Liposucción adolescente y quinceañeras con implantes: la narcoestética y su influencia en Latinoamérica
La pobreza cultural de los valores del narco se hace sentir en la forma en la que muchas mujeres se auto-objetifican, esculpiendo su cuerpo para ajustarse a los paradigmas estéticos del narcotraficante.
Por: pijamasurf -
Alejandra Ramirez, modelo y “vendedora de pastillas de dieta”, empezó a ahorra para su implantes desde los 18 años. |
El diario británico The Guardian
destaca una serie de imágenes tomadas por Manuel Henao en las cuales se
capta el creciente fenómeno de la “narcoestética”. El origen de esta
nefanda corriente estética ( y el término “corriente” puede usarse
también como adjetivo en su acepción vulgar) es la ciudad de Medellín,
la meca del narco colombiano, pero no hay duda que esta tendencia puede
encontrarse en cualquier lugar donde haya una fuerte presencia del
narco, como ocurre en el norte de México, e incluso deriva y se
entrelaza con el paradigma reciente de la belleza femenina
auto-objetificada, cuyo reflejo más concreto es el crecimiento de la
industria de la cirugía plástica. Como sabemos, Latinoamérica,
particularmente Colombia, Venezuela, Chile y Argentina, es líder en
operaciones de cirugía plástica, especialmente aumento de senos. Si bien
esto obedece a diferentes factores y características nacionales, la
influencia del narco y el estilo de vida del “capo” con sus séquitos de
mujeres y ayudantes ha permeado la región y puede considerarse una de
las causas de esta explosión de la modificación del cuerpo con fines
cosméticos e incluso socioeconómicos. Si bien se acepta tácitamente en
la sociedad moderna que una mujer más bella o con senos más grandes
puede escalar laboral y socialmente con mayor facilidad, dentro de la
esfera del narco, esculpir el cuerpo para satisfacer la mirada del capo
(la mirada masculina internalizada por la mujer) es explícitamente y a
todas luces una forma de subir peldaños y obtener beneficios
económicos, puesto que es una forma expedita de penetrar la zona de
gracia de los narcos –que todo lo que tocan convierten en oro.
Josue Caranto,
profesor de la Universidad de Medellín, rastrea esta estética a los
burdeles que se erigieron como las “oficinas” de los narcos en donde
hacían negocios, particularmente con clientes extranjeros (incluso con
las agencias antinarcóticos estadounidenses, algo que sigue ocurriendo). A
este lugar de “inspiración”, se añade la costumbre de los
narcotraficantes de extender su modus vivendi a todos los ámbitos, es
decir el tráfico no solo de drogas sino también sexual o un
mercantilisimo de sus relaciones. El cuerpo es la droga. También, según
Caranto, la alta exposición a la pornografía común a las cárceles ha
influido en la conformación de esta estética. Los narcos, dicho de otra
forma, adoptaron el ideal de belleza de cuerpos voluptuosos y siempre
disponibles que es normativo del porno y las revistas para hombres. Como
ocurre en gran parte de América Latina, estas imágenes importaron
también una belleza extranjera, lo que hace que muchas mujeres se tiñan
el cabello de rubias y modifiquen su rostros según fenotipos más
europeos (así produciendo otra fragmentación de identidad más). El
empoderamiento de estos individuos les permitió satisfacer sus deseos y
provocar que una mayor cantidad de mujeres obtuviera este tipo de
belleza, en busca de obtener también los beneficios que la misma
conlleva. Al final lo que tenemos es una narcopornificación de la
belleza –el término es horrible, pero por ello quizás acertado.
Los efectos de la narcoestética en
Colombia han hecho que los implantes de senos (y hasta de traseros) sean
vistos como algo normal, abiertamente deseable. Tanto así que muchas
adolescentes piden a sus padres implantes por sus quince años o si estos
son más conservadores para sus dieciocho. Igualmente, según señala The
Guardian, existe una tendencia de procedimientos de liposucción en
adolescentes. La presión por tener el cuerpo de belleza estandarizado se
hace sentir cada vez más jóvenes.
“La sociedad contemporánea ha dicho a la
mujer que todo su poder está en su cuerpo. Ellas mismas asumen su rol
como objetos. Quieren tener el cuerpo que es deseado, de otra forma no
tendrán personas que las provean con prospectos económicos”, dice
Caranton. Aquí tocamos un aspecto que va más allá de la narcoestética,
aunque se acentúa más en estos entornos. Se trata de la reacción que se
presenta en millones de mujeres en todo el mundo como resultado de vivir
en una sociedad inundada de imágenes de mujeres que parecen hacer
propaganda de un tipo de belleza específico y generalmente excluyente.
