via Creadess El político y psiquiatra David Owen, que
fue ministro de Sanidad y de Exteriores británico, afirma que sí, que
muchos de los que hoy nos gobiernan son peligrosos enfermos mentales. La
enfermedad explicaría muchos de lo que al pueblo le resulta
inexplicable, incluyendo las mentiras, los fracasos y las medidas contra
el ciudadano, la Justicia y la razón que se están adoptando frente a la
crisis.
Características generales del psicópata
Los psicópatas no pueden empatizar
ni sentir remordimiento, por eso interactúan con las demás personas
como si fuesen cualquier otro objeto, las utilizan para conseguir sus
objetivos, la satisfacción de sus propios intereses. No necesariamente
tienen que causar algún mal.
La falta de remordimientos radica en la
cosificación que hace el psicópata del otro, es decir que el quitarle al
otro los atributos de persona para valorarlo como cosa es uno de los
pilares de la estructura psicopática.
Los psicópatas tienden a crear códigos
propios de comportamiento, por lo cual sólo sienten culpa al infringir
sus propios reglamentos y no los códigos comunes. Sin embargo, estas
personas sí tienen nociones sobre la mayoría de los usos sociales, por
lo que su comportamiento es adaptativo y pasa inadvertido para la
mayoría de las personas.
Además, los psicópatas tienen como
característica el tener necesidades especiales y formas atípicas de
satisfacerlas, que en general implican cierta ritualización. El acto
psicopático hacia el otro se configura mediante la necesidad del
psicópata y su código propio, que desde su punto de vista lo exime del
displacer interno.
El problema de las necesidades de los
psicópatas es que al no ser compartidas por el grupo, no pueden ser
comprendidas ni generar empatía, por situarse fuera de las leyes de la
costumbre y del bien común, aunque estas necesidades son sentidas con
fuerza e impelen a la acción para el psicópata.
Además los psicópatas tienen un marcado
egocentrismo, una característica que pueden tener personas sanas pero
que es intrínseca a este desorden. Esto implica que el psicópata trabaja
siempre para sí mismo por lo que cuando da, es que está manipulando o
esperando recuperar esa inversión en el futuro.
Otra nota común es la sobrevaloración de
su persona, lo que los lleva a una cierta megalomanía y a una
hipervaloración de su capacidad de conseguir ciertas cosas y la empatía
utilitaria, que consiste en una habilidad para captar la necesidad del
otro y utilizar esta información para su propio beneficio, lo que
constituye una mirada en el interior del otro para saber sus debilidades
y obrar sobre ellas para manipular.
Ciertos autores de la corriente
psicoanalítica suponen que la razón por la cual una persona psicópata es
una persona perversa es porque se trata de sujetos cuya personalidad
depende en gran medida de mantener el principio de realidad, pero careciendo de superyo.
Esto hace que la persona psicópata pueda cometer acciones criminales u
otros actos cuestionables con total falta de escrúpulos, sin sentir
culpa.
Un psicópata puede ser una persona
simpática y de expresiones sensatas que, sin embargo, no duda en cometer
un delito cuando le conviene y, como se ha explicado, lo hace sin
sentir remordimientos por ello. La mayor parte de los psicópatas no
cometen delitos, pero no dudan en mentir, manipular, engañar y hacer
daño para conseguir sus objetivos, sin sentir por ello remordimiento
alguno.
A efectos penales, hace mucho que se
planteó el dilema sobre si una personalidad divergente de este tipo es
imputable, especialmente cuando se trata de una estructura psicótica.
Debido a que el concepto de enfermedad mental
quedó en desuso (ya sea personas sádicas, violadoras, estafadores, o
cualquier otra actividad reprobable que desarrolle el psicópata), se
tiende a sostener que le corresponde punición, dado que la persona
mantiene conciencia de sus actos y puede evitar cometerlos. También
influye el derecho colectivo de la sociedad a protegerse de sus
acciones.
En España también se considera imputable
a todos los efectos, sin que la psicopatía oficie de atenuante de
delito ante el tribunal. Esto quiere decir que tienen responsabilidad y
plena culpa.
Es importante saber que la psicopatía es
incorregible, aunque se pueden utilizar fármacos antipsicóticos para
reducir su impulsividad y rehabilitación conductual con una alta
disciplina, pero las terapias de rehabilitación habituales no sólo son
ineficaces, sino peligrosas. Dada su incapacidad para empatizar, y que
la empatización hacia sus víctimas es el pilar principal de todo proceso
de rehabilitación social por el que pasan los delincuentes, la
rehabilitación de los psicópatas se está basando en el egoísmo del
propio sujeto, fomentando una conducta que le reporte beneficios y evite
penas.
Por citar algunos ejemplos:
- El director general de Trabajo de la Junta de Andalucia se gastaba 900.000 euros, provenientes del dinero para luchar contra el desempleo en cocaina y en copas.
- La saqueada CCM concedió un crédito de 50 millones a un narcotraficante para que sus envios recalaran en el aeropuerto de Ciudad Real.
