consumo”, dice la socióloga que también dirige el Centro de Estudios
Avanzados sobre el Consumo y la Comunicación del Alma Mater Studiorum de
la Universidad de Bologna y es parte de la Research Network Sociology
of Consumption. Y allí fue Paltrinieri detrás de la felicidad
responsable que, según ella, “es un modo distinto de pensar el bienestar
individual y colectivo. Es la superación de un modelo cultural que hizo
del ‘Consumo, luego existo’ el leitmotiv de los últimos treinta años, a
favor de un modelo cultural que valorice las relaciones antes que los
símbolos de status”.
-¿Dónde busca la sociedad de hoy la felicidad?
Desde el
punto de vista aristotélico, el concepto de felicidad se refiere a la
obtención del placer a través de una acción. Sobre la base de esta
dimensión aristotélica se ha ido construyendo la sociedad de consumo. En
este sistema, a través de los objetos de consumo, los hombres deberían
obtener aquel placer que, de algún modo, se presupone para una cierta
felicidad. La sociedad del consumo como nosotros la conocimos en Europa,
desde la posguerra, es decir desde los años ‘50 hasta los inicios de
esta crisis en 2008, prometió la obtención del placer basándose
paradojalmente en mecanismos que producen constantemente infelicidad.
Desear comprar ha sido un imperativo para la sociedad de consumo
europea. Consumir y desear seguir haciéndolo por más que se posean ya
muchos bienes. El problema no es la posesión de bienes sino la
insaciabilidad: una promesa constante de algo que se debe desear y que
una vez obtenido no da satisfacción y por eso reenvía a la necesidad
constante de continuar en este accionar. De aquí nacen los procesos de
consumo compulsivo. La sociedad europea y la norteamericana son
sociedades enfermas desde el punto de vista de la compulsividad, porque a
través de este acto se intenta calmar un ansia que está dentro nuestro y
que es el estado existencial de la subjetividad en una sociedad que
progresivamente ha hecho desaparecer otras formas del placer.
-Con este diagnóstico, ¿hoy es posible ser feliz?
Es necesario
superar la dimensión instrumental del bienestar individual para
estimular un nuevo modelo que ponga en el centro el bienestar colectivo
entendido como relación que desarrolla confianza, reciprocidad. Las
sociedades felices son las que producen relaciones, vínculos. Las
infelices son las que en el lugar de las relaciones venden productos. En
síntesis: la gente feliz genera vínculos; los infelices compran
compulsivamente.
-Usted ha señalado que la felicidad y el bienestar no han sido medidos adecuadamente
El primer
texto que intenta superar la idea del PBI como único indicador del
bienestar es el estudio que el ex presidente francés Nicolás Sarkozy
encargó en 2008 al economista Joseph Stiglitz, donde se utiliza una
serie de indicadores que arrojan luz sobre cómo medir el bienestar. A
partir de esto, en Italia hemos desarrollado el índice de Bienestar
Equitativo Sostenible -Benessere Equo e Sostenibile (BES)-. Es
interesante porque hace foco en el bien relacional. De algún modo dice
que la tutela del ambiente y las relaciones son fundamentales para medir
el bienestar. Un elemento fundamental que está en la base de este nuevo
modelo que estoy intentando promover de la felicidad responsable es la
dimensión de la participación. Personas que participan en términos
activos dentro de la propia comunidad son personas más felices.
-¿Cómo se hace para hablar de bienestar colectivo en una sociedad de tanta desigualdad
El modelo
económico al cual nos ha habituado la sociedad de consumo es un modelo
en el que lo determinante es el bienestar individual medido
económicamente. El verdadero problema es que se debe correr el bienestar
individual al bienestar colectivo. De hecho, las personas no viven
solas, aisladas. Pero la verdadera posibilidad de producir bienestar
colectivo nace de la posibilidad de producir bienes relacionales. Una
cosa importante en el interior de una comunidad para desarrollar el
bienestar no es tanto el dinero cuanto una buena calidad de las
relaciones humanas. El bienestar colectivo debe ser producido a través
de las relaciones humanas cualitativamente buenas. Bienes relacionales
producen confianza, intercambio, reciprocidad. Las relaciones se vuelven
importantes también en términos de desigualdad: si yo produzco
relaciones dentro de un sistema, produzco formas de solidaridad y la
forma de solidaridad produce cohesión social. Donde existe la
desigualdad se pueden activar estos mecanismos de la solidaridad. Si
produzco individualismo, no produzco cohesión social.
