SALOMÓN GARCÍA JIMÉNEZ
¡Los valientes no torturan!
En sangrientos combates los viste / por tu amor palpitando sus senos, / arrostrar la metralla serenos, / y la muerte o la gloria buscar. / Si el recuerdo de antiguas hazañas / de tus hijos inflama la mente, / los laureles del triunfo, tu frente / volverán inmortales a ornar”. Es la segunda estrofa de nuestro Himno Nacional Mexicano.
Sobre el título de mi colaboración de hoy, los remito a la historia. Me refiero al incidente del 13 de marzo de 1858, en el palacio de gobierno de Guadalajara, Jalisco. Allí fue cuando el poeta y periodista mexicano, Guillermo Prieto, intervino y paró la orden de fusilamiento contra el presidente de la República, Benito Juárez y sus ministros, hechos prisioneros.
“¡Alto, los valientes no asesinan!", fue el grito con que el héroe escritor apaciguó al sector del Ejército que se había rebelado. Este pasaje de la Reforma viene en el libro Juárez, de la choza a Palacio Nacional, de Rodolfo Lara Lagunas, quien por cierto, fue maestro de secundaria de Andrés Manuel López Obrador, en Tabasco.
Y mi nota, nombrada con semejanza a aquella frase gloriosa, es para protestar por las intrusiones militares recientes en Puerto las Ollas y Las Palancas, donde han pisoteado los derechos humanos de personas humildes e inocentes; también, para reprobar los ataques a la libertad de expresión de que fue objeto este diario La Jornada Guerrero. Lo de “valientes” es porque todo apunta a que fueron fuerzas castrenses quienes interceptaron la camioneta y pusieron fuera de circulación el tiraje de nuestro periódico del lunes pasado. Intentemos rehacer los acontecimientos.
Hace tres días, el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI) reportó oficialmente sus primeras acciones militares, a once años de su fundación. El grupo armado –en voz de su comandante Ramiro–, refiere que en el enfrentamiento del pasado 11 de junio, causó 3 muertes y un herido al Ejército mexicano. Y niega la versión de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) de que hayan liquidado a 16 de sus combatientes. Informa de tres refriegas ocurridas en la sierra del 9 al 11, en el municipio de Coyuca de Catalán y sus colindancias con Petatlán.
Fue durante esos días que unos 500 soldados entraron a Puerto las Ollas y Las Palancas, y tuvieron sitiadas esas pequeñas comunidades calentanas. Invadieron, disparando al aire y gritando “arriba Rogaciano” (un cacique ligado a narcotraficantes). El sábado 13 pudieron ingresar al primer poblado una caravana de derechos humanos y periodistas. La Jornada Guerrero documentó los allanamientos, tortura y abusos de los militares en Puerto las Ollas. Su edición del 15 de junio de 2009, con objetividad informaba sobre las arbitrariedades castrenses.
“Sitió Ejército 4 días pueblos de la sierra”, fue el encabezado de su primera plana ese lunes, más la foto ampliada de Lenin Ocampo de cuando la misión civil de observación se encuentra de frente en el camino de terracería con el convoy militar, ya enterado de que subían al lugar los representantes de agrupaciones de derechos humanos. Dice un dicho sobre alevosía: “cuando tú apenas vas, yo ya vengo”.
Más concretamente, la información de Marlén Castro llevó de cabezal: “Denuncian pobladores de Las Ollas allanamiento y torturas de militares”; el balazo: “Mujeres y niños claman ayuda a defensores de derechos humanos y medios de comunicación”. Y el sumario: “el martes 9 arribó el Ejército a esa pequeña comunidad de apenas 11 casas y 60 habitantes”; Jaime y Omar, hijo y nieto de Amanda, fueron capturados por los soldados y torturados durante tres horas: incomunicados, amordazados, golpes en los oídos y nuca, pinchazos en los dedos de las manos y retenerlos sin comer.
A los menores los interrogaban sobre “armas y grupos armados”, querían saber dónde se escondían. Como no les sacaron información, prosiguieron a saquear todas las casas, que en un momento amenazaron con quemar. Luego, el hostigamiento militar sometió a tres señoras. Los “valientes” soldados, inmovilizando a las mujeres y amenazándolas con degollarlas con un cuchillo, las interrogaban sobre “los tratos que tenían con los guerrilleros”.
