Araceli Damián*
La pobreza ha sido un fenómeno persistente durante el
capitalismo, y las transformaciones económicas, sociales y políticas
encaminadas a supuestamente eliminarla han fracasado, si consideramos que al
menos cuatro mil millones de seres humanos (la mitad de la humanidad) padecen hambre
y pobreza.
Cabe señalar que esta cifra no corresponde a lo reconocido
por los organismos internacionales quienes tienden sistemáticamente a
subestimar la dimensión de estos problemas, al utilizar medidas sumamente minimalistas,
sin significado alguno. El Banco Mundial (BM) sólo reconoce como pobres
extremos a un poco más de mil millones de personas, mientras que la FAO
(Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) estima
en 850 millones el número de hambrientos en el mundo.
¿De dónde salen estos números? El BM estableció como línea de
pobreza extrema (LPE) un dólar con 25 centavos por persona al día, mientras que
la FAO estima el número de personas hambrientas con base en un cálculo de las que
consumen menos calorías a las necesarias para mantener una vida sedentaria.
Cabe aclarar que la LPE del BM está expresada en dólares de paridad
de poder adquisitivo (PPA), los cuales se refieren a un supuesto importe en unidades
de moneda local para comprar la misma cantidad de bienes y servicios que se
podrían adquirir con un dólar en el mercado local de Estados Unidos. Este valor
tiende a ser más bajo que el tipo de cambio comercial, y en el caso de México representa
70% de éste.
Con base en ello tenemos que la LPE para México según el BM
es de 11.34 pesos por persona al día, tomando como referencia el tipo de cambio
comercial del día dos del presente mes, cuyo valor fue de 12.96 pesos por dólar.
Esta LPE resulta absolutamente insuficiente para mantener a una persona con
vida, si consideramos que no alcanza ni para comprar un kilo de tortillas. Con
ello queda claro que el BM subestima la pobreza extrema en el mundo.
Los cuatro mil millones de pobres a los que nos referíamos
al inicio de esta colaboración resultan de elevar el monto de la LPE a dos
dólares con 50 centavos, lo cual significa vivir diariamente destinando un poco
más de un dólar a alimentos y otro tanto a todo lo demás (combustible, vestido
y calzado, transporte, vivienda, etc.).
Pero si la pobreza extrema está subestimada, el hambre también
lo está. La metodología de la FAO se basa en una serie de supuestos que
intentan subsanar la falta de cifras confiables sobre el tema a nivel mundial.
Pero algunos de sus aspectos metodológicos son notoriamente inadecuados para
determinar la magnitud del hambre en el mundo.
En primer lugar el indicador de hambre se refiere únicamente
al consumo energético per cápita, sin considerar los demás nutrientes que los individuos
requieren para llevar una vida sana. Con ello, este organismo reduce el hambre
a un problema de eficacia física, donde los pobres son considerados simples
animales de trabajo.
Si en la definición de desnutrición, y por tanto de hambre,
añadimos la falta de hierro en la sangre (anemia) tenemos que, según la
Organización Mundial de la Salud, dos mil millones de personas en el mundo presentan
esta deficiencia, con lo que el monto de las que sufren hambre más que se
duplica.
La subestimación resulta también del hecho de que los
requerimientos energéticos utilizados por la FAO corresponden a los de personas
que tienen una vida sedentaria, condición que difícilmente puede ser aplicada
de manera generalizada a los pobres, quienes en una proporción importante desarrollan
actividades pesadas, tanto en el medio rural, como en el urbano, incluyendo la agricultura,
la construcción, la extracción en minas, la limpieza doméstica, etc.
Otra de las limitaciones de la metodología de la FAO es que el
periodo de referencia, un año, es muy largo y en éste se pueden presentar severos
daños a la salud, sobre todo entre los niños de hasta cinco años de edad. Los recién
nacidos de mujeres desnutridas son también un sector altamente vulnerable y las
secuelas en sus facultades física y cognitivas será irreversibles. Para poner
en perspectiva lo anterior basta con mencionar que cada año mueren unos 10.9
millones de niños menores de cinco años y casi el 60% de estas muertes se
explica por problemas asociados a la desnutrición y el hambre. Esta cifra es
mayor al tamaño de la población que habita el Distrito Federal.
Gobierno precavido: Hernández |
Por otra parte, el sufrimiento producido por la sensación de
hambre en periodos prolongados puede provocar problemas emocionales y
psicológicos, que a su vez tendrán efectos negativos a nivel social. Además, las
personas que padecen hambre no podrán tener un buen desempeño laboral y
padecerán problemas de salud de manera reiterativa, constituyendo esto un alto
costo social.
La pobreza y el hambre que se vive actualmente no son
resultado de la falta de recursos, sino de la voluntad política. Nunca antes en
la historia de la humanidad se habían tenido tantos medios disponibles para
garantizar que todos los seres humanos gocen de estándares
de vida decentes, pero ello todavía continúa siendo un sueño. Feliz 2013.
*El Colegio de México,
adamian@colmex.mx
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