10 Mar 2018 – El Espectador
Por: Rodrigo Uprimny
Mujeres y ciencia
El Día de la Mujer, que fue conmemorado el pasado 8 de marzo, es un buen momento para reflexionar sobre estereotipos y discriminaciones que persisten contra las mujeres y que es necesario superar. Uno de ellos es el prejuicio, aún bastante extendido, de que las mujeres no tienen la capacidad de innovar científicamente, que sería una labor masculina.
Esto es falso, como lo muestra la historia de dos grandes científicas que cambiaron nuestra visión del mundo.
Cecilia Payne nació en 1900 en Inglaterra y estudió en Cambridge, pero, a pesar de sus brillantes resultados, no pudo graduarse pues las mujeres no tenían derecho a obtener título profesional. Viajó entonces a Estados Unidos, que era un poquito más abierto en ese aspecto, y en 1925 presentó en Harvard su tesis doctoral, que algunos han considerado como la más brillante que se haya publicado en astronomía. Y no es una valoración exagerada pues Payne demostró que, contrariamente a lo que creían los astrónomos de entonces (todos hombres), las estrellas no tenían la misma composición de la tierra sino otra muy distinta, pues estaban hechas esencialmente de helio e hidrógeno. Esto revolucionaba la visión del universo pues mostraba que las estrellas y los planetas tenían historia, por lo cual uno de los grandes astrónomos de la época, Henry Russell, no pudo aceptar esa conclusión y le insistió que la quitara de su tesis. A favor de Russell hay que decir que algunos años después reconoció su error y defendió públicamente la contribución de Payne.
Marie Tharp nació unas décadas después en Estados Unidos, se graduó en 1944 en geología y trabajó, en colaboración con otro geólogo, Bruce Heeze, en la investigación de los suelos oceánicos. Como a las mujeres les estaba prohibido ir en los barcos oceanográficos, Tharp tenía que realizar todas sus investigaciones y mapas con base en la información que le enviaba Heeze.
Ambos lograron mostrar que los suelos oceánicos no eran planos y fangosos, como se creía, sino que tenían relieves y montañas impresionantes. Pero eso no fue todo: Tharp constató que en medio del oceáno Atlántico había una grieta y concluyó que ésta sólo podía explicarse por un movimiento de placas tectónicas continentales, lo cual confirmaba la teoría de la deriva continental, según la cual alguna vez todos los continentes estuvieron unidos en un supercontinente (Pangea). Esto era tan revolucionario que Heeze durante un tiempo se opuso e incluso se burló de la visión de Tharp, pero finalmente la aceptó frente a la contundencia de la evidencia y de los argumentos de Tharp.
La historia de Payne y Tharp, que es semejante a la de muchas otras científicas, muestra algunos de los enormes obstáculos que afrontan las mujeres que hacen ciencia: no sólo les impiden
realizar ciertos estudios o trabajos sino que, además, deben enfrentar la burla masculina cuando llegan a conclusiones innovadoras y desafiantes. Pero a pesar de esos impedimentos, Payne y Tharp revolucionaron con sus investigaciones nuestra visión de las estrellas, de los mares y de los continentes.
No es entonces cierto que las mujeres no puedan realizar grandes trabajos científicos, sino que, debido a la persistencia de agudas discriminaciones de género, no gozan de iguales oportunidades que los hombres para desarrollarse en profesiones científicas. Estas barreras deben ser removidas, no sólo porque hacerlo es un imperativo de justicia y equidad sino, además, porque el potencial científico de las mujeres es enorme, como ya lo han mostrado
Payne, Tharp y muchas otras científicas, como las colombianas Ana María Rey, Diana Bolaños, Diana Trujillo, Gabriela Delgado, Claudia Vaca o Mabel Torres, por solo citar algunas.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.
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