-Da la
sensación de que en la sociedad actual sólo participan activamente los
que tienen tiempo o los que abrazan una causa y militan a favor de ella.
¿Cómo se crea esta conciencia de responsabilidad compartida en el
ciudadano medio?
En Italia no
estamos en una fase ascendente de la democracia sino decreciente.
Crisis de gobernabilidad, altos niveles de desconfianza, temas que tal
vez le resulten familiares a usted … Por eso es necesario crear un nuevo
pacto de confianza. Y la responsabilidad social compartida como
respuesta a la crisis nos compete a todos. Tenemos que dar el salto
hacia una teoría colectiva de las relaciones. Buscar cómo podemos
responder a la crisis a través de nuestras capacidades específicas.
-¿Cuál es hoy la principal característica del comportamiento social?
Hoy es
difícil hablar de una teoría del accionar colectivo porque de hecho
vivimos en una sociedad donde los procesos de socialización
retrocedieron en su capacidad de orientar las relaciones. Hoy más que
nunca, en esto veo también el reflejo del paradigma económico neoliberal
dominante, hablamos de sujetos individualizados. De hecho, el hombre
está cada vez más solo y debe responder a los desafíos de una sociedad
global. Hemos perdido los valores normativos que nos orientaban. Es como
si el individuo tuviera constantemente que reflexionar sobre las
propias acciones. Disminuyó la mediación de la estructura. En el pensar,
el comportamiento social ha retrocedido. Esto quiere decir que no hay
más un cuadro normativo de referencia sino que hay que proceder por
autorreflexión. Se trata de una constante necesidad de encontrar dentro
de sí las fuerzas, las capacidades para responder a la emergencia o a la
urgencia que el ámbito social le impone.
-En usted
la crisis fue una ocasión para repensar su comportamiento como
consumidora. La idea de crisis como oportunidad, ¿se puede aplicar a
todas las clases sociales?
Es claro que
desde un punto de vista sistémico esto puede ser una oportunidad para
las clases medias y altas de reflexión para repensar el propio
comportamiento. Por una cuestión de insostenibilidad, es preciso pensar
en un nuevo modelo para la sociedad de consumo tal como la conocemos
hasta ahora. Es claro que no tienen la misma posibilidad los sectores
medio y bajo que hoy están experimentando un gran desgaste. La crisis
como oportunidad también nos enfrenta al problema de la desigualdad. En
Italia, como seguramente también sucede en Argentina, lo que está
sucediendo respecto del pasado es que estamos viendo que los mecanismos
del ascenso social ligados, por ejemplo, a la instrucción, no funcionan
más. Mientras en el pasado era normal que el hijo del campesino o del
obrero se convirtiera en médico, hoy ese ascensor social ya no existe.
Estamos asistiendo a una autorreproducción de las castas y ya no hay
mecanismo de movilidad ascendente entre generaciones. Es lo ineludible
de un destino: los hijos de las clases bajas no tendrán posibilidad de
superar su propio status. Las nuevas generaciones están experimentando
condiciones de vida peores que las de sus padres.
-¿Esto es válido para ricos y pobres?
Sí. El
elemento central en este proceso de pobreza es que los hijos de las
clases sociales medias-altas, los hijos de la burguesía, también
experimentan condiciones de vida peores que las de sus padres. Yo estoy
segura de que, si mis hijos no se van al exterior y se quedan en Italia,
no tendrán la condición de vida ni las oportunidades que he tenido yo.
-Desde la
mirada argentina, es como si Europa, aquel Primer Mundo de nuestro
imaginario, estuviera descubriendo algo que nosotros, lamentablemente,
ya conocemos en carne propia en materia de crisis.
En realidad
lo que muchos países latinoamericanos, Argentina en primer lugar, han
experimentado como técnicas de supervivencia en un mundo globalizado
-siempre a favor de un Primer Mundo que como consecuencia de este
intercambio desigual venía favorecido-, hoy se convirtieron en las
técnicas que estamos observando para responder a nuestra propia crisis.
Los argentinos nos pueden enseñar mucho al respecto.
Artículo de MARINA ARTUSA, visto en clarin.com
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