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martes, 7 de junio de 2016

La larga marcha de los migrantes



 
José Luis Avendaño C.
 
El hombre es nómada, por naturaleza. Primero, en su búsqueda de su alimento, ya sea mediante la recolección y la caza; después, en busca de una morada o vivienda: en fin, para hallar lo que pensaban eran mejores condiciones de vida. El mejor y más cercano ejemplo lo tenemos entre aquí, entre los mexicanos, cuando los aztecas, después de un largo peregrinar, se asentaron, en 1325, en lo que hoy es la ciudad de México, y que por efectos del centralismo, le dio su nombre a todo un país. Un espacio que ha recibido, a través del tiempo, oleadas de migrantes, refugiados o exiliados, sea de otros lugares del país o del mundo.
 
Por eso, no resulta extraño que durante el foro: “La CDMX en el mundo: las relaciones internacionales en la nueva Constitución”, que organizó el Senado de la República, el tema predominante haya sido el de la migración. El evento transcurrió sin un funcionario del Instituto Nacional de Migración (INM), no obstante que el tema es parte medular de las relaciones entre los países, y que hoy, frente al conflicto en Siria ha cobrado proporciones de una crisis humanitaria.
 
Por su condición, los migrantes son, entre otros muchos grupos, altamente vulnerables, con derechos mínimos, y no se diga políticos, en que estén representados y que puedan decidir sobre asuntos que les son de su interés. No sorprendió que en el evento, que contó con algunos redactores de la iniciativa que va presentar el jefe del Gobierno de la Ciudad de México (antes Distrito Federal) Miguel Ángel Mancera, al Constituyente para su discusión, hubiera voces a favor de incorporar derechos políticos de los migrantes, en especial de los que ya son residentes. En la redacción de la nueva Constitución de Chile, post Pinochet, se ha convocado a ciudadanos radicados allí o en el extranjero o a extranjeros residentes desde los 14 años de edad. 
 
El de la migración es un fenómeno que se ha convertido en la piedra en el zapato de las relaciones con Estados Unidos, prácticamente desde 1848, cuando se consumó el cercenamiento o despojo de más de la mitad del territorio nacional, después de la ocupación de las tropas norteamericanas de la Ciudad de México un año antes, con la ignominia de ver ondear la bandera de las barras y las estrellas en la Plaza de la Constitución (que debe su nombre a la liberal Constitución de Cádiz de 1812).
 
Desde entonces, no ha dejado de existir un flujo constante en pos del sueño americano, desafiando las barreras naturales (ríos y desiertos) o humanas, incluidas bardas y la inefable Migra. Existen poblaciones y regiones del país (en Zacatecas, Oaxaca y Michoacán, por ejemplo), expulsoras de mano de obra, por razones económicas y también políticas (se incluye a los migrantes centroamericanos), que cada vez son más calificados hasta constituir una fuga de cerebros, muchos de ellos indocumentados y perseguidos. Toda una cultura (literatura, películas, corridos) han tenido como protagonistas a los wetbacks espaldas mojadas, hoy con dos variantes: familias divididas, con padres que son encarcelados o deportados, y un número creciente de niños y jóvenes que viajan solos; víctimas, todos, de bandas del crimen organizado o mafias, muchas veces coludidas con las autoridades migratorias de aquí y de allá.
 
Nos quejamos siempre del (mal)trato que se les da a nuestro paisanos en el norte, sin ver lo que les hacemos a los que vienen en tránsito desde Centroamérica; unos casos por  las bandas del crimen organizado, y otros por agentes del Instituto Nacional de Migración, al ser víctimas de extorsión y explotación, cuando menos. En su viaje a Estados Unidos, México es el mismo infierno. Son ya legendarias lo que viven sobre La bestia, el ferrocarril que lleva hacia el norte, y no menos legendarias el papel de Las patronas, mujeres que preparan y distribuyen comida al paso de La bestiainvisibles para las autoridades mexicanas, pero que han sido nominadas para el Nobel de la Paz.
Curiosamente, mientras el flujo de bienes y capitales se incluyó en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1994), se dejó fuera el asunto de la migración o flujo de personas o de fuerza de trabajo. Lo malo es que con la Iniciativa Mérida, bajo la cual se suscribió el Acuerdo para la Seguridad y Prosperidad para América del Norte (ASPAN), una especie de TLCAN reforzado, se endureció la lucha contra la migración indocumentada. En la práctica, la frontera sur de Estados Unidos se recorrió a la frontera sur de México, que se ha convertido en un campo minado.
 
