La ciudad es uno de los puntos más endebles en
las propuestas y prácticas emancipatorias. En las recientes décadas hemos
asistido al despliegue de diversas iniciativas rurales, de la mano de
movimientos indígenas y campesinos, que han sido capaces de construir espacios
por fuera de la lógica del mercado y del Estado, aunque en ocasiones tengan
relaciones tangenciales con ambos. En las ciudades, por el contrario, las
construcciones colectivas son mucho más frágiles y menos duraderas.
Conocer al Movimiento de Comunidades Populares
de Brasil (MCP) es una inyección de optimismo y esperanza en medio de la crisis
política y de las amenazas que se ciernen sobre los sectores populares del
mundo. El MCP cuenta con unos 60 grupos, la mitad de ellos urbanos, de barrios
y favelas. Formalmente, nació en 2011 integrado por las comunidades populares
que habían creado, en 2001, una asociación nacional. En 2006 crearon el
periódico mensual Voz das Comunidades y en 2008 la Unión de la Juventud
Popular.
Pero el movimiento tiene, en realidad, 40 años,
ya que sus orígenes se remontan a 1969, cuando en plena dictadura militar la
Juventud Agraria Católica se transformó en Movimiento de Evangelización Rural
y, más tarde, en 1986, en Corriente Sindical de los Trabajadores
Independientes. El primer encuentro nacional del MCP decidió trabajar en cinco
sectores: económico, social, cultural, popular y sindical.
Uno de los trabajos del MCP está enclavado en
la comunidad Chico Mendes, en el norte del municipio de Río de Janeiro, lindero
con la Baixada Fluminense que rodea la bahía de Guanabara. Se ubica sobre el
Morro do Chapadao, tiene 25 mil habitantes y es fruto de una ocupación
organizada en 1991. Gelson y Jundair, quienes comenzaron su militancia bajo la
dictadura, llevan dos décadas en el barrio, donde comenzaron organizando
campeonatos de futbol para varones y mujeres.
Hoy cuentan con un grupo de apoyo escolar al
que acuden diariamente 70 niños con cuatro profesoras y un jardín infantil al
que van 20 niños y niñas, ambos apoyados por la propia comunidad sin
financiación externa. Funciona un grupo de compras colectivas, un grupo de
producción que fabrica productos de limpieza con base en aceites de automóviles
reciclados y un grupo de ventas, en los que están involucradas dos decenas de
familias, que incluyen una tienda de comestibles donde se abastecen unas 200
familias y un almacén que vende materiales de construcción.
Pero el emprendimiento más novedoso es el grupo
de inversión colectiva, que luego de una década tiene 400 inversionistas de la
comunidad, más de 20 integrantes que administran un fondo de 700 mil reales
(unos 170 mil dólares). La mayor parte de los préstamos son para la reforma de
viviendas y para la generación de ingresos familiares y colectivos. Gracias a
los préstamos del grupo de inversión varios vecinos de la comunidad pudieron
comprar camionetas para transporte desde la terminal del Metro hasta la
comunidad Chico Mendes.
Trabajan con dinero de los miembros del
movimiento que invierten y realizan préstamos, pagan intereses muy bajos, de 2
por ciento a los inversores, y cobran un poco más a los beneficiarios. No
acumulan capital y todo el dinero circulante está bajo control comunitario,
porque el dinero funciona como valor de uso, algo muy común entre los sectores
populares de nuestro continente, y no como valor de cambio.
El tener un grupo de inversión comunitaria hace
que los miembros del MCP no tengan necesidad de acudir a la banca para pedir
préstamos con intereses usurarios. De ese modo, las familias que necesitan
mejorar su vivienda o comprar bienes para poder trabajar cuentan con un
mecanismo de financiamiento por fuera del mercado, lo que les brinda mayor
autonomía. El MCP cuenta con 30 grupos de inversión que manejan en conjunto
millones de reales.
En este punto, es necesario introducir un
debate. En una sociedad emancipada, o en el mundo nuevo, será imposible
erradicar el dinero. La moneda es anterior al capitalismo y no puede
considerarse sinónimo de capitalismo. Los zapatistas tienen sus bancos
controlados por las comunidades que prestan dinero a las bases de apoyo, lo que
no quiere decir que estén reproduciendo el capitalismo. La ventaja de crear
grupos de inversión como los que tiene el MCP es que sus integrantes no
dependen de quienes monopolizan el dinero, o sea, de los bancos.
Gelson y Jundair sienten que luego de dos
décadas de trabajo, la comunidad es más fuerte. Cuando se les pregunta por las
dificultades, dicen que la mayor es la formación de militantes. A esa tarea
dedican su vida, pero aunque han avanzado, en la comunidad Chico Mendes el
movimiento tiene medio millar de integrantes y apenas una decena de militantes.
Cuando se les pregunta por el tráfico y la violencia, responden: no son
dificultades, es la realidad. En los barrios populares de Brasil el primer
problema es la policía.
El MCP trabaja para la formación de un frente
popular mediante la articulación de grupos de base autónomos, como Ocupa
Alemao, que se ha convertido en referencia entre los grupos de favelados de
Brasil. A nivel teórico, Gelson reivindica el marxismo y el cristianismo, y no
oculta su simpatía por Mao. El movimiento tiene cuatro experiencias históricas
de referencia: la resistencia del pueblo guaraní, el quilombo de Palmares en el
siglo XVII, el movimiento popular de Canudos a finales del siglo XIX y la lucha
minera de Morro Velho en la década de 1930. En suma, la síntesis de las luchas
indígena, negra, obrera y popular.
Defienden la independencia de los partidos y
trabajan por la autonomía política y económica, que son los ejes del
movimiento. Gelson asegura que el MCP no es una organización, es un fermento.
No quieren repetir un camino que ya no sirve: movilizar, agitar, tomar el poder
y construir el socialismo. Ser fermento es estimular, desde adentro y desde
abajo, que el barrio se convierta en comunidad, creando poder popular. Después,
veremos
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