EN CORTO
José Luis Avendaño C.
Entre gritos y sombrerazos
El desalojo era previsible. La plancha del Zócalo capitalino –Plaza de
la Constitución, por la liberal Constitución de Cádiz, la Pepa, de 1812— tenía que quedar limpia para los festejos
patrios del 15 y 16 de septiembre.
El Zócalo, en especial la noche
del día 15, la del Grito, es de todos. Independientemente de quien
sea el Presidente, de qué partido y de cuál color ideológico, es por excelencia
la noche mexicana. No importa qué
clima político impere ni las condiciones económicas del país y de cada uno. Es
una noche de celebración, y de
gritar: ¡Viva México!
Una plaza a medio llenar, con acarreados,
en primera fila, según las imágenes televisivas, mientras los desalojados (que, se dice, en su
mayoría, no son docentes… ni decentes)
instalaban su campamento en el Monumento a la Revolución.
Sólo a los amargados o aguafiestas les interesa recordar –precisamente en
estas horas— cómo va la economía, que
determina muchas otras cosas. En la víspera, mientras se llevaba al cabo el
desalojo, se presentaba un programa de reactivación económica.
Y en vísperas de que el Senado
organice un foro sobre la Reforma
Energética, a fin de escuchar las voces
discordantes –Cuauhtémoc Cárdenas abre, pero López Obrador se rehúsa,
frente a “una reforma planchada”—,
ambos suscriben, el 19 de septiembre, un texto, junto con Pablo González
Casanova y Raúl Vera, obispo de Saltillo, para defender el petróleo, aunque cada uno por caminos distintos.
En tanto, fue interesante habar
al historiador y politólogo Lorenzo Meyer, de El Colegio de México, sobre su
libro: “Nuestra tragedia persistente. La
democracia autoritaria en México” (Debate. México. 2013), en que el oro
negro sigue erigiéndose como signo de
nacionalismo, frente a la voracidad –antes
y ahora— de Estados Unidos.
Entre tanto, el conflicto magisterial sigue entre
nosotros, que representa el fin del
federalismo en la materia, si es que alguna vez lo hubo. Así, del control corporativo –mecanismo de control social, subproducto del cardenismo—
hoy se quiere pasar al control evaluador, mediante conceptos tomados de la empresa: calidad, eficiencia, productividad; pero ¿quién
evalúa a los evaluadores?
Además, los maestros y los
alumnos juegan con diferentes canicas:
no son las mismas condiciones con las que se enseña y se aprende en el Distrito
Federal y Monterrey, que en cualquier municipio de Guerrero y Oaxaca. Ya lo
apuntó Adolfo Gilly: “el
presidente Enrique Peña Nieto dijo que 64 por ciento de las 109 mil escuelas
públicas –dos de cada tres– tienen problemas
de mobiliario y sanitario, es decir, deterioro
o estado ruinoso de pupitres, bancas, pizarras, instalaciones sanitarias y
otras. En esa degradación acumulada durante décadas están obligados a cumplir
su tarea de enseñar los maestros de este país
saqueado y empobrecido” (La Jornada,
19-9-2013).
A lo anterior, se suman otros desastres: unos achacados a la naturaleza: Manuel e Ingrid, uno por
el Pacífico, otro por el Golfo de México, en la categoría de depresiones tropicales. Como si nos lloviera sobre mojado. Pero, existen
otras depresiones, comenzando por la
de la economía, que crecerá apenas 1.8 por ciento (el promedio anual de los
últimos cinco sexenios, bajo el credo
neoliberal).Y en plena discusión presupuestal, tales depresiones, descuadran el
proyecto original.
Y surge la pregunta de siempre,
la de cada año: ¿es culpa sólo de la
naturaleza? Es tan fácil echarle la
culpa, y nosotros, lavarnos las manos,
hundidas en el fango.
En esta contingencia, en vez de sumar,
hay gente que, en nombre de las buenas
conciencias, resta. Así nos los hace
saber la editora de Playboy México,
que por su cuenta hizo acopio de víveres para los damnificados, pero que fue
rechazado por algún miope mental,
disque por “indigna”. Cosas veredes en este territorio
dominado por la corrupción e impunidad.