Y el lunes 14 de junio era el día para esta denuncia. Entonces se dio el atraco en la madrugada (a estos ladrones de información, “dios lo ayuda”), cuando miles de ejemplares de La Jornada Guerrero se distribuirían en Chilpancingo y las regiones Norte, Tierra Caliente y La Montaña. Los empleados del periódico fueron encañonados saliendo de Acapulco; al conductor le quitaron su licencia de conducir. Uno de los agresores les aclaró que ellos se dedicaban “al robo de vehículos de empresas”, casi dice “no se vayan a imaginar otra cosa”. Igual, no les quitaron dinero ni otras pertenencias. ¿No iban pelados casquete corto bajo la gorra? Ya nomás faltaría que al rato aparezca la camioneta robada, y que sean soldados quienes “la encuentren”.
–¡Ah! qué señor gobernador. ¡Ah! qué señores generales y tenientes, jefes de batallones. ¡Ah! qué gobierno federal de facto. ¡Ah! qué sargentos primeros y segundos. ¿Y la Secretaría de Gobernación? Echan a los soldados rasos contra su pueblo. ¿Dónde quedó la inteligencia militar, el verdadero patriotismo, el honor marcial, el servicio a México? A ver contesten esta nota. Digan que ustedes no fueron los que torturaron a esos niños y mujeres; dígannos que fueron otros que se disfrazaron de milicia. Expresen que ustedes nada tienen que ver con el robo y sabotaje a la libertad de expresión.
Por qué no reconocer que hay gran descontento social, en medio de una crisis económica y política. Preocuparse por resolver las necesidades básicas de los guerrerenses más pobres. Que hay grupos radicales con los que se tiene que dialogar, en lugar de acallarlos por la fuerza sin primero conocer sus demandas. Porque la reciente violación a los derechos humanos y a la libertad de prensa fue muy retrógrada y cobarde.
Y se dejó venir la solidaridad con nuestro diario agraviado: muchas ONG, Reporteros Sin Fronteras (RSF), el Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), Article 19; dirigentes sociales y partidos políticos condenaron los excesos cometidos por el personal militar en aquellas comunidades rurales de Puerto las Ollas y Las Palancas. El Colectivo Contra la Tortura y la Impunidad (CCTI), las comisiones nacional y estatal de Derechos Humanos (CNDH y Coddehum), organismos de periodistas, el ejido Río Frío, el Centro de Derechos Humanos La Montaña Tlachinollan, entre otras redes y frentes de defensa humanitarios.
Todos condenan el robo y agravio a la expresión libre. Todos lanzan alertas y exhortos a las autoridades para que se investigue y se esclarezcan pronto estos actos de censura e intimidación. Todas las organizaciones sociales porque se castigue a los responsables de los graves atentados, porque el Ejército y la policía regresen a sus cuarteles, porque organismos internacionales constaten las violaciones. Porque se aplique el derecho internacional y humanitario ante la confirmación de enfrentamientos con guerrilleros.
Con el pretexto de combatir al narco, se persigue a la guerrilla. Y esto, a su vez es excusa para hostigar a las comunidades campesinas. Cuando alguien hace algo malo, generalmente no quiere que se sepa. Pero esto le queda a la delincuencia común, no a la institución castrense. Tampoco le queda “invitar” a los jóvenes a realizar su Servicio Militar Nacional, participando en la destrucción de plantíos de droga, por una corta paga, ¿como “carne de cañón”. El Ejército mexicano está para defender a la población, no para ensañarse con los más pobres e indefensos.
Termino con el coro del Himno Nacional Mexicano pero en náhuatl: “Icuac Yaotl Technotzaz mexihcah / Ticanacan temicti tepoztli, / Ihuan huelihqui man tlalcohcomoni / Ihcuac totépoz cueponiz nohuian”. Tres vocablos: temicti, asesino, cruel, malvado, que maltrata a los demás; nohuian, por todas partes, y cueponiz, hacer ruido. n