- El hijo del Presidente de la Junta de Andalucia, acusado por la Policia de formar parte de una red de blanqueo de dinero y cohecho a cambio de contratos en la Junta de Papá.
- La familia Botín ocultaba en Suiza unos 2.000 millones de euros evadidos al fisco español.
- El ex-ministro Pepiño recibió en mano cerca de 3 millones de euros en un maletin de la trama de su primo a cambio de contratos.
Abrimos un periódico y no tenemos más remedio que admitir que estamos siendo gobernados por delincuentes o por locos.
El trastorno psicopático produce una conducta anormalmente agresiva y gravemente irresponsable, que según el doctor Hervey Cleckley determinan una serie de características clínicas, descritas en su libro The Mask of Sanity: An Attempt to Clarify Some Issues About the So-Called Psychopathic Personality, que incluyen:- Encanto superficial e inteligencia.
- Ausencia de delirios u otros signos de pensamiento no racional.
- Ausencia de nerviosismo o manifestaciones psiconeuróticas.
- Escasa fiabilidad.
- Falsedad o falta de sinceridad.
- Falta de remordimiento y vergüenza.
- Juicio deficiente y dificultad para aprender de la experiencia.
- Egocentrismo patológico e incapacidad para amar.
- Insensibilidad en las relaciones interpersonales generales.
- Conducta extravagante y desagradable bajo los efectos del alcohol y, a veces, sin él.
- Gran capacidad verbal y un encanto superficial.
- Autoestima exagerada.
- Constante necesidad de obtener estímulos y tendencia al aburrimiento.
- Tendencia a mentir de forma patológica.
- Comportamiento malicioso y manipulador.
- Falta de culpa o de cualquier tipo de remordimiento.
- Afectividad frívola, con una respuesta emocional superficial.
- Falta de empatía, crueldad e insensibilidad.
- Estilo de vida parasitario.
- Incapacidad patológica para aceptar responsabilidad sobre sus propios actos.
- Revocación de la libertad condicional.
- Versatilidad para la acción criminal.
Cuando Zapatero se hundía sin remedio en
las encuestas, rechazado visceralmente por los españoles, le
preguntaron, en una entrevista, si se sentía mal ejerciendo el poder y
con millones de ciudadanos rechazándole, pero, ante la sorpresa del
entrevistador, afirmó que se sentía perfectamente y que dormía a pierna
suelta. Lo mismo responderían hoy Rajoy, Montoro, Luis de Guindos, Artur
Mas, Dolores de Cospedal, Griñán y muchos otros políticos españoles, a
pesar de que deberían sentirse muy mal ante los estragos de la crisis,
los millones de desempleados y pobres que llenan las calles de España y
el inmenso sufrimiento que las medidas que ellos adoptan causan a
millones de españoles.
Algunos idiotas creen que ser un buen
político significa poder adoptar medidas dolorosas sin que les tiemble
el pulso, sin que esas decisiones les afecten, por muy duras que sean.
En realidad debería ocurrir lo contrario: el mejor político es el que
siente dolor con sus administrados y el que duda, medita y sufre antes
de adoptar decisiones graves que conllevan sufrimiento humano. Los
insensibles son enfermos o canallas que han llegado al poder, mientras
que los que sufren son seres humanos decentes que merecen la confianza
de sus administrados.
¿Por qué ese comportamiento extraño e
insensible de los políticos ante el sufrimiento que ellos mismos
provocan o que no saben mitigar? La respuesta es que muchos de los
políticos que hoy gobiernan son auténticos enfermos mentales,
necesitados urgentemente de tratamiento psiquiátrico intenso. Lo que
Zapatero definía en su entrevista como signos de salud, son,
precisamente, los síntomas más claros del “Síndrome de la Arrogancia”,
la enfermedad mental que David Owen define y que reclama sea incluida,
con un número propio, en el Código Internacional de Enfermedades (CIE).
Tras desempeñar cargos como el de
ministro de Sanidad (1974-1976) y el de Asuntos Exteriores (1977-1979)
en el Reino Unido, Owen, médico de profesión, se ha concentrado en los
últimos siete años en la medicina y en la investigación del cerebro
humano. Durante este tiempo, el inglés ha desarrollado una tesis sobre
este “síndrome de ‘hybris’”, para él un desorden de personalidad cuyos
síntomas serían el aislamiento, el déficit de atención y la incapacidad
para escuchar a cercanos o a expertos. David Owen (In Sickmess and in
Power, 2008) explica que el dominio del poder ocasiona cambios en el estado mental
y conduce a una conducta arrogante, por lo que las enfermedades
mentales necesitan una redefinición que incluya el Síndrome de la
Arrogancia en el elenco mundial de enfermedades mentales.