Lo peor –escalando de lo malo a lo peor— es la retórica antimigrante, con visos de racismo, del virtual candidato del Partido Republicano, Donald Trump, quien, de ganar, prosiguiendo la oleada neoconservadora, por no decir reaccionaria que experimenta la política global. En una entrevista que se reproduce en la página digital de Open Culture (30 de mayo), Noam Chomsky compara el ascenso de Trump con la de la Alemania nazi de la década de los 30 del siglo XX. Y es que el multimillonario ha apelado al nacionalismo estadunidense, exacerbado con la crisis económica y un enfriamiento de las relaciones que tiene Estados Unidos con países como Rusia y China.
Se halla presente el síndrome del 9/11, es decir, el fantasma del 11 de septiembre de 2011, cuando el ataque a las Torres Gemelas, por lo que cada migrante, particularmente los de piel oscura, son un potencial enemigo. Al menos, así lo ven muchos trabajadores desempleados, desplazados por migrantes que laboran por menos salario, y las empresas que cierran para ubicarse en México, como es el caso de la industria automotriz, emblemática dentro del proceso de internacionalización del capital y el mercado global.
 
El primer ejemplo de globalización, lo fue el concepto de auto mundial, para referirse al hecho de que sus partes estaban hechos con materiales de varios países, ensamblados (siempre buscando reducir sus costos de producción) en otros y vendidos en todas partes, principalmente en EU, enfrentados a sus competidores de Japón y Europa. El sociólogo brasileño Darcy Ribeiro acuñó el concepto de república Volkswagen, para aquellos países maquiladores, que sólo ensamblan las partes del automóvil. Es el caso de Brasil, pero también de México, donde el componente nacional, sea en insumos o autopartes, es mínimo. Él mismo elaboró una frase que retomó Eduardo Galeano en su libro Las venas abiertas de América Latina (Siglo XXI editores. México. 1971): en lo esencial, no existe diferencia alguna, en términos de explotación del trabajo, entre una república bananera y una república Volkswagen.
 
Y ya que estoy hablando de migración, no resisto la tentación de transcribir dos párrafos de Galeano, que viene en su libro Patas arriba, la escuela del mundo al revés, en el apartado Empleo y desempleo en el tiempo del miedo: 
 
“En los Estados Unidos hay mucha menos desocupación que en Europa, pero los nuevos empleos son precarios, mal pagados y sin protección social. ‘Lo veo entre mis alumnos’, dice Noam Chomsky. ‘Ellos temen que, si no se comportan como es debido, nunca trabajo, y eso tiene un efecto disciplinario’. Sólo uno de cada diez trabajadores tiene el privilegio de un empleo permanente, y a tiempo completo, en las quinientas empresas norteamericanas de mayor magnitud. De cada diez nuevos empleos que se ofrecen en Gran Bretaña, nueve son precarios; en Francia, ocho de cada diez. La historia está pegando un salto de dos siglos, pero hacia atrás: la mayoría de los trabajadores no tiene, en el mundo actual, estabilidad laboral ni derecho a la indemnización por despido; la inseguridad laboral derrumba los salarios. Seis de cada diez norteamericanos están recibiendo salarios inferiores a los salarios de hace un cuarto de siglo, aunque en estos veinticinco años la economía de los Estados Unidos ha crecido un cuarenta por ciento.
 
“A pesar de esto, miles y miles de braceros mexicanos, los espaldas mojadas, siguen atravesando el río de la frontera y siguen arriesgando la vida en busca de otra vida. En un par de décadas se ha duplicado la brecha entre los salarios de los Estados Unidos y los de México. La diferencia era de cuatro veces; ahora, de ocho. Como bien saben los capitales que emigran al sur en busca de brazos baratos, y como bien saben los brazos baratos que intentan emigrar al norte, el trabajo es, en México, la única mercancía que cada mes baja de precio. En estos últimos veinte años, buena parte de la clase media ha caído en la pobreza, los pobres han caído en la miseria y los miserables se han caído de los cuadros estadísticos. La estabilidad de los que tienen trabajo está garantizada por la ley, pero en los hechos depende de la Virgen de Guadalupe.
 
Hay un cerco de incertidumbre en torno al futuro de la economía y del trabajo, y en conciencia sobre la migración. Levantar un muro para impedir el paso a los migrantes (el capital se mueve por ámbitos) será una acción costosa e inútil. Así como somos campeones en topografía y en cavar túneles, también, aunque las aguas estén infestadas de cocodrilos, seremos campeones en salto de garrocha.

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