Esto produce una disociación entre la realidad del cuerpo y la imagen
corporal deseada, y una posible frustración en la distancia. Claro que
esto puede ser evitado con un poco de orientación, especialmente en
dirección a crear un entorno de autovaloración y autoestima; incluso un
poco de semiótica y conciencia crítica (se me ocurre esta iniciativa en Dinamarca
para que los adolescentes vean porno en la escuela, pero con el fin de
de discernir la fantasía de los cuerpos que el porno promueve de la
realidad y dirigir la atención a la posibilidad de relaciones sexuales
con cuerpos imperfectos, a veces incómodas y hasta torpes pero en sí
mismas valiosas). Sin embargo, la mayoría de las adolescentes en países
como Colombia o México no tienen esta dirección o la confianza necesaria
en padres e instituciones para valorar su propio cuerpo y entender que
los cuerpos mostrados son simulacros, exaltaciones desaforadas y se
alejan de la realidad cotidiana. De manera más sucinta, sería apropiado
hacer saber a mujeres y hombres adolescentes que el tipo de relación y
de intercambio que se consigue bajo los conceptos de la belleza moderna
idealizada casi por definición niega la posibilidad de una relación
verdaderamente amorosa. En otras palabras, hacer realidad la fantasía de
tener el cuerpo deseado, con el que capturaran el deseo, niega esa otra
fantasía del amor romántico –que también promueve enormemente nuestra
cultura, pero que tiene al menos un fondo histórico y que obedece a otro
tipo de necesidades. Esto, puesto que el amor romántico presupone que
una persona es querida por lo que es–por su esencia, e incluso por su
alma– no por su apariencia o su proyección física. Asimismo, el
desarrollo espiritual y moral del individuo necesariamente requiere de
la auto-aceptación.
Otra tendencia preocupante que podemos ligar con la narcoestética, es lo que se conoce como thinspiration.
En este caso, es un fenómeno común a sociedades occidentales, en las
que el paradigma actual de la belleza tiene que ver con cuerpos
sumamente delgados. Aquí las chicas más que querer ser las novias de los
narcos, quieren ser modelos. En Internet vemos como este fenómeno se esparce por
innumerables foros y blogs en los que adolescentes suben imágenes de
modelos que admiran y cuyos cuerpos quieren tener. El problema con esto
es que a veces en el cometido por obtener ese cuerpo perfecto que
produce tantos beneficios se pierde el piso y la realidad misma. Muchas
de estas chicas no son muy “objetivas” que digamos en su autopercepción
(aunque ciertamente ven su cuerpo como un “objeto”) y suelen seguir
enflacando hasta estar desnutridas y desarrollan desordenes
alimenticios. Llama la atención la practicidad de su conducta, más que
ver fotos de hombres atractivos, ven fotos de mujeres atractivas
(llenándose de la irradiación inspiracional de la imagen), para así
luego conseguir ser deseadas por los hombres que les gustan (a los
cuales creen sólo les gustarán cuando se vean como modelos esbeltas con
abdómenes y traseros tonificados).
Así las cosas en el panorama de la
transformación corporal con fines económicos o afectivos. Los síntomas
son preocupantes puesto que revelan un estado generalizado en el que la
belleza misma se ha objetificado e incrustado en una dinámica de consumo
y comercio y de esta forma ha sido despojada de su naturaleza esencial:
la elevación espiritual y moral del individuo. Ante esto me parece
interesante recordar la teoría platónica de la belleza según la expresa
Diotima, en el Simposio. Diotima le dice a Sócrates que el sentido de la
belleza no es la contemplación e idolatría de los cuerpos sino que a
través de la belleza individual las personas tienen la posibilidad de
alcanzar a percibir la belleza del alma o la Belleza misma que irradia
en todas las cosas, que son sólo imágenes o sombras de las formas
arquetípicas. La belleza del cuerpo nos puede seducir, como una impronta
biológica que busca la perpetuidad, pero esta seducción en su justo
término nos debe llevar a trascender la ilusión de la belleza del cuerpo
y del mundo físico, el cual es impermanente. La belleza, en el sentido
platónico, es la contemplación de lo eterno. ¿Qué es entonces lo eterno
en el cuerpo? ¿Podemos pedirle a nuestra sociedad que busque una belleza
más profunda o es esto absurdo e implausible?
Autor: @alepholo
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