A algunos políticos, el poder les hace
perder la cabeza, los convierte en arrogantes y soberbios y les aleja de
la realidad, situándolos en una peligrosa alienación que les hace
perder la noción de la realidad. Pero a otros los convierte en
verdaderos y peligrosos enfermos mentales, incapacitados, según Owen,
para tomar decisiones y gobernar. Cuando acceden al poder se creen
dioses o sus enviados en la Tierra, propician el culto a la personalidad
y muchas veces se tornan crueles. Algunos creen que esa enfermedad se
da únicamente en las tiranías, pero lo cierto es que también se
desarrolla en las democracias, afectando a personas que han sido
elegidas en las urnas. El síndrome, en los dirigentes que gobiernan las
democracias, al no poder comportarse como dictadores crueles, tiene
otros rasgos y manifestaciones: se sienten eufóricos, no tienen
escrúpulos, no son conscientes de sus errores y fracasos y son capaces
de dormir a pierna suelta (como Zapatero) sin que ni siquiera les afecte
el rechazo masivo de los ciudadanos o su inmensa y aterradora cosecha
de fracasos, dramas y carencias que, para cualquier persona con salud
mental, resultarían insoportables. Su alienación es de tal envergadura
que cometen un error tras otro, porque la capacidad de análisis no les
funciona y sus decisiones y medidas son producto del desequilibrio, la
soberbia y la confusión extrema.
Adolfo Suárez, Felipe González, José
María Aznar y Zapatero han sido víctimas de lo que en España llamamos el
“Síndrome de la Moncloa”, un mal que aliena, atonta y aleja de la
realidad a los mandatarios. Es probable que ese síndrome sea el mismo
“Síndrome de la Arrogancia”, descrito por Owen.
Es evidente que un tipo que duerme a
pierna suelta, a pesar del sufrimiento y del rechazo masivo de sus
conciudadanos, sin que su conciencia se conmueva ante los millones de
desempleados, pobres y gente infeliz que ha generado su gobierno, ha
debido perder la razón y estar gravemente enfermo.
Owen dice que los enfermos que padecen
el “Síndrome de la Arrogancia” no están capacitados para gobernar y
ponen en grave riesgo a los países que controlan.
¿Lo padece también Rajoy? ¿Hay alguna
otra forma de explicar que un político prefiera subir los impuestos
hasta asfixiar a sus ciudadanos, antes que suprimir lacras injustas y
contrarias a la democracia como la subvención pública a los sindicatos y
partidos políticos? ¿Por que Rajoyse esconde y no da la cara ante los
españoles, a los que ha vaciado la cartera? Es probable que sólo un
enfermo grave sea capaz de negarse a recortar gastos gubernamentales y
prefiera meterles la mano en el bolsillo a los ya esquilmados
ciudadanos. Es probable que sólo un enfermo sea capaz de adoptar esas
decisiones, claramente contrarias al bien común, sin sentir dolor y
angustia como ser humano.
Zapatero ya está en la tumba política,
curándose, tal vez, de su enfermedad, retirado de la primera línea
política, pero hay otros muchos políticos españoles en activo a los que
se les ve la enfermedad nada más mirarles a los ojos u observando con
atención su comportamiento. Carme Chacón deja a un lado su catalanismo
radical y se presenta ante el PSOE como hija de un andaluz. A su flanco,
sin que le moleste, se encuentra un despilfarrador empedernido como el
manchego Barreda. Rubalcaba se presenta como ajeno al
“zapaterismo”,cuando ha sido su principal cómplice ¿Están locos o
carecen de principios? Quizás las dos cosas, a juzgar por el aquelarre
de insensateces y majaderías que ofrecen al ciudadano.
El caso más claro y evidente es el del
presidente catalán Artur Mas, tan nacionalista, arrogante e insensible
al sufrimiento ajeno que prefiere que algunos pacientes catalanes puedan
morir por falta de atención médica, como consecuencias de los duros
recortes en sanidad que ha ordenado, antes de cerrar sus innecesarias
“embajadas” catalanas en el exterior.
A Artur Mas parece que no le importa lo
que opinen sus administrados. Preso, probablemente, del “Síndrome de la
arrogancia” se cree facultado para decidir sobre todo y optar por la
política que él crea conveniente, incluso en contra de la voluntad de
los ciudadanos. Es evidente que un dirigente que prefiere cerrar
quirófanos a cerrar embajadas inútiles posee una inmensa y escandalosa
carencia de democracia, pero es más evidente todavía que también podría
padecer la enfermedad que el británico Owen ha descrito y tipificado con
gran acierto. Los gobernantes valencianos parecen presos también, de la
“locura de los políticos”: no han podido pagar en diciembre la
Seguridad Social de sus trabajadores y han necesitado la mediación del
Gobierno por el vencimiento de una deuda de 123 millones, pero se niegan
a recortar en el ruinoso Canal 9 de televisión regional. De manicomio,
por lo menos.
Si esos políticos enfermos estuvieran en
su sano juicio, dimitirían inmediatamente, ante la evidente incapacidad
psicológica para gobernar a un pueblo de hombres y mujeres libres.
Deberían comprender (pero la enfermedad les impide asumirlo) que, sin el
apoyo de los ciudadanos, que son los “soberanos” en democracia, un
gobernante rechazado equivale a un tirano.
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Uf, y en el artículo hablan de gobiernos de España, pero en México podriamos citar a MUCHOS. Tu cuantos y a quienes conoces?
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