Epigmenio Ibarra
Al calor de la campaña electoral, indignado por los sucios manejos
del poder y el fraude anunciado, Andrés Manuel López Obrador mandó al
carajo a “sus instituciones corruptas”. De inmediato los medios, sobre
todo la tv, lanzaron en su contra una campaña de linchamiento.
Desgarraron sus vestiduras las mujeres y los hombres de la cámara y el
micrófono, los opinadores en la prensa escrita. El tabasqueño fue
presentado como un “demonio”, como un peligro para México. El miedo así
generado sirvió como coartada para el fraude.
Seis años después,
en una nueva contienda electoral, Enrique Peña Nieto, como Felipe
Calderón, se mostró, en el discurso, “respetuoso” con las instituciones.
Nada dijo contra ellas. Se cuidó bien, lo cuidaron, de no tener este
tipo de arrebatos retóricos. No tenía, por otro lado, necesidad alguna
de hacerlo. Manejado como un producto, el candidato “totalmente tv”, el
hombre del régimen, fue presentado como un individuo moderado, incapaz
de poner en riesgo la vida institucional del país.
En la práctica,
sin embargo, lo real es que López Obrador, en un gesto que lo honra y
que ciertamente garantizó la paz social en México, respetó, tanto en
2006 como en 2012, la vida institucional del país, desechó la idea del
alzamiento y optó, de nuevo,
por la lucha electoral. Mucho debemos los mexicanos a la terquedad democrática de López Obrador. Mucho a la decisión de realizar acciones incruentas y controladas y cargar con el costo político de las mismas. No fue él quien incendio el país. Resultó Felipe Calderón el verdadero peligro para México y es Peña Nieto el que ha hecho añicos las instituciones.
por la lucha electoral. Mucho debemos los mexicanos a la terquedad democrática de López Obrador. Mucho a la decisión de realizar acciones incruentas y controladas y cargar con el costo político de las mismas. No fue él quien incendio el país. Resultó Felipe Calderón el verdadero peligro para México y es Peña Nieto el que ha hecho añicos las instituciones.
En 2012, el PRI y su candidato
violaron impúdica y escandalosamente la ley electoral. Nada hizo el IFE,
para su deshonra, para evitarlo ni para sancionar a los responsables.
Optó por callar, por cerrar los ojos ante lo evidente. Rebasó Enrique
Peña Nieto por más de 4 mil 300 millones de pesos el límite legal de
gasto de campaña, se burló de las instituciones a las que decía
defender, de los ciudadanos que veíamos su rostro por todas partes y lo
escuchábamos a todas horas y dio la puntilla a la democracia mexicana.
Esos
que lincharon a López Obrador por sus dichos hoy callan ante los hechos
delictivos de Peña Nieto y el PRI. El doble rasero de la tv y la prensa
nacional —salvo pocas y honrosas excepciones— ha quedado, otra vez, de
manifiesto. Es hoy más evidente que nunca su complicidad con el régimen,
su sumisión frente al poder. Poco o ningún espacio ha merecido, en las
primeras planas de los diarios, en los titulares de radio y tv, el
informe de la Comisión “Monex” de la Cámara de Diputados, que confirma
lo que ya todos sabíamos: la operación de compra de la Presidencia de la
República.
Sorprende y duele que una noticia de este calibre no
haya levantado olas de indignación popular. Nadie ha salido a las calles
a protestar, a exigir que se reponga el proceso electoral y se retire
el registro al PRI. Ni siquiera en las redes sociales se ha dejado
sentir el repudio masivo a esta flagrante violación de la ley. El hombre
que hoy se sienta en la silla presidencial debería ser denunciado,
depuesto, sometido a juicio. En vez de eso se le rinde pleitesía o, peor
todavía, se justifican sus felonías con el argumento pueril y suicida
de que “ya lo sabíamos” y de que, de por sí, “así ha sido siempre”.
En
cualquier otro país, en cualquier democracia que se respete,
revelaciones como las de la Comisión Monex hubieran provocado una crisis
política y quizás llevado a los responsables al banquillo de los
acusados. Aquí, otra vez, no pasa nada. Entre tantos escándalos de
corrupción, detonados conveniente y consecutivamente, se escuda quien
ilegalmente se ha sentado en la silla presidencial. Lo suyo, siendo tan
grave, resulta, peccata minuta gracias al silencio de los medios en
torno a la compra de la Presidencia y a su estridencia cuando señalan a
otros. En todas las trampas del poder caemos.
Ahora sí que al
diablo, al carajo más bien, se han ido las instituciones arrastrando con
ellas la ya de por sí escasa credibilidad de los medios. La democracia
en el México del PRI y Enrique Peña Nieto son solo una caricatura. El
régimen ha consumado su labor corruptora, su tarea de demolición del
Estado. Cuenta con nuestro silencio que también ha comprado, con nuestra
obligada complicidad producto de la apatía y el adormecimiento
colectivo, para perpetuarse en el poder. ¿Se lo permitiremos?
www.twitter.com/epigmenioibarra
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