José Luis Avendaño C.
Cuando hacía cuentas alegres por la aprobación, vía fast track o expedita de su catálogo de reformas estructurales, en el último trimestre
–que comenzó el 26 de septiembre con la desaparición de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, Guerrero—, a la
administración federal se le cayó el teatrito. Había y hay cuentas pendientes no sólo de los dos
sexenios panistas, sino, en realidad, de las últimas seis administraciones,
que, al menos en últimas tres, se han comportado como gerencias del capital neoliberal.
Los suculentos negocios que se han venido cocinando en México desde
diciembre de 1982, aunque se hicieron sobre el magma de la corrupción dominante, no tuvieron en cuenta el despertar (a puro chingadazo)
de una parte importante de la sociedad civil (del pueblo, pues), no
encabezada por el proletariado, que sigue sin cabeza, según el
menospreciado e incómodo José Revueltas, sino por un heterogéneo estudiantado que, sin embargo,
tiene un mismo destino desolador: la precarización del trabajo.
“Ser joven y no ser revolucionario, es casi una contradicción biológica”, dijo el doctor Salvador Allende
frente a estudiantes de la Universidad de Guadalajara. En realidad, no se trata
de un asunto de edad, sino de actitud frente a la vida, frente a
la realidad.
Chile fue, a partir del 11 de septiembre de 1973, el laboratorio, pero México, desde diciembre de 1982, fue el niño aplicado, con su estrellita sobre la frente. Nos referimos al
modelo económico neoliberal que se impuso, cual recetario, en la gran mayoría de las economías de mercado. En Chile, recuérdese, entró a sangre y fuego, a través de las
enseñanzas de Milton Friedman y sus Chicago boys, de la Universidad
de Chicago.
En México, la doctrina neoliberal la adoptó y adaptó la joven tecnocracia priista, con Carlos Salinas, secretario de Programación y Presupuesto,
como el operador. Pero, más que
presidentes, los inquilinos de Los Pinos –Miguel de la Madrid, Ernesto Zedillo,
Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña— se han comportado como gerentes de una franquicia
transnacional, en lo que han convertido al país. Poco importa que entre los
cinco, hubiese tres priistas y dos panistas, pues es un modelo transexenal, que sirve tanto para un barrido y un regado.
El resultado aquí, al nivel estrictamente económico, es de alta concentración y elevada exclusión social. Es lo que la politóloga
Denisse Dresser ha definido como capitalismo de cuates. El crecimiento
promedio, en estos 32 años, es de 2.1 por ciento, el mismo que la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en una última revisión (a
principios de diciembre) vislumbra para este caótico 2014, con su estela de pobreza, y que afecta
especialmente a los jóvenes, que ven cancelado el futuro.
En medio de todo, se encuentra la crisis de inseguridad
y violencia, que el PRI restaurado quiso, luego del desastre del anterior sexenio, alejar de los reflectores y esconderlo debajo del tapete. Sin embargo, allí sigue. Se creyó que
volviendo a pintar la casa de tricolor se terminaba con el problema. Pactos vienen y acuerdos van, y
definitivamente la situación no mejora, al contrario, empeora.
Por lo que hace a la economía, ésta no despega, a no ser que para unos cuantos; una economía desde y al exterior, es decir, con políticas dictadas por organismos
internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económico), y que se articula al capital transnacional de manera subordinada. Somos, con todas
las características, una economía de enclave, neocolonial, sin soberanía.
Lo malo (o peor) es que de lo que presumía la
administración –el edificio de la estabilidad
macroeconómica— se halla en colapso: al menos dos de sus
variables, se hallan en picada: el tipo de cambio,
que se haya por encima de los 15 pesos por dólar, y el precio de la mezcla de
petróleo de exportación, por debajo de los 50 dólares el barril, que descompone el panorama color de rosa, de telenovela, de la economía.
Las once reformas estructurales aprobadas en el actual sexenio, no vienen más que a reforzar la situación de dependencia y subdesarrollo, y al no
vislumbrarse, en medio de la crisis, el replanteamiento
del modelo neoliberal, las cosas se
perfilan igual o peor para el año próximo.
De cualquier manera: Feliz 2015, con paz… con justicia y dignidad.
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