Enseñando el cobre
José Luis Avendaño C.
En tanto pasa una campaña electoral más, vacía de contenido,
pero saturada de spots, la economía mexicana vive momentos de
definiciones. Porque, así como hay dos o más Méxicos, en
consecuencia hay dos o más economías. Precisamente, éstas condicionan
a aquéllos, a los distintos Méxicos. Para simplificar
hablaremos de sólo dos, los que tienen su capital invertido en la
Bolsa de Valores, y por otro lado, que sobreviven con lo que
tienen en su bolsillo (regularmente, con agujeros).
De malas, la economía mexicana sigue dando, no
obstante las expectativas de las reformas aprobadas.
Le tocó su turno al FMI (Fondo Monetario Internacional) de ajustar sus
estimaciones de crecimiento económico para el país en este año y el próximo, en
alrededor del tres por ciento, principalmente por el desplome de
los precios del petróleo. Esto, en concordancia con lo dicho por la
directora-gerente del FMI Christine Lagarde, de que se terminó, para América
Latina, “la época de las vacas gordas”, en referencia al fin de los
altos precios de las materias primas. Pero, a fin de enfrentar esta crítica
época, recomienda el camino de las reformas estructurales, que
en nuestro caso, no nos han sacado de pobres, como país, y sí han
atado aún más los lazos de la dependencia.
Con más de 200 años de vida independiente (formal o
políticamente), nuestros países del subcontinente, no han podido desarrollar
tan siquiera una soberanía alimentaria, y sus burguesías
nacionales son, en el mejor de casos, burguesías compradoras,
subsidiarias del capital transnacional. En el caso de México, hasta en
el horario la Bolsa Mexicana de Valores es dependiente de Wall
Street. Un beneficio que no permea a todo el
país, y que se queda en unas cuantas manos, los del México del 0.01
por ciento; hecho que divide de tajo a los dos Méxicos.
En tales condiciones, ¿quién se anima a hacer negocios aquí,
que no tenga asegurado una holgada tasa de ganancia en base a
la superexplotación del trabajo? Sólo de esta manera alguien se
arriesgaría, dado el clima de violencia y el resultante grado
de impunidad, como se constata en un estudio de las Naciones Unidas
(ocupamos el penúltimo lugar en impunidad). Recientemente, Amnistía
Internacional decía que de ocho mil casos de tortura denunciados, sólo
ocho desembocaron en sentencias judiciales.
Aunque comparten un mismo territorio, entonan el mismo himno nacional y
los cobija la misma bandera tricolor, parecen vivir en mundos
distintos: son los pocos de arriba y los muchos de
abajo. Aquí, el nacionalismo es un mecanismo de
defensa. El grito: ¡Viva México! es asirse a una identidad
maltrecha. Para nosotros, José Alfredo es la neta del planeta:
“Si nos dejan” resume la tragedia de Romeo y Julieta o, si se quiere, es
una estampa, a ritmo de bolero ranchero, de la lucha de clases…
como lo es la determinación del precio de cualquier mercancía (incluso el
salario, respecto a la fuerza de trabajo).
Agustin Carstens Banco de México y Christine Lagarde FMI |
El mismo Banco de México, en una minuta de la reunión de su Junta de
Gobierno, apunta que el salario de los trabajadores de la economía informal de
la economía revirtió la tendencia al alza que había mantenido,
y que ahora los empleos generados son de mala calidad, es
decir, de bajos ingresos (La Jornada, 10-4-2015). Otra
disfrazada forma de tortura.
Para acabarla de amolar, el
secretario de Hacienda nos advierte que los recortes,
que se suponían iban a ser de manera temporal,
serán “por varios años”. Así, la crisis
estructural se une a la crisis
política electoral, con partidos, políticos y el mismo árbitro electoral, mostrando el
cobre. Sin embargo, obcecados como son, insisten en lo mismo.
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