Puebla de los Ángeles de Zaragoza
José Luis Avendaño C.
“¡Qué bueno sería quemar Puebla! Está de luto por el acontecimiento del día 5. Esto es triste decirlo. Pero es una realidad lamentable.”
Quien así habla, con un dejo de amargura, es Ignacio Zaragoza, a cuatro días del triunfo del 5 de mayo de 1862, sobre las fuerzas intervencionistas francesas.
El joven general de 33 años (moriría de tifo cuatro meses después), que nació en Texas, cuando todavía era territorio mexicano, al mando del Ejército de Oriente había vencido al que se consideraba en ese momento el ejército más poderoso del mundo.
Este relato aparece en el segundo tomo de Patria, de Paco Ignacio Taibo II, y es parte de una trilogía que comprende el periodo que va de 1854 a 1867. “¡Con ese título, Patria, no vas a vender ni un pinche libro!”, cuenta PIT II que le dijo todo el mundo. Y es que, de entrada, parece el título de un libro de primaria.
Lo de patria es un nombre o concepto desgastado, no tanto por el tiempo, sino por el abuso y deformación que se ha hecho del término. Aparece cuando se nos referimos a lo nacional o al nacionalismo, lo mismo en proclamas que en ejercicios escolares Algo que debiera ser signo de identidad, se convierte en un grito de guerra. Sin olvidar, claro está,La Suave Patria, de Ramón López Velarde.
El título completo de la obra de Paco Ignacio Taibo II es el de La gloria y el ensueño que forjó una PATRIA (Editorial Planeta Mexicana. 2017). El tomo 1 (1854-1858. De la Revolución de Ayutla a la Guerra de Reforma) se presentó a comienzos del mes de junio en el Club de Periodistas de la ciudad de México. Según el plan editorial, los restantes dos tomos se presentarían dentro del siguiente semestre.
Supongo que la buena acogida del público lector, adelantó la presentación del tomo 2 (1859-1863. La Intervención francesa), a mediados del mes de julio, durante la feria del libro itinerante que la brigada Para Leer en Libertad suele hacer, esta vez en Tlatelolco. El tomo 3 (1864-1867. La caída del Imperio) está prevista para presentarse en septiembre próximo.
Esta obra, que le llevó a PIT II diez años de investigación, la califico de historia novelada, con el estilo ya característico del autor, que a la documentación aúna la fácil lectura, para la mejor comprensión de los hechos. Una de sus características es la descripción minuciosa de los hechos de guerra y el tratamiento entrañable (les habla de “tú”) de los personajes que admira.
Allí está el complejo asunto de los bonos Jecker y la deuda externa, que fue el pretexto para las reclamaciones de Inglaterra, España y Francia, que culminó con la intervención de este último, el imperio de Maximiliano y el triunfo de la República, considerada como la segunda independencia de México.
Es un periodo en que define el futuro de la nación, después del trauma que representó la guerra con Estados Unidos y la pérdida de más de la mitad de su territorio (1847-1848), y que exacerbó los ánimos de liberales y conservadores, que tenían en la ciudad de Puebla –a la mitad del camino entre las ciudades de México y Veracruz— uno de sus reductos principales.
Además de conservadores (reaccionarios), los poblanos eran mochos, como llama Taibo II a los ultra católicos, que se opusieron al gobierno de Juárez y las Leyes de Reforma, con el que se estableció la separación Iglesia-Estado, que culminó con la Ley de Libertad de Cultos: no sólo la libertad de creer en cualquier religión, sino la libertad de no creer.
Recuérdese que, a mediados del siglo XIX, la Iglesia era dueña de más mitad de la tierra y ejercía el monopolio de la educación, es decir, de las conciencias y costumbres, como resabio colonial.
Contra lo que se piensa, la gran mayoría de los liberales eran creyentes católicos, exceptuando dos que tres, como Ignacio Ramírez El Nigromante. En documentos, con la rúbrica de Melchor Ocampo o del mismo Benito Juárez, termina con la frase: Dios y Libertad.
Fue una etapa, la de 1854-1867, en la que pasó de una guerra civil (Revolución de Ayutla y Guerra de Reforma) a una guerra de intervención (una Francia napoleónica –por Napoleón III, el Pequeño—, que deseaba ponerle un dique al expansionismo de Estados Unidos en América Latina), y que redefinió ideologías. Juárez llamó a defender a la nación a todos los mexicanos sin distinción. Uno de los aceptó fue el general Miguel Negrete, poblano conservador, que combatió al liberalismo, pero que lo hizo contra los franceses. Allí queda su frase: “Antes que partido, tengo patria”.
Es una división, entre liberales y conservadores, que dura hasta nuestros días. La ciudad Puebla, bautizada Puebla de los Ángeles, que el presidente Juárez cambió por el de Puebla de Zaragoza, tres días después de su muerte, el 8 de septiembre de 1862, y que los panistas quisieron volver a su nombre original, de extracción colonial, dentro de su obsesión antijuarista.
Vale terminar, con el propio Paco Ignacio Taibo II, en una larga cita, que corresponde a una de las notas que viene al final del capítulo en la que refiere, precisamente, a la muerte de Zaragoza, en el tomo 2 de Patria:
“En estos últimos años los regidores panistas poblanos decidieron quitarle el apellido a su ciudad y sustituir el nombre oficial de Puebla, o sea Puebla de Zaragoza, por el de su primitivo nombre colonial, Puebla de los Ángeles (…), lo que parecía un acto de gangsterismo ideológico era retirar el nombre del general Ignacio Zaragoza. Si alguien merece el tener su nombre asociado a la ciudad de Puebla es Zaragoza. Y así lo escribí en un artículo publicado en La Jornada. Puebla fue fundada en la leyenda por un grupo de ángeles despistados que habían perdido el rumbo, pero sin duda fue refundada por ángeles morenos, ángeles de Tetela de Ocampo de la brigada Negrete. En ese debate abierto, me pronunciaba por una solución malignamente conciliadora y proponía que el nombre oficial fuera Puebla de los Ángeles de Zaragoza y llamaba a los poblanos de bien, que afortunadamente abundan, a que repararan la injusticia y canallada que se había producido. Naturalmente nadie me hizo caso, pero pocos meses después la propuesta panista era declarada anticonstitucional, en la medida en la que un edicto municipal no podía pasar por encima de un edicto presidencial (Juárez había decretado el nombre) y las autoridades municipales poblanas tenían que destinar a la basura la papelería ‘oficial’ que habían elaborado. Justicia vil.”
Una historia para hoy.
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