Después de la fallida docena panista, que pasó de la comedia al drama, del chascarrillo a la abierta violencia, se pensó que con la vuelta del PRI, mejorarían las cosas. Cosas de percepción, luego de que la guerra contra el crimen organizado, dejó de estar en el primer lugar de la agenda política, al quedar desplazado por la necesidad de concretar las reformas estructurales.
Sobre todo, porque, desde diciembre de 1982, campea en el país, mismo modelo económico neoliberal, excluyente por naturaleza, como se refleja en cifras francamente decepcionantes:
en el primer año del actual sexenio, el crecimiento del Producto
Interno Bruto fue la tercera parte del crecimiento del sexenio pasado.
Se dice que el crecimiento está amarrado a las cacareadas reformas. Sin contar las cuentas en empleo formal, que están para llorar.
En estos 21 meses de la nueva administración “para mover a México”, se aprobaron 11 reformas de gran calado, con el que, virtualmente, se ha cambiado el rostro del país, con un nacionalismo revolucionario, como ideología y política, desdibujado y deshilachado. Pero, aún sin un cambio en la vida de la gente de a pie.
De la reforma laboral a la energética, todas se encaminan a la desnacionalización y pérdida de soberanía, convirtiéndonos más que en otro Puerto Rico, que tiene estatus de Estado Libre Asociado, en un Estado Subordinado Integrado, por la fuerza del comercio y las finanzas.
En una encuesta de percepción de la opinión pública mexicana, levantada por PEW Research, revela que apenas el 51 por ciento aprueba la gestión del
actual gobierno, y no se diga respecto al comportamiento de la
economía, cuya aprobación cayó, entre 2013 y 2014, de 46 a 37 por
ciento.
Si la propaganda oficial asegura que, ahora sí, “”vamos en el camino correcto”, el paisanaje lo mira en picada. Juego de percepciones.
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