José
Luis Avendaño C.
Las democracias
de Occidente siempre aluden a las libertades,
como fundamento de su sistema político. Pero, a pesar de tanta libertad, ésta se ve acotada
y restringida por y desde el poder. Y es que ella implica, como nos lo
recuerda Octavio Paz, la crítica,
algo que molesta, sobremanera, al poder, por muy democrático que sea.
En tiempos de globalización
y de las nuevas tecnologías de la
información y comunicación (las TIC), encabezadas por el internet y las redes sociales, como instrumentos de liberación –al menos informativa, es decir, de otras voces—, desde el poder se busca, al menos, mantenerlas vigiladas y bajo control.
Mucho se habla de libertades y democracia, como objetos políticos, en que las sociedades
despliegan todas sus virtudes y potencialidades. Pero, se olvida o se deja de
lado la estructura económica que la sustenta y determina. La democracia es a la
economía, lo que la competencia es a la economía; es decir, el ideal es la democracia en la economía.
México, que se precia de ser una sociedad de libre mercado, en que la
premisa es la oportunidad y libertad para
todos, la estructura productiva se halla altamente concentrada y, por ende, distorsionada. De más de un millón 200 mil empresas (entre grandes,
medianas, pequeñas y micro empresas) que conforman la planta productiva, sólo
unas cuantas controlan, en la mayoría de las ramas y los sectores, o al menos
las más estratégicas, el mercado, a través de los mecanismos de la producción y
la distribución (oferta), manipulando
los precios.
Lo mismo sucede en materia de comunicación e
información, convertida en mercancías y,
por lo tanto, objeto de negocio, en
el que dominan unos cuantos. Es el
caso de la televisión, dominado por el llamado duopolio televisivo: Televisa y Televisión Azteca, en el que el agente preponderante, en el lenguaje de
hoy, quien lleva la voz cantante, es
el consorcio de Emilio Azcárraga.
Precisamente la democratización
de los medios fue una de las consignas del movimiento # Yo Soy 132, que formaron estudiantes de la Universidad
Iberoamericana, a raíz de la visita de Enrique Peña Nieto, candidato
priista a la presidencia, al que veían
como una hechura mediática, producto
de Televisa.
El 12 de abril se constituyó el Frente Nacional de
la Comunicación Democrática (FNCD), que busca terminar con la aguda concentración de los medios y de abrir el espectro radioeléctrico, donde
operan las telecomunicaciones. El FNCD está conformado por políticos,
académicos, integrantes de la sociedad civil y, en general, usuarios de los medios, que buscan ser
canales de expresión e información: críticos, independientes y propositivos.
No únicamente la regresiva
iniciativa Peña-Televisa posee un trasfondo de inconstitucionalidad, como lo observa el legislador panista Javier
Corral, sino que es entreguista a los
intereses del capital monopólico globalizador.
La ley reglamentaria,
que por estos días se discute en el Congreso, contradice la reforma en la materia, que se aprobó el año pasado,
comenzando por violentar los derechos
humanos de los usuarios, que somos todos, atrapados en la guerra entre Carlos Slim, por un lado, y Emilio
Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego, por el otro, no sólo de los más ricos de México (Slim es el segundo más rico del mundo), sino de los
más influyentes, en la política y la
economía, al tener el control mediático,
que va más allá de lo ideológico, al modelar hábitos y costumbres, consumos y
comportamientos.
Para que la comunicación deje de estar secuestrada por el duopolio, se requiere
una acción concertada desde la sociedad,
que presione a los legisladores, a fin de que la ley reglamentaria la favorezca, y se traduzca en nuevas voces e imágenes, de índole
pública y social, ciudadana o, si se quiere, comunitaria. El Frente es un
intento más, que ojalá fructifique.
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