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martes, 18 de diciembre de 2018

Zapata, cien años después


José Luis Avendaño C.
Cada movimiento social, cada revolución, fabrica sus héroes, que se convierten en símbolos y sirven de ejemplo. Son personajes que son  utilizados por los sucesivos gobiernos, que los despojan de su verdadero valor revolucionario transformador –héroes descafeinados y light— y los elevan a la categoría de mitos, objetos de veneración y ritos. Es el caso de Emiliano Zapata (1879-1919).
El 1 de diciembre fue el inicio de la etapa que quiere ser el la cuarta transformación (4T). Las anteriores fueron, se sabe, las de la Independencia, la Reforma y la Revolución. 
De ahí que el logotipo del nuevo Gobierno de México presente las figuras de Morelos, Hidalgo, Juárez, Madero y Lázaro Cárdenas. De las cinco figuras,  el presidente Andrés Manuel López Obrador se identifica, abiertamente, con Juárez. Ese mismo día, anunció que 2019 será un año dedicado a Zapata, que murió, traicionado por Venustiano Carranza, el 10 de abril de 1919. Zapata, quien, junto a Pancho Villa, representaron el ala social y popular de la Revolución Mexicana. La papelería oficial llevará el lema: Tierra y Libertad.
En diciembre de 1914, Villa y Zapata entraron a la ciudad de México, y se encontraron la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur  Ya, estando en Palacio Nacional, Villa le ofreció la silla presidencial a Zapata, pero éste se rehusó, alegando que estaba embrujada y había que quemarla pues “cuando un hombre bueno se sienta aquí, se vuelve malo”. Por cierto, la fotografía que muestra a Villa sentado en la silla presidencial, teniendo a su lado a Zapata –momento culminante de la revolución desde abajo, finalmente traicionada—, es la portada del libro de Adolfo Gilly: La Revolución Interrumpida (Ediciones Era, México. 1994), que escribió, como preso político, en la cárcel de Lecumberri, y se publicó por vez primera en 1971.
No fue gratuito que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) apareciera públicamente el 1 de enero de 1994, al entrar en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (hoy T-MEC, Tratado México-Estados Unidos-Canadá); una modernización de que la estaban excluidos los pueblos originarios, despojados de sus tierras y recursos. Ninguneados. Como ellos, la gran mayoría de la población. El EZLN y el Congreso Nacional Indígena, a su vez, estuvieron fuera de programa del ritual indígena en la tarde del pasado 1 de diciembre, cuando se le entregó a López Obrador el bastón de mando.
Hoy, trataría de restañar heridas de guerra pero, de manera contradictoria, abriendo nuevos frentes. El nuevo gobierno que prácticamente comenzó el 2 de julio, después de un largo periodo dominado por la corrupción y el derroche, se presenta bajo la divisa de la austeridad republicana, que se traduce en hacer más con menos. Así, en las primeras dos semanas se han dado recortes de todo tipo, y el presupuesto para 2019 anuncia un crecimiento de apenas dos por ciento, similar al promedio anual de la precedente etapa neoliberal (diciembre de 1982-noviembre de 2018), la del estancamiento estabilizador, que concentró aún más el ingreso y la riqueza en una sociedad caracterizada por la desigualdad.
Estado Mayor Zapatista

A mediados de diciembre de 1914, Manuel Palafox fue nombrado secretario de Agricultura. Unas semanas después, en enero de 1915, fundó el Banco Nacional de Crédito Rural y estableció las Escuelas Regionales de Agricultura. Con jóvenes egresados de la Escuela Nacional de Agricultura (Chapingo), formó comisiones agrarias que se encargarían del deslinde de tierras a repartir y/o restituir. John Womack, autor de Zapata y la Revolución Mexicana (Siglo XXI editores. México. 1969), afirma que Palafox “es probable que se haya considerado a sí mismo como otra gran figura reformista de la estirpe que se remontaba a través de los inmortales del siglo XIX, Benito Juárez y Melchor Ocampo, hasta los ilustres fundadores de la República”.
Manuel Palafox y Francisco Pacheco
El mismo Womack cita a un periodista, que le preguntó a Palafox si iba a “estudiar la cuestión agraria”. El joven general zapatista –tenía 29 años de edad— respondió: “No, señor, no me dedicaré a eso. La cuestión agraria la tengo ampliamente estudiada. Me dedicaré a llevarla al terreno de la práctica.” Historia para estos días que corren.

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