“Transnacionalización y desnacionalización. Ensayos sobre el
capitalismo contemporáneo”: Rafael Cervantes Martínez, Felipe Gil
Chamizo, Roberto Regalado Alvarez y Rubén Zardoya Loureda
“No cabe duda de que la tendencia del desarrollo es hacia un trust
único mundial, que absorberá todas las empresas sin excepción y todos
los Estados sin excepción”. No son palabras de Bill Gates, en este
“globalizado” inicio de milenio, fue Lenin quien las dijo en 1915, un
autor que el mercado de las ideas ha declarado obsoleto con premura
sospechosa. A Vladimir Ilich Lenin dedican los autores este militante
análisis del imperialismo contemporáneo, así, sin titubeos en el uso de
palabras que suenan como disparos en los salones marmóreos de la
Academia ahora posmodernizada, con suculentos premios y ediciones de
lujo para los bien portados. Porque el lector, sin dudas, tiene un libro
raro y útil en las manos, un libro que no reniega o enmascara su
vocación subversiva —o quizás mejor deba decirse, revolucionaria—, no
como dejación del espíritu científico sino como reafirmación suya: la
ciencia, la verdad, al servicio del ser humano, en su expresión concreta
e histórica, es decir, en defensa de los explotados, de los condenados o
de los pobres de la tierra, con quienes nuestros hombres y mujeres
mayores han “echado su suerte”.
Para arribar a conclusiones verdaderamente científicas —parecen decir
los autores—, hay que cerrar de vez en vez el gabinete abarrotado de
libros “nuevos” y pegar el oído a la tierra, leer entre líneas la prensa
mundial, visitar las fábricas, la bolsa de valores, escuchar a las
madres argentinas de la Plaza de Mayo o asistir a la marcha del pueblo
combatiente en la sitiada Habana, y tomar partido. Hay que liberarse, como sugería
Martí, de la dictadura de las modas con que la seudociencia
pretendidamente “pura”, “incontaminada”, intenta seducirnos. Hay que
huir de la “ciencia” que enreda la vida en la telaraña de la retórica,
hasta hacerla desaparecer, para que el capital-araña pueda
tranquilamente devorarla. Se trata, como pedía el viejo y siempre joven Marx, de entender el mundo
para transformarlo. Entonces su doctrina se revela insuperada y
necesaria y puede uno prescindir de todos los eufemismos, de los
conceptos de salón, elegantes y comedidos como sus expositores, y llamar
al pan, pan y al vino, vino. “De modo que ‘globalización’ en modo
alguno constituye una nueva categoría —escriben los autores de este
libro—, una nueva tendencia o forma histórica de organización de las
relaciones sociales de producción material y espiritual, sino apenas una
nueva manera de designar un proceso histórico de larga data, intuido
por la filosofía de la historia de los siglos XVIII y XIX y explicado
científicamente por Marx y Engels”. Afirmación que resulta conclusión y
premisa desmitificadora en estas páginas: la globalización no existe en
sí o por sí, sino como “transnacionalización desnacionalizadora del
capitalismo monopolista de Estado” y sus manifestaciones tecnológicas,
culturales, políticas, son apenas momentos de ese proceso, que sólo
puede entenderse cabalmente en su unidad.
Mientras el capital financiero desnacionaliza y supedita a los
estados menores con la ayuda de los mayores, en interés de su ilimitado
acrecentamiento y en detrimento de las necesidades materiales y
espirituales de los pueblos —la televisión, el cine, la prensa, la
literatura y la “ciencia” de salón— nos convencen de que la quiebra de
las fronteras y el irrespeto a la soberanía de las naciones es un
resultado “natural” e incluso deseable de la tecnología. Confundido ante
el alud de términos imprecisos que cercan al hombre común, mi hijo
adolescente me comentó un día en ese tono semiinterrogativo de las
afirmaciones que esperan ser confirmadas, pero Papá, la globalización es
inevitable y a fin de cuentas buena, ¿no? Y yo, provocativo, sabiendo
que tampoco así me desembarazaba de la trampa terminológica, le
pregunté: ¿qué globalización? En efecto, Internet convierte en “vecinos
de barrio” a ciertos hindúes y a ciertos japoneses, a ciertos
australianos y a ciertos brasileños.
Pero el espejismo se desvanece cuando constatamos las cifras reales:
“en el mundo de la fibra óptica y las computadoras de enésima generación
—dicen los autores—, casi dos terceras partes de la humanidad nunca ha
levantado un teléfono y más del 98% de ella jamás ha visto una de las
imágenes de Internet”. Como ha señalado Fidel, 378 ricos poseen hoy
tanto dinero como el que ganan en un año 2 600 millones de personas.
Vuelvo a preguntar entonces, ¿de qué globalización se nos habla?
