Un mundo libre, sí, pero justo también
José
Luis Avendaño C.
Mientras Enrique
Peña Nieto habla, ante la
Asamblea General de las Naciones Unidas, sobre los pueblos indígenas y el
cambio climático, aquí, en su país, se lleva a cabo una ofensiva contra los derechos de los pueblos originarios, al tiempo
se depredan tierras, ríos y aire por parte del gran capital, por el que la
Madre Tierra es sacrificada en aras
de la ganancia.
Al hablar, el 22 de septiembre en Nueva
York, en la primera Conferencia Mundial de los Pueblos Indígenas, reconoció que
15 millones de mexicanos todavía, desigual, injusticia y discriminación.
Pueblos que, después de más de 500 años de conquista y colonización, se niegan a desaparecer, y
sobreviven, a pesar de ellos mismos, y resisten y luchan contra el neocolonianismo que se oculta bajo el disfraz de la globalización.
Pueblos originarios que no se oponen a la modernización porque sí,
sino porque ésta va acompañada de la depredación
de la Madre Tierra como tal, es decir, de la degradación de la calidad
de vida de los pueblos enteros. No únicamente de parte las mineras
transnacionales, que saquean
recursos del suelo y subsuelo
(en los últimos diez años, han salido más oro y plata que en 300 años de la
Colonia), sino de compañías que, como el Grupo México, que envenenan tierras y
ríos de Sonora.
Al día siguiente, el mandatario mexicano
habló en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Clima, sobre el cuidado y
protección de nuestra casa común, que es la Tierra. Entre
tanto, nuestro territorio es víctima de sequías
e inundaciones alternadas, producto del proceso de modernización de los últimos 300 años, que se
traduce en explotación y desperdicio de recursos, que significa el
tránsito de la Era del Carbón a la Era del Petróleo y la liberación de gases
contaminantes, en perjuicio de la salud de plantas y animales, incluidos
nosotros.
En fin, un proceso de industrialización
salvaje que obliga a una competencia irracional por el control de las fuentes de
energía, incluida el agua; causa tanto de las grandes guerras como de los conflictos
regionales. Esto obliga a la mediación e
intervención de la Organización de las Naciones Unidas, preocupada por la seguridad global que por la seguridad efectiva de los pueblos.
Allí está ejemplo del pueblo palestino, originario
de esas tierras, arrebatadas por Israel.
Todavía, hace algunos años, las tareas
públicas del Ejército mexicano se reducían a las campañas de reforestación y la
asistencia en casos de desastres naturales. Eso cambió, drásticamente, cuando
se decidió lanzarlo a recuperar territorios en poder del crimen organizado. El costo ha
sido, en todos los sentidos, alto, incluido el expediente de violación a los derechos humanos.
Hoy, con dicha experiencia a cuestas, las fuerzas armadas de
México se ofrecen como parte de los cascos azules de la ONU, siempre y cuando sea, se
precisa, en tareas humanitarias y de mantenimiento
de la paz. Todo, en nombre y bajo la lógica de la Libertad (con mayúscula),
comenzando por la libertad de mercado.
¿Incluye la noción de un mundo
justo? Que de esto se
trata.
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