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domingo, 11 de marzo de 2012

Europa, rabia ciudadana

 Los ciudadanos del mundo nos preguntamos, ¿cómo es posible que haya miles de millones de euros para salvar a unos pocos?
Enrique Del Val Blanco – el excelsior
Lo que está ocurriendo en Europa, sobre todo en Grecia y España, es la consecuencia lógica de las medidas tomadas por los organismos supranacionales, que están imponiendo su ley a los gobiernos nacionales, bajo el supuesto de que es la única forma para salvar a dichos países.
Estas medidas condenan a la población a situaciones nunca vistas, provocando mayor pobreza e indignación social. Como dice John Holloway, catedrático de la BUAP, la violencia que está suscitándose, con la quema de bancos y la rotura de vitrinas, es la explosión de rabia por las medidas impuestas con el fin de hacer lo posible por mantener el sistema económico vigente, para que los bancos no pierdan su ganancia y volver más ricos a los ricos.
Todos los días leemos noticias sobre las decisiones del Banco Central Europeo, el cual hace aportaciones por miles de millones de euros para rescatar a los bancos, además, prestándoles cientos de millones con tasas de interés del uno por ciento, pero los bancos se niegan a prestar a las familias y empresas para que puedan salir del bache en que se encuentran.
Esta semana hemos visto lo que ocurre en España con los estudiantes, como resultado de la reducción de los presupuestos a las universidades y el incremento de cuotas. Han salido a las calles y han sido reprimidos con una fuerza inaudita, lo que no se veía desde tiempos de la dictadura franquista. Es más, en algunas universidades, como la de La Laguna en las Islas Canarias, están aplicando procedimientos disciplinarios a quienes protestan, conforme a un reglamento del año de 1954, es decir, de la época del dictador Franco.
El gobierno español de derecha ha reaccionado con violencia y, para no variar, acusa a los estudiantes de radicales, catalogándolos como “enemigos”. Esto, dicho por el jefe superior de la policía en Valencia. Las manifestaciones y protestas se han extendido por varias provincias y son reflejo claro de que el vaso, de ataques a los ciudadanos en todos los aspectos, ya se colmó.
El pueblo, entre ellos los estudiantes, lo único que quiere son garantías de que su situación no empeore más, como en el caso de Grecia, donde las circunstancias han provocado que la gente deje de pagar servicios, como la luz, el transporte público y las casetas de cuota en las autopistas. Y lo están haciendo no porque no quieran, sino porque no tienen con qué pagar. Por eso gritan en España “somos estudiantes, no maleantes”.
Si el movimiento de los indignados de meses atrás logró concientizar a millones de personas, lo que está ocurriendo hoy es más peligroso, al haber pasado del reclamo verbal a la violencia física. La solidaridad de la gente, de los partidos políticos y de los sindicatos hará que estos movimientos, muchos de ellos iniciados en las universidades, se generalicen para demostrar que no se puede someter a los pueblos a la dictadura de los mercados.
La solución a estos problemas no es mediante mayor austeridad, más desempleo, más incremento de precios, etc. La salida debe ser a través de mayores apoyos, para que las empresas logren salir adelante y haya un crecimiento económico aceptable que proporcione empleo a los millones que lo demandan. Hay que encontrar otra forma de vivir, más allá de la que dictan los banqueros y los políticos del G20.
Los ciudadanos de Europa y del resto del mundo nos preguntamos, ¿cómo es posible que haya miles de millones de euros para salvar a unos pocos y no haya dinero ni políticas para mantener la estabilidad de las familias? Existe tal cinismo que incluso hay quienes desprecian la situación. Tenemos como ejemplo el caso de un banquero español que se acaba de jubilar y la información de prensa menciona que su pensión creció 13 millones de euros de un año a otro, por la simple razón de que se casó. ¡Ahora asciende a 68 millones de euros!
A lo único que no se puede condenar al ser humano es a no comer y eso es precisamente lo que está ocurriendo en Europa. Como bien termina su artículo Holloway, “hoy todos somos griegos”.

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