Promotores del Voto nulo de Guadalajara foto la Jornada |
A fines de 2014 la renuncia del Presidente se había vuelto la bandera
más flameante del movimiento nacional por la vida de los jóvenes de
Ayotzinapa. En vacaciones los indoblegables padres, normalistas y
maestros de Guerrero endurecieron el activismo y la consigna ¡Fuera
Peña! fue dejando paso a ¡No a las elecciones!, cuando menos en ese
estado.
Al mismo tiempo personajes principalmente de la izquierda eclesial
lanzaban la idea de que corruptas y desfondadas las instituciones, optar
por la vía electoral es hacerse cómplice del sistema, cuando de lo que
se trata es de refundar México mediante un comité de honorables que
impulse un constituyente ciudadano y una nueva Constitución.
Así, una coyuntura que apuntaba a la caída de la administración y a
un reacomodo político que abriera paso al cambio de régimen por la
combinación de elecciones y movilización social, derivó en un quizá
pertinente pero puramente enunciativo cuestionamiento
integraldel sistema político mexicano, de la democracia comicial y del propio Estado como institución. Radicalización discursiva que paradójicamente dio un respiro a Peña, pues mientras los notables se ponen de acuerdo y refundan el país, el actual gobierno –que estaba contra las cuerdas– se recupera. Y es que irse contra el sistema cuando lo que está cayendo es la administración, es salvar a la administración y darle un segundo aire al sistema.
Necesitamos, sí, constituyente y Constitución nuevos, pero antes
necesitamos un gobierno refundador que los posibilite. Como Chávez lo
hizo en Venezuela, Correa en Ecuador y Evo en Bolivia. En México hace
100 años la Convención de Aguascalientes no cuajó porque no lo tuvo, en
cambio el constituyente de Querétaro contó con el de Carranza y lo
rebasó por la izquierda. En 1994 el EZLN propuso nuevo constituyente y
nueva Constitución, pero también llamó a elegir un gobierno de
transición que los viabilizara.
Lo que hoy está en cuestión no es el papel decisivo de la movilización social, en lo que todas las izquierdas –salvo la
moderna– estamos muy de acuerdo, sino el lugar que en el cambio libertario ocupan las elecciones. Y es que algunos llaman a no votar o anular el voto para así desfondar al sistema, mientras otros pensamos que la electoral es parte de una gran batalla cuyo escenario son las calles pero también las urnas y los proyectos de país que ahí se juegan. El problema es que mientras tanto Peña, el PRI y la oligarquía se frotan las manos, pues la abstención o anulación
refundacionaljuega en favor de quienes se ratifican electoralmente gracias a sus clientelas y comprando votos.
Quien no se propone en serio cambiar al mal gobierno y elegir uno
bueno se condena a negociar para siempre con el mal gobierno. Uno de
nuestros más conspicuos abstencionistas y antiestatistas se la pasó
reuniéndose con presidentes y candidatos, exigiéndole inútilmente cosas
al gobierno en turno y regañando a la clase política. En cambio uno de
los regañados, el presuntamente electorero y estatista López Obrador,
prácticamente no habla con políticos profesionales. En cambio lleva 10
años recorriendo el país, dialogando con la gente y creando desde abajo
una organización de ciudadanos. Y lo mismo pasa con los movimientos
sociales. Aun los más duros tienen que tragar camote y sentarse una y
otra vez a negociar con los funcionarios. Sus acciones y dichos pueden
ser contundentes, pero inevitablemente reconocen al gobierno, pues deben
negociar con él las demandas que los impulsan. Y no por claudicantes,
sino por su carácter reivindicativo. En cambio, los movimientos y
partidos políticos que buscan un cambio de régimen están obligados a
cumplir las reglas del juego electoral, pero fuera de eso no tienen nada
que negociar con el gobierno, pues lo que reivindican no es un agravio o
un derecho conculcado, sino un nuevo proyecto de país, algo que no se
puede negociar con quienes hoy mandan.
Los que vemos en los comicios una de las vías del cambio no
fetichizamos las urnas, en cambio los abstencionistas hacen de votar o
no la definición política por excelencia. Pero si sufragando por un
candidato no cambiamos el mundo, menos lo cambiamos anulando el voto.
