Carlos Fazio
Fue el Estado. Con base
en las actuaciones judiciales oficiales, el informe del Grupo
Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) sobre los hechos de
Iguala los días 26 y 27 de septiembre de 2014, viene a confirmar la
configuración de delitos tipificados graves y considerados crímenes de
Estado por el derecho internacional humanitario, y que en ellos
participaron por acción u omisión al menos cinco corporaciones de
seguridad: el Ejército, las policías federal, estatal y ministerial de
Guerrero y municipales de Iguala y Cocula.
2. Seis personas fueron ejecutadas de forma extrajudicial, tres de
ellas estudiantes de la normal de Ayotzinapa, dos con disparos a
quemarropa, es decir, a menos de 15 centímetros de distancia (Daniel
Solís Gallardo y Julio César Ramírez), y otro fue previamente torturado y
pudo ser ultimado con un tiro en el rostro (Julio César Mondragón); 43
estudiantes fueron detenidos y desaparecidos de manera forzada, seguido
del ocultamiento de su paradero y de las pruebas que puedan incriminar a
los autores, con la finalidad de generar confusión y ambigüedad como
una forma de evitar la investigación, el conocimiento real de los hechos
y sustraer a las víctimas de la protección legal. Además, 40 personas
fueron heridas, algunas de suma gravedad, y una se encuentra en coma y/o
estado de estupor (el estudiante Aldo Gutiérrez).Según el GIEI, en el caso de la desaparición de los 43 estudiantes, el patrón de actuación de los perpetradores muestra dos momentos y perfiles distintos.
En un primer momento, se trata de un ataque masivo e indiscriminado (disparos contra estudiantes y civiles desarmados y en actitud de huida) y además progresivo (persecución, disparos al aire, bloqueo, golpizas, disparos a matar y a quemarropa, preparación de emboscadas), en el que los autores no ocultaron su identidad: con o sin capuchas, fueron policías municipales (agentes del Estado) que actuaron frente a numerosos testigos sabedores de su impunidad y con base en miedo y terror paralizantes de la población de Iguala, construido con anterioridad.
Según la versión de la PGR, en un segundo momento existe una presunta desconexión entre el operativo de los agentes del Estado y la desaparición de los estudiantes, atribuida oficialmente a un grupo delincuencial ( Guerreros Unidos). Sin embargo, para los expertos ambos momentos forman parte de una misma acción. Es decir, la
decisiónsobre la desaparición
tuvo continuidad con la acción desarrollada desde el inicio, pero no se tomó de manera inmediata, ya que tuvo que prepararse la
infraestructuranecesaria para ocultar el destino de un grupo tan numeroso de personas; lo que además requirió de una gran capacidad de coordinación con otros autores intelectuales o materiales. El sofisticado modus operandi de los perpetradores:
convertir en cenizasa los normalistas para que no pudieran ser identificados con pruebas de ADN (similar a la calcinación que se logra en un horno crematorio) no se corresponde por el utilizado previamente por el grupo criminal aludido, además de que el informe muestra la imposibilidad de que hayan sido incinerados en el basurero de Cocula.
3. El nivel de los ataques masivos y sostenidos en nueve
momentos y escenarios diferentes por más de tres horas, así como la
intervención de distintos cuerpos policiales (federal, estatal,
ministerial y municipal) y agentes de inteligencia militar (OBI, de
civil), oficiales y soldados del 27 batallón de infantería del Ejército
en Iguala −incluido su comandante, el coronel José Rodríguez Pérez,
quien estuvo en contacto permanente con el mando de la 35 Zona Militar,
general Alejandro Saavedra−, dan cuenta de una
coordinación centralu
operativade las fuerzas de seguridad del Estado, y de un
mandoque dio las
órdeneshasta llegar a la desaparición de los 43 estudiantes.
Aparte de que no hubo un uso adecuado, necesario, racional ni
proporcionado de la fuerza del Estado, para los expertos la acción de
los perpetradores estuvo motivada por el hecho de que los normalistas
afectaron
intereses de alto nivel. El hallazgo de un
quinto autobús(desaparecido por la PGR en su investigación) podría ser un elemento clave para dilucidar los hechos; pero no explica las actuaciones de la Policía Federal y del Ejército, según obra en los expedientes y en documentos desclasificados por la Secretaría de la Defensa Nacional.
Como se adelantó en este espacio en octubre de 2014, a través del
sistema del Centro de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo (C-4),
las fuerzas armadas (Ejército y Marina), la Policía Federal, el Cisen y
distintas estructuras de seguridad de Guerrero siguieron y monitorearon en
tiempo real a los estudiantes desde su salida de la normal rural en
Tixtla. Lo novedoso es que la Sedena manejó la información del C-4 de
manera restringidacuando se estaban dando los ataques contra los normalistas: entre las 22:11 y las 23:26 (una hora y 15 minutos) y entre las 23:26 y las 2:21 (casi tres horas). La pregunta obvia, es, ¿por qué?
Tampoco es clara la actuación de los soldados del 27 batallón, que al
mando de un capitán Crespo interrogaron estudiantes y dejaron desangrar
a Édgar Andrés Vargas en el hospital Cristina, ni la del médico que
arribó al nosocomio después de que los uniformados se retiraran. El
médico testimonió que fue llamado al 27 batallón porque el
general Saavedraquería que platicara con
unas personas de justicia militar, y el capitán Crespo pidió que no lo anotaran en el libro de entrada porque
es invitado de mi general. En tales condiciones, el galeno aceptó que firmó y puso su huella en una declaración rendida en el cuartel, lo que agrega más irregularidades a la actuación de la Sedena. De allí la necesidad que se autorice al GIEI entrevistar a los soldados del 27 batallón, y de paso inspeccionen si existen indicios de que hasta hace pocos meses pudo existir en ese cuartel o el de la 35 Zona Militar un horno crematorio.
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