Podría argüirse con razón que hoy el mundo es más interdependiente, que
las crisis financieras o las guerras locales adquieren en días, en
horas, consecuencias mundiales, que tras la caída del socialismo
soviético y europeo, el Estado imperialista más poderoso del planeta
dicta órdenes y organiza cruzadas bélicas para corregir cualquier
comportamiento “indebido”, asumiendo de hecho funciones de gendarme mundial de las
transnacionales, las que a su vez controlan las inusitadas posibilidades
que la tecnología abre a las comunicaciones e invaden la conciencia de
millones de personas con su mensaje manipulador y reductor, pero eso,
en buen español, ¿no es la transnacionalización del capital monopolista
que debilita o redefine, sí, las funciones clásicas de la mayor parte de
los estados del mundo, pero fortalece las de unos pocos, la de los
gendarmes?, ¿no es peligroso confundir la “universalización” del más
feroz neoliberalismo con el noble concepto de la globalización?
¿aceptaremos la globalización del despojo y de la exclusión como la
forma inevitable de integración de la cultura humana?
Situémonos por un instante fuera del alcance de las ondas de radio y
de televisión, más allá de cualquier conexión telefónica, en un lugar
donde no circulan autos ni periódicos, ni hay caminos, ni instalaciones
eléctricas. No es un lugar inventado. Puede ser Cimientos, una aldea
ixil situada en la cumbre de una montaña sobre la selva guatemalteca del
Quiché a la que sólo se puede llegar tras cinco fatigosas horas de
ascenso. Puede ser río Coco arriba o abajo, en alguna de las comunidades
misquitas que sobreviven, como hace dos siglos, de la pesca y la caza y
de una agricultura de autoconsumo, entre dos países ajenos, Honduras y
Nicaragua. Ese lugar puede hallarse en Haití o en Bolivia, y también en
las supuestamente ricas (en recursos) Venezuela o Brasil. Es, de cierta
forma, la inmensidad territorial del África subsahariana. No son islotes
de silencio en el mar de la abundancia. Es más bien lo contrario: por
mucho que nos parezca insólito o exagerado, la fastuosidad deslumbrante
de las ciudades modernas, simbolizada por París o Nueva York, es el
verdadero islote de luz que las trasnacionales de la información nos
venden como tierra firme. ¿Cómo explicar que en un solo barrio de Nueva
York, en Manhattan, existan tantos teléfonos como en todo el continente
africano?, ¿o que las carreteras de Bélgica estén más iluminadas que
muchos países del mundo? Algunas fotos tomadas de noche desde el cosmos a
nuestro planeta, revelan una zona de luz en el norte y otra de sombras
en el sur. Pero hay también sombras fantasmales en las zonas de luz.
“La economía natural o de autoconsumo (…) es aquella en que la mayor
parte de lo producido está destinada al consumo directo —dicen los
autores del libro—. Este modo de producción ancestral —cuyas formas
clásicas se conservan aún en las tribus indígenas de América y África, y
en las comunas patriarcales de Asia— incluye, de forma total o parcial,
la actividad económica de cientos de millones de campesinos, poseedores
o no de tierra, a los trabajadores independientes y a los
subasalariados, franja de la población mundial esta última que ha ido
adquiriendo un singular relieve social”. En esas comunidades indígenas,
aparentemente inmóviles en el tiempo, los niños descalzos suelen llevar
sobre el vientre inflamado un pulóver que dice París, o Mickey Mouse o
Rambo. No se alimentan bien, pero toman Coca Cola. Sus habitantes no se
enteran de lo que sucede más allá de cinco o seis leguas a la redonda,
pero cuelgan en las paredes de bambú o barro de sus chozas, la imagen
sonriente y pulcra de algún candidato a senador o a presidente, si un
señor de paso les ofrece a cambio algunas libras de carne de res.
Si las transformaciones del mundo son dispares, si la elegante dama
de aquel salón parisino nada tiene que ver con la mujer ixil que ahora
mismo prepara la masa de maíz para hacer tortillas, rodeada de ocho
hijos descalzos y mugrientos en la selva guatemalteca; si el ritual
mágico religioso del vudú haitiano parece muy distante de la pulcra
civilidad del catolicismo que coloca una tabla acolchonada para sostener
las finas rodillas blancas de sus creyentes, el capital en su
movimiento continuo ensarta como aguja mágica todos los segmentos de la
vida humana, convenciéndonos no sólo de que la humanidad es una en su
diversidad, sino demostrando además que la modernidad —viejo eufemismo
del modo de producción capitalista— existe como lucha de contrarios. No
hay una modernidad capitalista por alcanzar, porque ésta presupone la
existencia de dos mundos, el rico y el pobre, la ciudad de las luces y
la oscura selva: “El capitalismo —dicen los autores— es incapaz de
homogeneizar la economía mundial”. Más aún, “estas formas económicas
(naturales o de autoconsumo) no se encuentran, en modo alguno, en vías
de extinción, sino se hallan subordinadas orgánicamente al capitalismo
monopolista trasnacional y constituyen condiciones de su existencia”.
