MÉXICO, D.F. (Proceso).- Allí está. Con sus cientos de
metros de construcción. Con su valor de 7 millones de dólares. Con su
estilo “neo-Miami Vice” y una iluminación que cambia de color según el
estado de ánimo de sus habitantes. Con un título de propiedad a nombre
de una empresa beneficiada económicamente por el ahora presidente desde
que era gobernador del Estado de México. La Casa Blanca de los Peña
Nieto-Rivera en Las Lomas. Un símbolo de la arrogancia del poder que se
siente impune. Un síntoma de la visión compartida del gobierno como un
lugar al que se llega para repartirse el botín. Un ejemplo claro de
conflicto de interés, de corrupción, de todo aquello que el “nuevo PRI”
prometió combatir pero tan sólo exacerba. Torpemente. Mañosamente.
Tramposamente. Tratándonos como idiotas.
Tratando de hacernos creer
que Angélica Rivera era una actriz de telenovelas tan fantástica que
logró acumular una fortuna lo suficientemente grande como para comprar
–por sí sola– una casa valuada en 86 millones de pesos. Tratando de
convencernos de la supuesta normalidad de un crédito contratado con una
empresa inmobiliaria, en lugar de con un banco, como ocurre en los casos
de ciudadanos comunes y corrientes. Tratando de negar la dimensión de
la corrupción revelada diciéndonos que Rivera y Peña Nieto se casaron
por separación de bienes, cuando evidentemente no se casaron por
separación de intereses. Tratando de eludir el escándalo desatado,
diciéndonos que la casa la compró ella, cuando el magnífico reportaje
del equipo de Carmen Aristegui devela el involucramiento cuestionable en
esa transacción de la empresa Higa, aquella que ganó más de 8 mil
millones de pesos vía contratos celebrados con Enrique Peña Nieto cuando
era gobernador. Una “Casa Blanca” que revela la cara negra de la
economía política mexicana.
Una cara que el vocero del gobierno, Eduardo Sánchez,
trata de tapar en una entrevista desastrosa con Carlos Loret de Mola, en
la que abre aún más la caja de Pandora, de la cual sale todo lo
maloliente, todo lo cuestionable, todo lo que Presidencia no puede
explicar. El contrato de compraventa con una inmobiliaria que sólo ha
construido una casa, la “Casa Blanca”. La posesión –a nombre de Juan
José Hinojosa, dueño del Grupo Higa– de los terrenos colindantes con la
casa previa de Angélica Rivera, regalada por Televisa. El torpe intento
de minimizar el conflicto de interés mediante el argumento de que la
transacción había ocurrido un año antes del arribo de Peña Nieto a Los
Pinos. O el timorato esfuerzo de minimizar un claro caso de corrupción
diciendo que Angélica Rivera ya había enseñado la casa a la revista
Hola! desde mayo del 2013.
Como si eso justificara los síntomas de esa república
mafiosa –como la bautizara Héctor Aguilar Camín– en la que una
televisora “transfiere” una casa valuada en 27 millones 651 mil 744
pesos a una de sus actrices, 17 días después de que se casa con el
presidente de la República. De ese capitalismo de cuates, amigos y
cómplices que lleva a la cancelación abrupta de la licitación ganada
para la construcción del tren México-Querétaro, porque involucraba al
Grupo Higa y Presidencia sabía que Carmen Aristegui iba a airear el tema
de la Casa Blanca, y sus irregularidades. La extraña coincidencia de
que Televisa le regalara una casa a Angélica Rivera, colindante con los
terrenos comprados por una inmobiliaria que los adquiere ese mismo día y
después se los “vende” en condiciones poco claras. La consolidación de
un “patrimonio personal” por parte de la hoy primera dama que se niega a
hacer público vía sus declaraciones de impuestos. La inexistencia de un
contrato de compraventa que despeje la suspicacia, porque probablemente
no existe o lo están elaborando en Los Pinos mientras usted lee esta
columna. La pregunta de cómo va a pagar Angélica Rivera lo que debe de
la casa si ya no trabaja y no lo ha hecho desde hace años. La pregunta
de por qué se cancela intempestivamente un concurso que involucraba al
Grupo Higa, cuando el secretario de Comunicaciones y Transportes –tan
sólo el día anterior– había defendido ese concurso como un ejemplo de
probidad y transparencia.
Las interrogantes sobre el caso que llevan a los medios
internacionales –el New York Times, el Wall Street Journal, el Financial
Times, Los Angeles Times, la BBC y Univisión– a declarar que “una nube
se cierne sobre la casa de la primera dama”. O: “Un reportaje dice que
un empresario le dio una mansión al líder de México”. O: “En México una
casa presidencial atrae escrutinio”. O: “También como Obama, Enrique
Peña Nieto tiene una Casa Blanca”. O: “Ligan casa de Peña Nieto a
licitación del tren”. Notas que en su conjunto existen por la gravedad
del tema que tocan. La seriedad con la cual debería tratarse y
escudriñarse y aclararse. Porque si en Estados Unidos un medio
prestigiado revelara que Michelle Obama es “dueña” de una casa valuada
en 7 millones de dólares, pero que está a nombre de la empresa
Halliburton, sería motivo suficiente para exigir la renuncia de su
esposo Barack. De hecho, los republicanos lo exigirían.
Porque ese hecho revelaría que el presidente está
dispuesto a aceptar favores y prebendas a cambio de contratos y
licitaciones amañados. Que el conflicto de interés ni siquiera es
conflicto. Que el viejo intercambio patrón-cliente sigue vivo en el
nuevo PRI. Y que quien gobierna desde Los Pinos lo hace siguiendo las
peticiones de grupos empresariales del Estado de México a los que
impulsa y cobija, mientras le regalan casas de 7 millones de dólares.
Mientras le “donan” los terrenos y las obras de arte y las joyas y las
otras propiedades enlistadas en su declaración patrimonial, cuya
procedencia jamás ha sido explicada. Mientras le ofrecen a su esposa
“préstamos” de millones de dólares, porque efectivamente Peña Nieto no
es, como lo admitió en su campaña presidencial, “la señora de la casa”.
Tan sólo es el líder de un país al que dice mover, cuando lo evidenciado
revela que el movimiento más claro de su presidencia será el suyo –al
final del sexenio– a una casa de 7 millones de dólares.
Y ahora de gira en China dice que se siente “afligido”.
¿Afligido porque a él y a su pareja los descubrieron con los dedos en la
puerta? ¿Afligido porque a él y a Angélica Rivera los agarraron con las
manos en la masa? ¿Afligido porque la forma de hacer política del Grupo
Atlacomulco –“un político pobre es un pobre político”– se hizo pública
otra vez? ¿O afligido porque su Casa Blanca subraya el viejo dicho de
Frank Herbert: el poder atrae a los corrompibles?” Y el poder absoluto
atrae a los absolutamente corrompibles. Como a Enrique Peña Nieto y a la
extraordinariamente trabajadora, exitosa y ahorradora mujer con quien
tuvo la fortuna de casarse.
*Este texto se publicó originalmente en la edición 1985 de la revista
Proceso, que empezó a circular el pasado sábado 15 de noviembre.
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