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El PRI y el PAN, autores hipócritas del gran atraco que es la Ley de Ingresos –lo es por lo que esquilma a la población empobrecida y por lo que regala a la élite enriquecida–, que además mostraron mezquindad y renuencia al pretender cargar al otro la paternidad del engendro fiscal, procederán de la misma guisa a la hora de asignar el dinero que extraerán de los raídos bolsillos de la gran masa de contribuyentes y no de las elegantes carteras de piel importada. Repartirán el pastel desatendiendo específicos reclamos ciudadanos. Uno de los más clamorosos, desarrollado con las dos palabras de su consigna principal (que da título a esta columna), fue expuesto con insistencia e ingenio pero desoído por los legisladores.
¡Ya bájenle!, exigieron varias agrupaciones civiles. Se referían al gasto electoral, al financiamiento de los partidos. No se les escuchó, y los agrupamientos políticos seguirán gozando de partidas crecientes, servidas a partir de una legislación a modo que, dijeron, era necesario reformar para hacer legal la disminución demandada por los ciudadanos.
Pero, aprobado el presupuesto, aún hay modo de que los partidos 'le bajen'. Si no fueron capaces de hacerlo de modo formal, se me dirá, menos procederán voluntariamente, y por lo tanto es candoroso plantear alguna modalidad que redunde en bien de la sociedad (y de paso elimine o aminore uno de los motivos de las querellas internas en no pocos partidos). De varios modos los partidos pueden gastar menos dinero del autorizado o canalizar el que ponga a su disposición el IFE hacia tareas o propósitos que revelen una gana de sintonizarse con la sociedad, que canjeará esa disposición por votos en las próximas elecciones locales, abundantes el año próximo. Dicho de otra manera, los ciudadanos pueden presionar a los partidos si son ahora ellos los que prometen, y cumplen, es decir, si ofrecen sus votos a los partidos que renuncien voluntariamente a por lo menos una cuarta parte de sus ingresos formales.
En 1996, cuando por primera vez se financió con grandes sumas a los partidos, para compensar la disminución de recursos que afectaría a un PRI que dejaría de ser patrocinado subrepticiamente por el gobierno, el PAN y el PRD reaccionaron de un modo que podría reproducirse ahora. Dirigían esos partidos dos jóvenes políticos a los que el destino enfrentaría en 2006 y hasta el fin de sus días: Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador. Ambos convinieron entonces en no aprovechar para sí la bonanza en que de pronto se encontraron. El PAN resolvió devolver algunas de las ministraciones que el IFE le otorgaba. Y el PRD, aunque las recibió todas, destinó su monto a tres propósitos: editar libros gratuitos para la secundaria que la Secretaría de Educación Pública objetó con razón porque ostentaban el nombre del partido donante, lo que los convertía en objetos de propaganda; asistir a las viudas y deudos en general de las víctimas del salinismo en Guerrero y Michoacán; y ayudar a sobrevivir a los migrantes que no podían cruzar a Estados Unidos y se quedaban varados en la frontera.
Procedimientos semejantes y fines análogos podrían plantearse ahora esos mismos y otros partidos, el PRI incluido, que no puede alegar que necesita el dinero para sus campañas, ya que es notorio el retorno de las viejas prácticas que lo financian desde los gobiernos bajo su control. Que lo hagan no por altruismo sino por conveniencia, para que los ciudadanos sufraguen por los que dejen de abusar del erario y comprueben cómo lo hacen. Es un canje ventajoso. Propongo que lo planteen las organizaciones que promovieron el '¡Ya bájenle!'. Veremos que así pueden lograr su objetivo."
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