Pero el asunto se torna verdaderamente paradójico si constatamos que el
pleno desarrollo de la libre concurrencia acaba por frenar y ahogar… la
libre concurrencia. “Por su naturaleza concentradora y excluyente, el
imperialismo obstaculiza, lastra, desacelera, atrofia, violenta y frena
el desarrollo de las relaciones capitalistas de producción, en especial
en las antiguas colonias, resulta incapaz de concluir el proceso de
acumulación originaria del capital”. En este sentido, la doctrina
neoliberal acaba convirtiéndose en la negación del liberalismo
primigenio.
Cuando los ideólogos del neoliberalismo reivindican como antecesores
suyos a los liberales revolucionarios de los siglos XVIII y XIX, se
equivocan. Lo que emparienta a los hombres y mujeres de épocas
diferentes no es exactamente la letra de sus criterios sociales o
políticos, sino el lugar que ocupan en el movimiento histórico de las
ideas. De tal forma, los jacobinos franceses están más cerca de los
bolcheviques rusos que de los neoliberales de hoy. Que no se nos
presenten ahora como defensores del progreso, de la tecnología
unificadora, de la llamada modernidad o de la posmodernidad, como
adalides de laeficiencia y del útil pragmatismo que rechaza las quiméricas visiones
del espíritu romántico. La ética que reclamamos no es un código del
deber ser, sino, como quería Martí, del poder ser, o más aún, es la
expresión de una impostergable necesidad: o somos éticos y salvamos la
Naturaleza y con ella, la civilización humana, o nos autodestruimos.
Nada más práctico. Los utópicos son aquellos que sueñan con un mundo
indefinidamente neoliberal.
La verdadera globalización, la única duradera, será la de la
solidaridad. Y Cuba, pobre y bloqueada, ha abierto un camino con su
ejemplo; miles de sus médicos trabajan gratuitamente en las zonas más
oscuras del planeta. Una isla que no sólo ha resistido el embate
ideológico y económico del unipolarismo, sino que se erige con valentía
en proyecto alternativo.
¿Quiénes son los autores de este libro? Pudiera decir que son, en
primer lugar, cuatro especialistas formados por la Revolución cubana:
economistas, filósofos y politólogos con suficiente aval científico para
enfrentar por separado la redacción de un libro. Todos suelen publicar
artículos en revistas especializadas cubanas y extranjeras y mantienen
una activa vida académica y política. Pero no hablaré individualmente de
ellos. Este libro no se propone trascender en un sentido elitista y
tradicional, no es un ejercicio intelectual narcisista. Los autores
saben que el objeto de estudio y la manera en que ha sido abordado lejos
de abrir, les cerrará los salones, que la maquinaria desmovilizadora
del capital les hará exclamar a muchos: no deben ser muy inteligentes
cuando citan profusamente a Lenin y le dedican el libro. Ellos se
propusieron estudiar y desmitificar el capitalismo contemporáneo para
contribuir a su destrucción. No nos entregan el resultado final,
imperecedero, de sus vidas; saben que en medio de la confusión
ideológica de fin de siglo cualquier reflexión seria, militante,
científica y audaz es ya una gran contribución. Pocas veces cuatro
autores logran complementarse y hacerse uno en la elaboración de un
texto. Los vi reunirse durante meses y grabar acaloradas discusiones en
las que cada cual aportaba su experiencia vital y científica o comentaba
un texto. De esas grabaciones, transcritas y vueltas a leer, a discutir
y a grabar, fue conformándose un libro. Durante esos meses no dejaron
de impartir clases, de asistir a eventos políticos, de vivir la
cotidianidad de una Revolución sitiada. Y demostraron que el talento
colectivo al servicio de una causa noble, puestos los ojos en la tierra,
puede alcanzar insospechadas alturas de vuelo.
Llegue este libro útil a las manos del lector más diverso, entre en
el combate de ideas como quería Martí, para triunfar con ideas.
Discútase, una y otra vez, con urgencia revolucionaria, porque su dedo
acusador apunta como un rifle de caza al corazón del sistema que nos
oprime.
Enrique Ubieta Gómez
Diciembre de 2001
A la memoria de Vladimir Ilich Lenin
INDICE
Prólogo a la edición cubana
Prólogo a la edición argentina
Palabras de los autores
Historia universal y globalización capitalista: cómo se presenta y en qué
consiste el problema
La metamorfosis del capitalismo contemporáneo y el fetichismo científico
tecnológico
La transnacionalización del capitalismo monopolista de Estado
- Del capitalismo monopolista al capitalismo monopolista de Estado
- El capitalismo monopolista de Estado y la Revolución socialista
- Del capitalismo monopolista de Estado nacional al capitalismo
monopolista transnacional: el imperialismo unicéntrico
- Hacia un sistema transnacional de dominación imperialista
El capitalismo monopolista transnacional
- El monopolio transnacional y la ley general de la acumulación
capitalista
- Fuerzas productivas y relaciones de producción. Doble carácter del
monopolio (transnacional) sobre las fuerzas productivas
- La fuerza de trabajo. Obrero parcial, cretinismo profesional,
enajenación y socialización marginadora transnacional
- La especulación financiera transnacional y la crisis integral del modo
capitalista de producción
Transnacionalización, Estado y poder político
A modo de conclusión
Bibliografía