Poco ciudadano es quien sólo vota –o anula su voto– y no
participa socialmente, como pobre político es el que sólo se presenta
cuando hay elecciones. Por eso un partido-movimiento –Morena en nuestro
caso– impulsa sobre todo la organización y movilización que crean poder
popular abajo. Pero también llama a sufragar y defender el voto que sin
duda tratarán de robarnos. Porque en comités, asambleas y marchas están
los más comprometidos, pero es en los comicios donde se pone a prueba la
penetración de nuestro proyecto en el conjunto de la población y donde
se legitima y defiende democráticamente el cambio justiciero que
deseamos.
Quien hace política sólo con los más activos y conscientes pero no se
mide en las elecciones, en el fondo cree que la mayor parte de la gente
está engañada y no tiene remedio. Quien le saca la vuelta a los
comicios por inequitativos y amañados en vez de luchar contra estos
obstáculos, es que tiene miedo a las mayorías y temor a esa forma de la
democracia. Es un vanguardista social que sólo confía en las iniciativas
de las minorías politizadas, o es un vanguardista doctrinario que
sobrestima el poder inspirador de sus ideas y la capacidad de
convocatoria de unas cuantas personalidades esclarecidas.
Los abstencionistas, los que proponen
desertar de las institucionesy refundar el país sacándole la vuelta a los comicios, dicen apoyarse en la experiencia. En realidad van a contraflujo en un mundo donde la crisis sistémica a la que condujo el neoliberalismo está siendo enfrentada exitosamente mediante una combinación de movilizaciones sociales y triunfos electorales que instauran gobiernos progresistas. Acción social de base y también instituciones: un electoralismo movimientista o movimientismo electoral que es crítico de los aparatos y estructuras políticas al uso y quiere refundar países y estados, pero que incluye en la mudanza a los comicios, ámbito insoslayable al que concurren partidos y donde se confrontan proyectos de futuro.
En siete países del Cono Sur de nuestro continente: Venezuela,
Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay y –con un interregno
neoliberal– Chile, los gobernantes que rechazan los designios imperiales
y los dictados del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional
llegaron al poder mediante una combinación de movimientos y elecciones. Y
mediante elecciones se mantienen en él, en el caso de Venezuela durante
16 años. En la Europa mediterránea avanzan formaciones político
electorales alternativas y de reciente formación: Syriza, en Grecia,
acaba de ganar las elecciones; Podemos, en España, quizá llegue a la
Moncloa a fines de este año. Y que no se diga que ahí sí se puede pues
hay equidad comicial y aquí no pues hacen trampa, porque en Grecia la
campaña de la Unión Europea y los conservadores contra el candidato de
las izquierdas fue aún más sucia que las de la oligarquía mexicana y sus
personeros contra López Obrador en 2006 y 2012.
Con base en la experiencia global yo pregunto: los nuevos partidos y
nuevos políticos vinculados a los movimientos sociales tienen
limitaciones y cometen errores, pero son parte de una alternativa ¿sí o
no?: ¿el Partido Socialista Unificado de Venezuela con Chávez y luego
Maduro, sí?; ¿el Partido de los Trabajadores con Lula luego Dilma en
Brasil, sí?; ¿el Movimiento al Socialismo con Evo Morales en Bolivia,
sí?; ¿Syriza con Alexis Tsipras en Grecia, sí?; ¿Podemos con Pablo
Iglesias en España, quizá sí?; ¿Morena y López Obrador en México, no?...
El siglo XX nos enseñó que por la violencia en algún momento se
pudieron tumbar gobiernos antipopulares pero que con violencia y
autoritarismo no se hacen las verdaderas revoluciones, es decir los
cambios consensuados, progresivos y perseverantes que necesitamos. Lo
que llevamos del siglo XXI nos enseña que las mudanzas justicieras
incruentas son posibles siempre y cuando seamos capaces de ganar la
calle repetidamente y de ganar las elecciones una y otra vez. Y es que
los movimientos sociales solos se quedan cortos y los gobiernos
progresistas –aun los mejores– están muy acotados. En cambio su
combinación es invencible, pues visionaria, como los movimientos y
sólida, como los aparatos, sueña con los ojos abiertos, escribe en verso
y a la vez en prosa.
Y sí ¡vivos se los llevaron, vivos los queremos!
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